Este fragmento de una carta de Brochero enviada a su amigo
Juan Martín Yáñiz, obispo de Santiago del Estero, el 28 de octubre de 1913, nos
pinta el retrato del Santo Cura:
“Recordarás que yo solía decir de mí mismo que iba a ser tan
enérgico siempre, como el caballo chesche que se murió galopando; pero jamás
tuve presente que Dios nuestro Señor es y era quien vivifica y mortifica, y a
unos da las energías físicas y morales a otros las quita… Yo estoy ciego casi
al remate, apenas distingo la luz del día y no puedo verme mis manos. A más
estoy así sin tacto desde los codos hasta la punta de los dedos y desde las
rodillas hasta los pies, y así otra persona tiene que vestirme o prenderme la
ropa. La Misa la digo de memoria y es aquella de la Virgen cuyo Evangelio es: Extollens
quadam mulier de turba [“Una
mujer de la multitud exclamó, feliz el vientre que te llevó y los pechos que te
amamantaron…”]. Para partir la Hostia consagrada y para poner en medio
del corporal la hijuela cuadrada, llamo al ayudante para que me indique que la
forma la he tomado bien para que se parta por donde la he señalado y que la
hijuela cuadrada esté en el centro del corporal para poderlo doblar. Me cuesta
mucho hincarme y muchísimo más el levantarme… Ya vez el estado en que ha
quedado el chesche, el enérgico y el brioso. Pero es un grandísimo favor el que
me ha hecho Dios nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y
dejarme con la pasiva, quiero decir, que Dios me da la ocupación de buscar mi
fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de
venir hasta el fin del mundo…”
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