Un filósofo: Heideger, definió al hombre como “un ser para la muerte” y a la muerte como entrada a la nada.
El misterio de la muerte preocupa a todo hombre y preocupó a todas las generaciones.
A través de todo el Antiguo Testamento vemos cómo el Pueblo Elegido busca, muchas veces con angustia, una respuesta a este misterio de la muerte. Recién ya muy cerca de la venida del Mesías Jesús, se le hizo claro que la muerte no era la entrada a la nada, al Scheol, sino un paso a la resurrección, a la vida para siempre.
Es lo que celebramos hoy, al celebrar el misterio de la cruz.
San Pablo en la carta a los Romanos nos dice con firmeza que así como el pecado de Adán trajo la muerte para todos, la muerte y la resurrección de Cristo trajo la resurrección y la vida para toda la humanidad. Pero la muerte sigue siendo el paso necesario y doloroso que tenemos que dar todos sin excepción. San Pablo no nos prohíbe a los cristianos llorar ante la muerte, solamente nos pide que no lloremos “como los que no tienen esperanza”.
Nos duele la muerte y todo lo que la rodea y prepara. El misterio de la muerte va ligado al misterio del dolor y el sufrimiento. El dolor y el sufrimiento aceptados y unidos a los de Cristo son fecundos y redentores. Pero ¿qué pasa con tantos dolores imposibles de aceptar?
Tenemos en primer lugar el misterio del sufrimiento, a veces terrible, de niños que no pueden aceptarlo porque ni siquiera han llegado al uso de razón que les permitiría un acto libre. La mamá de esos niños, puede desde la fe darle el sentido que el hijo enfermo no puede. Pero esa aceptación no suprime ni el dolor ni el misterio. Pensando en esto se me ocurrió que el martirio de los santos Inocentes de Belén puede ser una lucecita iluminadora; tampoco ellos pudieron hacer un acto libre de aceptación o de rechazo.
Pero hay otras situaciones de sufrimiento que parecería hacen imposible el acto libre… ¿Qué pasa con los niños violados sexualmente u obligados a empuñar las armas en una guerra y matar sin saber por qué ni para qué? ¿Qué pasa con las mujeres violadas o sometidas a la prostitución? ¿Qué pasa con los que se ven obligados a abandonar su patria, donde ya no tienen esperanza, para buscar refugio en una tierra extranjera con la angustiante pregunta de si serán acogidos y eso suponiendo que el mar no los trague antes de llegar? ¿Qué pasa con tantos niños y jóvenes empujados al abismo de la droga? ¿Quién los empujó y por qué? Todo el mundo está de acuerdo en que el narcotráfico no es viable sin la cooperación de policías, sin jueces corruptos, sin legisladores y gobernantes corruptos. Pero sin duda hay policías, hay jueces, hay políticos y hay gobernantes honestos. Ellos son los que tendrán que luchar a brazo partido contra la corrupción sin desanimarse por las dificultades, persecuciones y lentitud del proceso purificador. También es obligación de todo ciudadano luchar contra la corrupción negando su voto a candidatos corruptos.
Pero mientras tanto ¿quién puede darle sentido a tanto dolor sin sentido?
El Cristo, que hoy contemplamos crucificado, es el que da sentido a tanto misterio. Hemos escuchado el relato de la Pasión del Evangelio de San Juan, muy distinto del relato de los tres sinópticos. Podríamos decir que Juan hace su relato mirando la Pasión desde la Resurrección: no niega el dolor, el sufrimiento y la muerte del Crucificado; pero los mira desde el Resucitado.
La Pasión según San Juan es la proclamación del triunfo de Cristo en tres aspectos: Como Hijo de Dios; como Rey; como fundador de la Iglesia.
Como Hijo de Dios: Cuando lo van a detener y le dicen, por dos veces, que buscan a Jesús el Nazareno, Jesús responde: “Yo soy”; es decir, en el sentido más inmediato,: “Yo soy Jesús el Nazareno”; pero en el sentido profundo, como oculto propio del Evangelio de Juan: “Yo soy” como se autodefinió Dios cuando la zarza ardiente (Ex 3,14) y como se había definido Jesús un tiempo antes “antes que naciera Abrahán Yo soy” (Jn n8,57). Jesús da órdenes: “Dejen ir a estos”. Jesús proclama que se deja apresar porque es el Hijo que obedece al Padre” ¿Acaso no beberé la copa que me ha ofrecido mi Padre?”
Como Rey. “Mi reino no es de este mundo… Yo soy REY” (Jn 18,36-37). La corona de espinas, el manto rojo y el saludo “Salud, rey de los judíos” en el sentido superficial era una burla; pero en el sentido subterráneo de Juan era la proclamación de Jesús como Rey (Jn 19,2-3). Pilato que por tres veces había proclamado la inocencia de Jesús (Jn 18,18; 19,4 y 19,6), lo hace sentar en el sitial del juez y lo proclama rey “Ahí tienen a su rey” (Jn 19,13-14) Y luego Jesús parte hacia el calvario, revestido con el manto rojo de rey y llevando la cruz como cetro real (19,16)
Como fundador de la Iglesia. Cuando Jesús le dice a su madre “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (19,26) y al discípulo amado “Ahí tienes a tu madre” no era un gesto de compasión hacia su madre, viuda y sin el hijo, sino algo mucho más profundo: la proclamaba a María madre de la Iglesia naciente. Y a esa iglesia naciente le entregaba el Espíritu Santo; “entregó su Espíritu” (19,30) y los sacramentos, “sangre y agua” (Jn 19,2-3)
La Pasión según San Juan, entonces, nos dice que la muerte y la resurrección de Jesús puso en la iglesia y en la humanidad, el fermento y el dinamismo para superar las obscuridades, las injusticias y la corrupción y el pecado que veíamos hace un rato.
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