sábado, 29 de octubre de 2016

Coraje

Coraje de no ser más que agua cuando el otro es fuego. Sin buscar apagar el fuego, como el agua lo podría hacer. Sin temer que ese fuego venga a evaporarme: ¡no es para eso!...
Este desvelo por “el Otro esperado” aparece a lo largo de toda la Escritura. Se escribe en filigrana en la trama de cada una de nuestras vidas marcadas de encuentros y de esperas sucesivas. En la riqueza increíble de su creación, como en la misma diversidad de los hombres, Dios nos ha preparado bien para acoger las diferencias. Éstas se inscriben como un componente ineludible de todo amor.
Más aún cuando este amor se expresa y se vive a la imagen viva de Aquel del cual emana. Misterio insondable de este Dios uno y Trino, donde el Espíritu hace sin cesar la diferencia, entre el Padre y el Hijo primero, después –poco a poco– de uno al otro de entre nosotros…
Con Cristo se eleva este mundo nuevo anunciado por Isaac, en el que la diferencia no se impondrá más como generadora de guerra y de discordia…
Visión profética de un mundo donde el lobo y el cordero viven juntos… no se trata de un mundo indiferenciado: la serpiente sigue siendo serpiente, el niño de pecho se entretiene cerca del nido de la cobra sin buscar alojarse o desalojarse allí.
(De una homilía de Christian de Chergé)

martes, 25 de octubre de 2016

HOMILÍA DEL ABAD BENITO EN EL DOMINGO XXX C


El evangelio de este domingo nos trae la conocida parábola de la oración del fariseo y la del publicano.
¿En qué coinciden ambos? Los dos van al templo, los dos oran al Señor, los dos dicen la verdad en su oración. ¿El fariseo también? Sí. No era ladrón, ni injusto, ni adultero; ayunaba dos veces por semana y pagaba el diezmo rigurosamente. Y entonces ¿cuál es la diferencia entre los dos? ¿Por qué el publicano volvió a su casa purificado, perdonado, y el fariseo no?
La diferencia es enorme, abismal. Tenían distinta imagen de Dios y por lo mismo distinta imagen del hombre, distinta imagen de la salvación, distinta imagen de la vida.
¿Cuál es el dios del fariseo? Un dios del cual se puede prescindir, un dios lejano y que tiene poco que ver con la historia humana. Un dios al cual el hombre le puede contar los triunfos que con su propio esfuerzo conquistó.
¿Cuál es el Dios del publicano? Es el Dios de la misericordia, pronto al perdón, el Dios que sabe de qué barro fuimos hechos. El publicano se reconoce pecador; pero esto que lo humilla no lo desespera. Sabe que por su debilidad no puede salvarse, pero sobre todo sabe que el Dios de la misericordia sí pude y quiere salvarlo.
Respecto a todo esto, nuestro Padre San Benito nos dice a los monjes dos cosas importantes. “Cuando viere en sí algo bueno, atribúyalo a Dios, no a sí mismo; en cambio, sepa que el mal siempre lo ha hecho él, e impúteselo a sí mismo.” (4,42-43) Y en el Prólogo nos describe la actitud constante que tiene que tener el monje: “Y engrandecen al Señor que obra en ellos, diciendo con el Profeta: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.” (30)
Nosotros, como el publicano, somos pecadores, pero, como a él, Dios nos invita a recibir su perdón. Jesús nos invita a cambiar totalmente nuestra visión del pecado. El pecado no causa de desaliento sino fuente de esperanza y alegría. “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lc 15,7) La Iglesia lo entiende así y por eso en la noche más santa del año, en la Vigilia Pascual se atreve a cantar: “Feliz el pecado de Adán que nos mereció un tan grande Salvador.”
San Benito, como dijimos antes, nos describe al monje en actitud contemplativa, no como el atleta que se agota con esfuerzos sobrehumanos, no como un artista que se deleitara tallando su propia estatua, sino como el que se dedica a contemplar agradecido la obra que con su cincel Dios va haciendo en nosotros. María, modelo del monje y del cristiano, cantó agradecida “Hizo en mí maravillas” (Lc 1,49).
La Iglesia, nuestra patria, nuestra diócesis de Tucumán, están viviendo tiempos difíciles, con situaciones de pecado que nos pueden llevar a perder toda esperanza. Hay que analizar a fondo todo esto y buscar sus causas y luchar por el remedio. Pero será una gran ayuda la afirmación de San Pablo. “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.”
Nuestro Padre San Benito nos invita a descubrir la acción de Dios en cada uno de nosotros y en nuestra comunidad, nos invita a felicitarlo a Dios, a darle gracias. “No a nosotros, Señor, no a nosotros da la gloria” El mirar esa obra de Dios en cada uno de nosotros, en nuestras comunidades, nos impulsará al arrepentimiento de nuestros pecados y a dejarnos moldear por Él, que es nuestro hábil alfarero. El clima de la vida del monje, de la vida del cristiano no tiene que ser de pesimismo y de miedo sino de esperanza y alegría,
Nuestra Madre, la Virgen María también nos invita a descubrir en nosotros la mirada misericordiosa de Dios, que ve nuestra pobreza, nuestra impotencia, pero que hace grandes cosas, maravillas en nuestras vidas.
Que la Virgen María, que es “Madre de la santa alegría” nos ayude a participar en el coro de los santos que con ella cantan la grandeza del Señor. 


sábado, 15 de octubre de 2016

CANONIZACIÓN DE SAN JOSÉ GABRIEL DEL ROSARIO BROCHERO, PRESBITERO

Este fragmento de una carta de Brochero enviada a su  amigo Juan Martín Yáñiz, obispo de Santiago del Estero, el 28 de octubre de 1913, nos pinta el retrato del Santo Cura:

“Recordarás que yo solía decir de mí mismo que iba a ser tan enérgico siempre, como el caballo chesche que se murió galopando; pero jamás tuve presente que Dios nuestro Señor es y era quien vivifica y mortifica, y a unos da las energías físicas y morales a otros las quita… Yo estoy ciego casi al remate, apenas distingo la luz del día y no puedo verme mis manos. A más estoy así sin tacto desde los codos hasta la punta de los dedos y desde las rodillas hasta los pies, y así otra persona tiene que vestirme o prenderme la ropa. La Misa la digo de memoria y es aquella de la Virgen cuyo Evangelio es: Extollens quadam mulier de turba [“Una mujer de la multitud exclamó, feliz el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron…”].  Para partir la Hostia consagrada y para poner en medio del corporal la hijuela cuadrada, llamo al ayudante para que me indique que la forma la he tomado bien para que se parta por donde la he señalado y que la hijuela cuadrada esté en el centro del corporal para poderlo doblar. Me cuesta mucho hincarme y muchísimo más el levantarme… Ya vez el estado en que ha quedado el chesche, el enérgico y el brioso. Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la pasiva, quiero decir, que Dios me da la ocupación de buscar mi fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo…”

domingo, 9 de octubre de 2016

Vida Espiritual: El Señor discierne los pensamientos y sentimientos del corazón



El Señor conoce, sin duda alguna, todos los pensamientos y sentimientos de nuestro corazón; en cuanto a nosotros, sólo podemos discernirlos en la medida en que el Señor nos lo concede. En efecto, el espíritu que está dentro del hombre no conoce todo lo que hay en el hombre, y en cuanto a sus pensamientos, voluntarios o no, no siempre juzga rectamente. Y, aunque los tiene ante los ojos de su mente, tiene la vista interior demasiado nublada para poder discernirlos con precisión.
Sucede, en efecto, muchas veces, que nuestro propio criterio u otra persona o el tentador nos hacen ver como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen una falsa apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan a los ojos del corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte de nuestra miseria e ignorancia, muy lamentable y muy temible.
Está escrito: Hay caminos que parecen derechos, pero van a parar a la muerte. Para evitar este peligro, nos advierte san Juan: Examinad si los espíritus vienen de Dios. Pero, ¿quién será capaz de examinar si los espíritus vienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento de espíritus, con el que pueda examinar con agudeza y rectitud sus pensamientos, afectos e intenciones? Este discernimiento es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia vida.
La decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino, la intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez. De este modo, todo el cuerpo de nuestra vida y de cada una de nuestras acciones será luminoso, si nuestro ojo está sano. Y el ojo sano es ojo y está sano cuando ve con claridad lo que hay que hacer y cuando, con recta intención, hace con sencillez lo que no hay que hacer con doblez. La recta decisión es incompatible con el error; la buena intención excluye la ficción. En esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención.
Todo, por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento, pensando que obramos en Dios y ante su presencia.


De los tratados de Balduino de Cantorbery, obispo
(Tratado 6: PL 204, 466-467)

sábado, 1 de octubre de 2016

Perfil del monje de nuestra Congregación

1.    El monje desea llegar a ser un hombre que, dejando el mundo, busca verdaderamente a Dios en el recinto del monasterio, no anteponiendo nada al amor de Cristo y ordenando armoniosamente su vida con la oración, el trabajo y la convivencia fraterna, y practicando la conversión de costumbres, la humildad, la obediencia y la estabilidad.

2.    El monje se esfuerza por ser una persona sensata, equilibrada y madura, en cuya vida florezcan la discreción, la prudencia y la sabiduría que caracterizaron al Maestro y Padre de los monjes, san Benito de Nursia.

3.    El monje está llamado a ser un asceta, que cultiva su vida interior y su porte externo con renuncias alegres, con sobriedad equilibrada, con austeridad sencilla y normal, con esfuerzo valiente y con sacrificio perseverante.

4.    El monje quiere ser un hombre de Dios, un buscador insaciable del rostro luminoso de Aquel en cuya presencia transcurren todos los momentos de su existencia.

5.    El monje quiere convertirse en un orante, que contempla a Dios escuchándolo y hablándole en su lectio diaria y en su oración secreta, y que celebra con dignidad y solemne sencillez la Liturgia eclesial para alabanza y gloria del Altísimo y para el bien y la salvación de todos los hombres.

6.    El monje es un cenobita, que ama a su comunidad como a su familia y su monasterio como su casa, y que goza con la participación fraterna en las alegrías y tristezas, en los éxitos y los fracasos de sus hermanos, entregando sus capacidades y toda su persona y recibiendo con alegría la ayuda fraterna en un incesante intercambio que purifica y enriquece la vida de cada monje y de toda 1a comunidad.

7.    El monje debería ser un trabajador abnegado, que acompaña con su esfuerzo diario a tantos hombres que ganan su pan con el sudor de su frente, y que cultiva su persona y la de sus hermanos con el estudio serio y la formación diligente, y cuida la creación con prudencia y admiración, desentrañando sus secretos y perfeccionándola con su ingenio para que llegue a la plenitud soñada por su Creador.
8.  El monje está llamado a ser un hombre eclesial que vive secretamente una inserción vital en su Iglesia local y se compromete con lo que en cada momento descubre como un llamado de Dios en la construcción del Reino.