Estamos celebrando la resurrección de Jesús, nuestra resurrección y nuestro bautismo.
La resurrección de Jesús: Una anécdota: Un niño estaba pregonando el periódico “Cristo vive” y a boca de jarro le pregunté “¿Cómo sabés que Cristo vive?” Me miró desconcertado.
¿Cómo sabemos nosotros que Cristo resucitó y está vivo? Nadie lo vio resucitar. La resurrección no es un hecho histórico que se puede demostrar con un certificado de defunción y luego un acta de resurrección; la resurrección es un misterio, el más importante, el que cambió el rumbo de la historia, o mejor dicho el que inició la historia definitiva, la escatología. San Mateo no habla de una segunda venida de Jesús. Según San Mateo ya está Jesús con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Pero vamos a la narración de Mateo. Él se vale de imágenes del AT.
“El Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra y se sentó sobre ella”. En el AT el ángel del Señor es el mismo Dios; aquí es Dios que abre el sepulcro, se sienta sobre la piedra, simbolizando que la muerte está definitivamente vencida. Las vestiduras blancas del ángel también hablan de victoria. Un poco más adelante viene el encuentro del Resucitado con las mujeres: “Alégrense”. La resurrección abre el tiempo nuevo del Apocalipsis, “Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado” (21, 4).
Pero volvamos a plantearnos la pregunta: ¿Cómo sabemos que Cristo resucitó si nadie lo vio resucitar? Dijimos que la resurrección es un misterio, el misterio se cree, se vive y por el se muere. Los discípulos, nada proclives a la credulidad ingenua, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo en Pentecostés, son los testigos del misterio de la Resurrección de Cristo y derramaron su sangre por él. Nadie se juega por un muerto. A través de los dos mil años de cristianismo no faltaron en la iglesia innumerables testigos que con su vida y con su muerte prolongaron y profundizaron el testimonio. Esa es nuestra vocación.
Estamos celebrando, dijimos, nuestra resurrección. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo… y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con Él en el cielo” (Ef 2,4-6). Para el autor de la carta a los Efesios nuestra resurrección no es cosa del futuro sino que ya es presente. Coincide con la visión de Mateo que nos presenta la resurrección de Jesús como anticipo de la parusía.
Celebramos nuestro bautismo. Es precisamente en el bautismo que se realiza nuestra resurrección. El catecúmeno al sumergirse en las aguas bautismales ahoga el pecado y resucita para Dios. Somos injertados en el Cuerpo resucitado de Cristo.
Algo importante: Nuestro bautismo no es algo del pasado. Está hoy en nosotros con toda su fuerza como el día en que lo recibimos. El Padre nos dice, con el mismo cariño de entonces: “Este es mi hijo, el preferido”. El Hijo nos dice: “Yo te elegí” y el Espíritu Santo desciende sobre nosotros.
Por eso terminada esta homilía vamos a renovar nuestras renuncias y nuestras promesas bautismales. Vamos a hacer esta renovación con la conciencia de haber sido infieles; pero con la seguridad de que Dios quiere renovar su imagen en nosotros, que Él acepta nuestra entrega y nos promete la fecundidad de Abraham; que el convierte las aguas amenazantes del Mar Rojo en aguas de liberación; que Él nos dice como a la esposa del AT “Con gran ternura te uniré conmigo, me compadecí de ti con amor eterno” y luego añadirá: “yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David” y “los rociaré con agua pura y ustedes quedarán purificados, les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un Espíritu Nuevo”.
Vamos renovar nuestras renuncias y nuestras promesas bautismales con la seguridad de que al identificarnos con Cristo con una muerte semejante a la suya también nos identificaremos con Él en la resurrección. Todo esto nos dijeron las lecturas de la Palabra de Dios de esta noche y sabemos que su Palabra nos fecunda como la lluvia fecunda la tierra.
Y un último pensamiento: Esta renovación que nos trae la resurrección de Cristo no se realiza solamente a nivel personal, sino que es la comunidad cristiana como tal la que se renueva y que lleva la renovación a toda la humanidad. Así como el Espíritu de Cristo puso orden y belleza en el caos de los inicios así también es capaz de ponerlas en el caos de nuestra humanidad que muchas veces marcha a la deriva en el caos de la desesperanza, de la injusticia, de los odios y las guerras. Cristo resucitado ha vencido al mal y las tinieblas.
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