Coraje
de no ser más que agua cuando el otro es fuego. Sin buscar apagar el fuego,
como el agua lo podría hacer. Sin temer que ese fuego venga a evaporarme: ¡no
es para eso!...
Este
desvelo por “el Otro esperado” aparece a lo largo de toda la Escritura. Se
escribe en filigrana en la trama de cada una de nuestras vidas marcadas de
encuentros y de esperas sucesivas. En la riqueza increíble de su creación, como
en la misma diversidad de los hombres, Dios nos ha preparado bien para acoger
las diferencias. Éstas se inscriben como un componente ineludible de todo amor.
Más
aún cuando este amor se expresa y se vive a la imagen viva de Aquel del cual
emana. Misterio insondable de este Dios uno y Trino, donde el Espíritu hace sin
cesar la diferencia, entre el Padre y el Hijo primero, después –poco a poco– de
uno al otro de entre nosotros…
Con
Cristo se eleva este mundo nuevo anunciado por Isaac, en el que la diferencia
no se impondrá más como generadora de guerra y de discordia…
Visión
profética de un mundo donde el lobo y el cordero viven juntos… no se trata de
un mundo indiferenciado: la serpiente sigue siendo serpiente, el niño de pecho
se entretiene cerca del nido de la cobra sin buscar alojarse o desalojarse
allí.
(De una homilía de Christian de Chergé)
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