miércoles, 28 de marzo de 2018

Breve diálogo sobre la pureza de corazón con un “monje luterano”


V. ¿Podrías sintetizar tu pensamiento sobre la pureza de corazón?



Kierkegaard dixit: “...la pureza de corazón radica en querer una sola cosa. Esta es la tesis que ha motivado el discurso con que hemos comentado las palabras apostólicas: ¡Acercaos a Dios y El se acercará a vosotros, limpiad vuestras manos, vosotros pecadores, y purificad vuestros corazones, vosotros los indecisos! Porque el entregarse al Bien es una total decisión anímica, y no es factible por medio de la astucia y de la adulación de la lengua afirmarse en Dios, en el supuesto de que el corazón esté lejos. No, puesto que Dios es espíritu y verdad, sólo se puede permanecer cerca de El con sinceridad, por querer ser santo, como El es santo por pureza de corazón”[1].



La pureza de corazón que es “entregarse al Bien” y “afirmarse en Dios”, confiando filialmente en Él, es “una total decisión anímica”, que “no es factible por medio de la astucia y de la adulación de la lengua”. No hay pureza de corazón sin confianza, sin sinceridad, sin apertura de corazón, sin actitud filial, y por tanto sin escucha, sin diálogo, sin paternidad espiritual.

A la exhortación de Santiago (Cf. St 4,8) que motiva y orienta tu discurso, hace eco la bienaventuranza del Evangelio: Benditos los puros de corazón porque ven a Dios (Cf. Mt 5, 8), permanecen cerca de él, caminan humildemente en su presencia y quieren que él los haga santos. La pureza de corazón restaura en el monje la imagen de Dios, lo hace semejante a Dios y lo configura con Cristo, manso y puro de corazón.



VI. Paul Ricoeur, otro hermano hijo de la Reforma, ha dicho “el signo da que pensar”, ¿podrías regalarnos, para concluir nuestro breve diálogo, un signo para seguir pensando la “pureza de corazón”?



Kierkegaard dixit: “Pureza de corazón: se trata de una figura del lenguaje que compara al corazón con el mar, ¿por qué es así? Simplemente debido a que la profundidad del mar determina su pureza, y su pureza determina su transparencia. Puesto que el mar es puro únicamente cuando es profundo, y es transparente si es puro, tan pronto como es impuro deja de ser profundo, y no es otra cosa que agua en superficie, y así como hay agua tan sólo en superficie ya no es transparente. Por el contrario cuando es puro en profundidad y transparencia, entonces resulta de una sola consistencia, no importa lo mucho que se le observe; en tal caso su pureza constituye constancia en profundidad y transparencia. Desde este aspecto comparamos al mar con el corazón, pues la pureza del mar consiste en la constancia y transparencia. No hay tormenta que pueda conturbarlo; ninguna ráfaga de viento agita su superficie, ninguna espesa neblina puede extenderse sobre él; ninguna duda puede agitarlo; ninguna nube oscura es capaz de oscurecerlo: antes bien, permanece calmo, transparente en su profundidad. Si hoy pudieras contemplarlo, te sentirías transfigurado al observar su pureza. Si lo estuviste contemplando todos los días, declararías que siempre es puro... similar al hombre que quisiera una sola cosa. Así como el mar, cuando está calmo y profundamente transparente, refleja lo celeste, lo mismo pasa con el corazón puro, cuando esta en calma y profundamente transparente, anhela ansiosamente el Bien. Como el mar se hace puro sólo por su impulso hacia arriba, así también el corazón se purifica al anhelar únicamente el Bien. Así como el mar espejea la elevación de los cielos en sus profundidades puras, así también el corazón, si está calmo y profundo en transparencia espejea la divina elevación del Bien en sus puras profundidades. Cuando ocurre de esta manera entre el cielo y el mar, entre el corazón y el Bien entonces es posible afirmar que existiría una limpia impaciencia para codiciar un elevado reflejo. Porque si el mar es impuro resulta incapaz de proporcionar un puro reflejo del cielo”[2].



Gracias por tu generosidad, te pedimos un signo para pensar y nos regalaste una hermosa parábola, con su explicación, para nuestra meditación personal y comunitaria.



Nos encomendamos a tu oración “monástica” para que el Señor nos conceda un corazón puro y una ardiente caridad para recibir el don del Reino que vino, viene y vendrá; porque como bien afirma la especialista ya citada: “Más que un tratado (La pureza de corazón es querer una sola cosa), es la oración de un penitente que en soledad y recogimiento interior ruega para que en su corazón se cumpla el deseo de querer de verdad una sola cosa: el BIEN, única eternidad en el tiempo que se aplica y resiste a todos los cambios”.




[1]La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 197.
[2]Idem., pp. 197-199.

sábado, 24 de marzo de 2018

Breve diálogo sobre la pureza de corazón con un “monje luterano”



III. Lo opuesto a “pureza de corazón” es entonces la “doble mentalidad”, la cuestión tercera versa por tanto sobre las especies de doblez:



Kierkegaard dixit: “Hay una clase de doblez que, por su índole intensa y activa de íntima coherencia, quiere en apariencia el Bien, pero se engaña pues quiere cualquier otra cosa. Es decir, siempre que aspira al Bien con miras a la recompensa, por miedo al castigo o como una forma de autoafirmación. Hay todavía otra clase de doblez que se origina en la debilidad, la más común entre los hombres, una versátil mentalidad que quiere el Bien con cierta sinceridad, pero únicamente lo quiere ‘de modo gradual’…”[1].



Entonces tiene razón Ana María Fioravanti, estudiosa argentina de tu pensamiento, cuando afirma: “Hay múltiples barreras del autoengaño para no querer esa sola cosa: a) La variedad de objetivos sensuales y mundanos: placer, honores, poder, riquezas; b) El deseo de recompensa en un acuerdo entre el Bien y el mundo, que impide mantenerse ante lo eterno; c) El miedo no al mal sino al castigo; d) El servicio egocéntrico del Bien: querer que el Bien triunfe por su intermedio, para apuntar la victoria a su favor, como forma de autoafirmación; y e) Querer el Bien únicamente en cierto grado”[2].

Resumiendo más aún, dos serían las clases de doblez: a) querer en apariencia el Bien, quererlo por otra cosa (medio para…), y b) querer con cierta sinceridad el Bien, pero de modo gradual (Si, pero…todavía no).

En los pliegues que genera esta doble mentalidad es donde los pensamientos apasionados (logismoi, demonios, pasiones) que “naturalmente” brotan, se esconden, anidan, habitan y dominan. La lucha fundamental del monachos es contra el dolus: “Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón, y manifestarlos al anciano espiritual” (RB 4, 50).



IV. Vuelvo a insistir: ¿Qué hay que querer para ser puro de corazón?, y agregaría una más, ya que la anterior hace referencia a la voluntad, ¿qué papel juega la inteligencia en la pureza de corazón?



Kierkegaard dixit: “Si uno quisiera una sola cosa, en tal caso debe querer el Bien, porque sólo de esta manera le será posible querer una sola cosa. Si procede con sinceridad ha de querer el Bien de verdad. Ya se trate de un hombre de acción o de un sufriente debe querer hacerlo todo por el Bien, o quererlo sufrir todo por el Bien. Y, además ha de permanecer consagrado al Bien. Sin embargo, puede abusarse de la inteligencia en la búsqueda de evasiones, o bien externamente cayendo en la decepción. El buen hombre, por el contrario, usa la inteligencia para finalizar con las evasiones y, por ende, para decirse y permanecer constante en la entrega. Asimismo, emplea la inteligencia para prevenir las decepciones externas. Ha de querer sufrirlo todo por el Bien y ser y permanecer consagrado al Bien”[3].



Querer el Bien sería sinónimo de escuchar-obedecer la voluntad de Dios, por eso es lo que posibilita y capacita para querer una sola cosa. Es la obediencia filial que libera. Luego, si un hombre procede con sinceridad ha de querer el Bien de verdad, es decir, hacerlo todo (hombre de acción) y sufrirlo todo (hombre sufriente) por el Bien[4], no por sí mismo o por otra cosa. La pureza de corazón permite amar como Dios ama. Querer el Bien es decir en la angustia del huerto: “Padre que no se haga lo que (como) yo quiero, sino lo que (como) tu quieres” (Cf. Mt 26, 39 y par).

Tu frase: “ser y permanecer consagrado al Bien” (que es una muy buena definición de monje) es clave, porque es aquí es donde entra en juego la inteligencia: abusando de ella en búsqueda de evasiones (excusas o justificaciones) para caer siempre en la presunción o la decepción, o usando de ella, siendo un hombre (“estadio religioso”), un monje, para finalizar con las evasiones y decidirse a permanecer constante en la entrega, como Abraham, nuestro padre en la fe. Fioravanti lo dice así: “El precio de querer esa sola cosa es: a) Estar dispuesto a sufrirlo todo; b) Ser leal, comprometerse y poner en evidencia las evasiones; c) Vivir como individuo, centrarse en sí mismo (porque ante lo eterno ninguno es maestro y cada uno es alumno), significa dar cuenta de la fidelidad, únicamente personal, a la verdad y al Bien”.



[1] La pureza de corazón es querer una sola cosa, pp. 137-139.
[2] http://www.sorenkierkegaard.com.ar
[3] La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 197.
[4] Cf. Colación I, VII.

sábado, 17 de marzo de 2018

Breve Diálogo sobre la pureza de corazón con un “monje luterano”





En esta oportunidad en lugar de recurrir a la Colación I de Juan Casiano, la conocida conferencia del Abad Moisés sobre el fin y el objetivo de la vida monástica[1], intentaremos “dialogar” brevemente con un “monje luterano” (el oxímoron es intencional ya que Lutero escribió y luchó Contra los votos monásticos), nos referimos al filósofo y pastor danés: Sören Kierkegaard (1813-1855). Lo haremos recogiendo seis “migajas” de su tratado La pureza de corazón es querer una sola cosa, que es el primero de los veinte Discursos Edificantes de Diverso Tenor (Copenhagen 13 de marzo de 1843), en los cuales habla sin “pseudónimos” (Adaptación de una conferencia dada primero a la comunidad de la Abadía Cristo Rey el 26 de diciembre 2012 y luego en el Ciclo de Conferencias “Librería Lectio”, Córdoba, 9 de mayo de 2014.)
.



I. Estimado hermano Sören: El carisma propio de la vida monástica, en todas sus formas y figuras, es la puritas cordis, por eso la primera pregunta que quisiera formularte es: ¿qué es y qué no es?



Kierkegaard dixit: “…la pureza de corazón consiste en querer una sola cosa; pero querer una sola cosa no puede significar querer los placeres del mundo y cuanto pertenece a éste, incluso en el supuesto de que alguien se reservara una sola cosa a su elección, puesto que esta sola cosa no sería sino engaño. Desear una sola cosa no podría significar tampoco quererla en el vano sentido de su grandeza, pues únicamente a un atolondrado puede parecerle que es una”[2].



Si no comprendo mal tus palabras, la pureza de corazón implicaría: tanto la unidad del “objeto” querido (una sola cosa, una cosa que sea realmente una) que unificaría al “sujeto” que lo elige y quiere, cuanto la consecuente renuncia al “mundo” con sus múltiples placeres y su aparente grandeza[3], o dicho en lenguaje benedictino, la renuncia a la “voluntad propia”[4]. Para realizar el amor (fin) el monje tiene que morir a la propia voluntad (objetivo), porque renunciando a sí mismo (ego) es como se realiza[5]. Sólo Dios Es, sólo Dios es Uno, sólo Dios es el Bien, sólo Dios es Bueno. Querer una sola cosa, es lo mismo que decir, amar a Dios.

En el siglo XII San Bernardo de Claraval escribió: “Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. Como si dijera: Purifica el corazón, despreocúpate de todo, sé monje, esto es, único. Pide al Señor una sola cosa y búscala. Afánate y mira que él es Dios. Así, cuando limpies tu corazón por el espíritu de inteligencia, inmediatamente verás a Dios por el espíritu de sabiduría; y gozarás de Dios”[6]. Texto que Cantalamessa comenta en total sintonía con Kierkegaard: “En algunos ambientes monásticos se añade… una idea nueva e interesante: la de la pureza como unificación interior que se obtiene deseando una cosa sola, cuando esta «cosa» es Dios. Escribe San Bernardo: «Bienaventurados los puros de corazón porque verán a Dios. Como si dijera: purifica el corazón, sepárate de todo, sé monje, sólo, busca una cosa sola del Señor y persíguela (Sal 27, 4), libérate de todo y verás a Dios (Sal 46, 11)»…”[7].

En una palabra, la puritas cordis hace al monachos, unificado, indiviso, uno, porque el misterio que le atrae y en el que se deja adentrar, no sin “temor y temblor”, es esencialmente uno y por lo mismo unificante. “El Señor le replicó: -Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 41-42).



II. La segunda cuestión es entonces: ¿cuál es la condición sine qua non de la pureza de corazón?, o dicho negativamente, ¿qué se opone a ella?



Kierkegaard dixit: “Para querer una cosa se debe querer el Bien. Ahí está lo primero, la posibilidad de capacitarse para querer una cosa. Pero en cuanto a querer genuinamente una cosa, no debe sino querer el Bien. Por otro lado, en cuanto al acto de querer el Bien, a quien no lo quiere de verdad debemos considerarlo de doble mentalidad. (La doblez consiste en dividir la naturaleza del Bien que éste mantiene unido por toda la eternidad: la doblez estriba en unir lo que el Bien ha mantenido separado en el tiempo. La persona de doble mentalidad olvida lo Eterno y es así como hace mal empleo del tiempo, no menos que de la eternidad)”[8].



Tu respuesta es bastante compleja; querer una cosa exige querer el Bien y quererlo de verdad. “Querer el Bien”, con mayúsculas (ya sabemos quién es el Bien y el único Bueno por la parábola del joven rico de Mt 19, 16-30), es “la posibilidad de capacitarse para querer una cosa”, y esto sería a la vez un don (posibilidad) y una tarea (capacitarse). La pureza de corazón es sinónimo de “libertad”, mezcla de “angustia” y “confianza”. La pureza de corazón es pureza de la voluntad (querer sólo la voluntad de Dios, sin falsa segunda intención) y pureza de la inteligencia (pensar en Dios).

En cuanto, “al acto de querer el Bien”, cabrían pues dos posibilidades: a) quererlo religiosamente, de verdad, es decir con “pureza de corazón”, o b) no quererlo de verdad, sino estética/éticamente, con “doble mentalidad” (dividir- lo eterno, unir-lo temporal). Como dice uno de tus amigos: “la vida estética es la vida superficial, centrada sobre las facultades interiores (aístesis, significa sensación); vida ética es la centrada en la voluntad o el entendimiento práctico; vida religiosa es la centrada sobre la fe. En otras palabras, la vida estética está bajo el signo del placer; la ética bajo el signo del deber, la religiosa bajo el signo del sufrimiento”[9].

El opuesto a la pureza de corazón no es la impureza, sino la hipocresía, donde lo primero es el público, la apariencia, lo de fuera, y después Dios, el corazón, lo de adentro. Hipocresía es falta de caridad (los otros son sólo admiradores) y sobre todo falta de fe. “Kierkegaard evidenció la alienación que resulta de vivir de pura exterioridad, siempre y sólo en presencia de los hombres, y nunca sólo en presencia de Dios y del propio yo. Un pastor -observa- puede ser un «yo» frente a sus vacas, si viviendo siempre con ellas no tiene más que esas con las que medirse. Un rey puede ser un yo de frente a los súbditos y se sentirá un «yo» importante. El niño se percibe como un «yo» en relación con los padres, un ciudadano ante el Estado... Pero será siempre un «yo» imperfecto, porque falta la medida. «Qué realidad infinita adquiere en cambio mi “yo”, cuando toma conciencia de existir ante Dios, convirtiéndose en un “yo” humano cuya medida es Dios... ¡Qué acento infinito cae sobre el “yo” en el momento en que obtiene como medida a Dios!»…”[10].

La vida monástica puede ser vivida en los dos primeros estadios, pero es posible dar el “salto al vacío” necesario para ser acogidos por y en la pureza de corazón. Es el “Aún te falta una cosa. Vende todo lo que tienes…” del relato del joven rico. “La viuda de Lc 21, ofreciendo todo lo que tenía para vivir, es la respuesta más explícita de lo que significa una sola cosa[11].

La pureza de corazón es “el criterio” de discernimiento vocacional: “si busca verdaderamente a Dios” (Cf. RB. 48, 7), es la base, en cuanto disposición, para el proceso de formación que la tiene como objetivo, y la piedra de toque de la “conversio-conversatio morum”. Dice el jesuita Rupnik: “Para quien no procede con la lógica del amor, renunciar a su propia voluntad significa meterse en un camino seguro de frustraciones, de neurosis y de auténtica despersonalización”[12].

El que tiene doble mentalidad olvida lo Eterno, o mejor dicho, al Eterno, por eso pierde el instante, el tiempo y la eternidad. El dolus, que se expresa en el ocultar, la mentira y la murmuración, es lo que deshace, destruye al monachos.


+ Pedro Edmundo Gómez, osb.


[1] Cf. Juan Casiano, Colación I, IV.
[2] S. Kierkegaard, La pureza de corazón es querer una sola cosa, Trad. de L. Farré, La Aurora, Bs. As., 1979, p. 118.
[3] Cf. Colación I, V.
[4] Cf. RB. Prol, 1-3; 1, 10-11; 3, 7-8; 4, 59-61; 5, 1-9, 12; 7, 12, 19-22, 31-33; 33, 1-4; 49, 5-10; 71, 3-4; 72, 6-7.
[5] Cf. M. I. Rupnik, De la experiencia a la sabiduría, Profecía de la vida religiosa, PPC, Madrid, 1999, pp. 105-106.
[6] San Bernardo de Claraval, Tercera serie de sentencias 2, Obras completas de San Bernardo VIII, BAC, Madrid, 1993, 117.
[7] R. Cantalamessa, Las bienaventuranzas evangélicas, 9 marzo de 2007.
[8] La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 118.
[9] L. Castellani, De Kirkegor a Tomás de Aquino, Guadalupe, Buenos Aires, 1973,  p 105.
[10] R. Cantalamessa, op. cit.
[11] M. I. Rupnik, Jesús en la mesa de Betania, La fe, el sepulcro, la amistad, Monte Carmelo, Burgos, 2008, p. 66.
[12] M. I. Rupnik, De la experiencia a la sabiduría, p. 106.

miércoles, 14 de marzo de 2018

LA CUARESMA TIEMPO DE CIRCUNCIDAR EL CORAZON


Los medios para la pureza de corazón en San Bernardo



Sobre el Cantar de los Cantares 45, 5

Pudo suceder que por haberse purificado más su corazón mediante una fe atenta a la escucha, se tornara por ello más apta que antes para la contemplación.



Sermón en la Vigilia de Navidad III, 6

Así, pues, bien ceñidos y con las lámparas encendidas, vigilemos durante la noche el tropel de nuestros pensamientos y acciones, para que, si el Señor viene al comienzo de la noche, a media noche o de madrugada, nos encuentre dispuestos. El comienzo de la noche indica la rectitud en el obrar. Tu vida debe ser consecuente con la Regla a que te comprometiste. Nunca has de franquear los linderos que establecieron tus padres en todas las prácticas de esta peregrinación y de esta vida, ni desviarte a derecha o a izquierda.

Así, pues, La media noche viene a significar la pureza de intención. Tu ojo sencillo irradie en todo tu cuerpo; es decir, todo lo que hagas hazlo por Dios. Y que las gracias vuelvan a su fuente y fluyan sin cesar.

La aurora representa el mantenimiento de la unidad. En la vida de comunidad antepón siempre los deseos de los demás a los tuyos propios. Convive con tus hermanos sin quejas y con alegría, soportando a todos y orando por ellos. Así podrá decirse de ti: Este es el que ama a sus hermanos y al pueblo de Israel, e intercede continuamente por el pueblo y por la ciudad santa de Jerusalén. Así, pues, en este día de la llegada del Unigénito se nos infundió la verdadera ciencia; esa ciencia que nos prepara a la venida del Señor, fundamento estable y permanente de toda nuestra conducta.



Sermón en el Adviento del Señor 8, 6

La humildad reúne a las virtudes, las mantiene unidas y las perfecciona. El cimiento se oculta en tierra, no puede conocerse su consistencia hasta que los muros se asienten o se desmoronen. La humildad clava su raíz en lo profundo del corazón. No puede conocerse su ausencia o su debilitamiento hasta que los muros del edificio se disuelven por el desorden o se disgreguen y desmoronen. Esta es la torre que David posee con mano fuerte. Si no eres contemplativo, no te desazones; sé activo en las buenas obras, defiende con ardor la torre de tu empeño, y algún día lograrás la pureza de corazón, pues Dios se entrego a sí mismo para rescatarnos de toda clase de maldad y purificarse un pueblo escogido, entregado a hacer el bien. Por eso juró a David, es decir, al que actúa con denuedo: A uno de tus entrañas, esto es, de la sensualidad, que es lo más frágil del hombre, pondré sobre tu trono.



Sentencias II, 91

Hay tres tipos de circuncisión: de la carne (Col 2, 13), en el judío; del corazón (Dt 10, 16), en el cristiano; de la lengua (Ex 6, 12), en el perfecto.



Sentencias III, 11

El ángel Gabriel anuncia a María que va a concebir a Jesús (Lc 1, 26-38), y todo predicador lo anuncia a cualquier pecador. Este lo concibe por la predicación cuando decide convertirse a Dios. Pero antes de dar a luz lleva en gestación a su criatura durante nueve meses. Estos meses son: el primero, la devolución de lo robado; el segundo, el cumplimiento de la ley con toda justicia; el tercero, la reconciliación con el ofensor; el cuarto, el recto comportamiento con el Señor. Ya tenemos las cuatro restituciones de Zaqueo (Lc 19, 8). El quinto mes se realiza en la renuncia al mundo; en el sexto, la vuelta a la comunidad; en el séptimo, la recuperación del tenor de vida; en el octavo, la permanencia en un lugar; y en el noveno concebiré, Señor, por tu temor y daré a luz al Espíritu. Se pone sobre un pesebre al recién nacido (Lc 2, 7); el niño es nuestro propósito; el pesebre, la memoria; las pajas, los bajos deseos; los animales, los malos espíritus; los pañales, la meditación de la pasión y el derramamiento de la sangre de Cristo. Cuidan al niño ocho días, y se le circuncida al octavo (Lc 2, 21). El día primero es el de la esperanza; el segundo, el de la verdad, es decir, del juicio; el tercero, el de la virtud; el cuarto, el de la paz; el quinto, el de la justicia; el sexto, el de la ciencia; el séptimo, el de la sabiduría; el octavo, el de la caridad. Circuncidan al niño en este día; por eso está escrito: Todo varón que no es circuncidado en su prepucio (Gn 17, 14) será apartado de su pueblo (Lv 7,25).



Sermón en la Circuncisión del Señor II: El remedio y la ventaja de la circuncisión

3. Le pusieron de nombre Jesús, como lo había llamado el Ángel (Lc 2,21). Pues toda palabra tiene consistencia si se apoya en dos o tres testigos (Mt 18, 16) … Cristo no tuvo necesidad de testimonios angélicos (Jn 5, 31-37) ni humanos, sino que, como está escrito, todo acontece a favor de los elegidos (2 Tim 2,10).

Hemos de buscar, por tanto, un triple testimonio de nuestra propia salvación, no sea que tengamos la impresión de haber tomado el nombre de Dios en vano (Ex 20, 7). También nosotros, hermanos, necesitamos circuncidarnos para recibir de este nombre un nombre de salvación. Nos referimos a una circuncisión en espíritu y en verdad, no carnal; y que no se limite a un solo miembro, sino al conjunto del cuerpo.

La circuncisión, según la ley judía, recae en esa parte del cuerpo que debe amputarse y donde se concentra la excrecencia del maligno, pero que embarga a la totalidad de la naturaleza. De la planta del pie a la cabeza no queda en nosotros parte ilesa (Is, 1,6). No hay parte alguna que este veneno no haya corrompido. Por eso, el pueblo, como un niño aun en la fe y en el amor (1 Tm 2, 15), recibió la ley de la circuncisión de acuerdo a su tenue capacidad. Mas cuando se desarrollo en adultez (Ef 4,13), se le ordenó bautizar el cuerpo entero, que equivale a una circuncisión total del hombre. Por eso, nuestro Salvador se circuncidó en el día octavo y, cumplidos los treinta años, se dejó crucificar. En el patíbulo fue estirado violentamente todo su cuerpo. Nosotros estamos incorporados a él en una muerte semejante a la suya (Rm 6, 5), como escribe el Apóstol; es decir, debemos vivir el bautismo que nos acaba de conferir.

4. Nuestra circuncisión moral nos la recomienda el Apóstol: Teniendo qué comer y con qué vestirnos, podemos estar contentos (1Tm 6, 8). Esta pobreza voluntaria, la fatiga de la penitencia, la observancia de la disciplina regular, nos circuncidan perfectamente y nos amputan toda superficialidad. Busquemos también en esta circuncisión un triple testimonio que garantice nuestra salvación: el del ángel, el de María y el de José.

Conviene, insisto, que por encima de todo, el ángel del Consejo (Is 9,6) nos imponga un nombre salvífico. A continuación necesitamos una testificación de la comunidad, que viene a ser la madre de cada uno; madre y virgen, como aquella que había desposado el Apóstol con un solo marido, presentándola a Cristo como una virgen intacta (2 Co 11,2). Y tampoco debe prescindir del testimonio del que sirve quien desee seguir el ejemplo del Salvador. Me refiero a José, que aunque desempeña las funciones del esposo, es de hecho un siervo distribuidor; y si se le llama padre (Lc 3, 22; 4, 22; Jn 4, 5), en realidad es el procurador familiar.

5. Voy a repetirme con mayor claridad. Conviene, hermanos, que reciban nuestro testimonio los de dentro y los de afuera de la comunidad (1 Tm 3, 7). Aquel cuya manera de vivir es agradable para todos y no molesta a nadie; ése es quien recibe el testimonio de su salvación por parte de toda comunidad (Hch 16, 2). En vano aquel perverso acusador de los hermanos (Ap 10, 12) alegará acusaciones sobre una conducta que salta a la vista, pues saldrán a defenderle todos sus hermanos (Rm 2, 28). Contará también con el testimonio de los superiores quien manifiesta siempre, en una confesión humilde y sincera, los pecados de su vida en el mundo, y las negligencias de esta nueva vida, para ser sopesadas y someterse con ahínco a su correspondiente satisfacción. Pues todos fallamos mucho (St 3,2), a no ser que nos tengamos por más santos que el discípulo preferido por Jesús (Jn 13, 23).

Con esto ya no hay que temer la más ligera acusación del maligno, pues el Señor no juzgará dos veces la misma cosa (Nah 1,9). Pero quizá le achaque entonces motivaciones perversas, inventando una calumnia que parece no puede refutar el testimonio de su abad y de sus hermanos. En tales circunstancias necesitamos evocar un testigo interno, el que se fija más en el corazón que en las apariencias (1 Re 16,7). Y para ello, la primera condición es no decidirse interiormente a hacer nada sin que ese testigo diga que conduce a la salvación. Mas en lo referente a las actividades exteriores, conviene tener en cuenta también los testimonios externos, como dice el Apóstol: Procurad la buena reputación delante de Dios e incluso entre los hombres (Rm 12, 17).



Sermón en la Circuncisión del Señor III: La circuncisión espiritual

3. El misterio de este cambio se celebra en el día de la navidad, cuando la Palabra se hizo hombre (Jn 1, 14), porque el hombre era ya heno (Is 40,6). En ese día se hizo inferior a los ángeles y apareció como hombre (Flp 2, 7). Pero hoy percibo algo más extraordinario. Ahora se empequeñece mucho más respecto a los ángeles, toma la condición humana y la de pecador, siendo marcado al fuego como si fuera un malhechor. ¿Qué es la circuncisión sino signo de lo superfluo y del pecado? Y en ti, Señor Jesús (Hch 7,59; Ap 22, 20), ¿qué hay de superfluo para que tenga que circuncidarse? ¿No eres tú Dios verdadero (1 Jn 5, 20), engendrado de Dios Padre, y verdadero hombre sin rastro de pecado, nacido de la Virgen Madre? ¿Por qué le circuncidáis? ¿Creéis que se le puede aplicar la orden de que todo varón que no haya sido circuncidado su prepucio será apartado del pueblo (Gn 17, 14)? ¿Puede olvidarse el Padre del Hijo de sus entrañas (Is 49, 15)? ¿No lo reconocería sin la marca de la circuncisión? En el supuesto de que no conociera al Hijo predilecto (Mt 3, 17), podría reconocerlo por otra marca; habría encontrado en la circuncisión del Hijo un signo de pertenencia al rango de los pecadores y en función de la purificación de los delitos (Hb 1, 3).

5. Debemos ya aludir a las implicaciones prácticas de esta circuncisión espiritual. Si la ley ordena circuncidarse en el octavo día (Gn 17, 12), es que existe una razón, y por eso se circuncida el Señor (Lc 2, 21). Pero ¿quién conoce la mente del Señor o quién fue su consejero? (Rm 11, 34) Que aliente vuestros anhelos el Espíritu defensor; él sondea lo profundo de Dios (1 Co 2, 10) y nos expondrá este misterio del día octavo. Ya sabemos al hombre que conviene nacer de nuevo (Jn 3, 7). Por este motivo nació por segunda vez el Hijo de Dios. Todos nosotros nacemos en pecado (Jn 9, 34), y necesitamos renacer a la gracia (Jn 3, 5) que habíamos recibido en el bautismo, es cierto, pero que se extinguió por completo en la vida del mundo. Ahora, por vez primera, Dios se compadece, y la energía de la gracia actúa en nosotros para comenzar una vida nueva (Rm 6,4)...

11… Para que esto no ocurra, el que corre debe encender la luz de la discreción, que es madre de todas las virtudes y corona de la perfección. Ella enseña a no ser exagerado en nada (RB 64,12). Este es el octavo día, día de la circuncisión del niño (LC 2,21), porque la discreción es una auténtica circuncisión que evita cualquier exceso o sustracción. Porque el sustrae amputa el fruto de las buenas obras, pero no lo circunda. Lo mismo ocurre con que es flojo, si también es remiso.

En este día se nos impone un nombre, el nombre de la salvación. No dudo en afirmar que quien así vive está realizando su propia salvación. Incluso los mismos ángeles, que no ignoran los secretos celestiales, pueden decirnos algo de este día: “Pero yo ahora, por primera vez y con toda confianza, le impongo un nombre, un nombre de salvación”. Como la discreción es un ave rara en la tierra, subidla, hermanos, con la virtud de la obediencia, y no hagáis nunca ni más, ni menos, ni de manera distinta a como se os ordena.

sábado, 10 de marzo de 2018

LA CUARESMA TIEMPO DE CIRCUNCIDAR EL CORAZÓN


Los obstáculos y los remedios para la pureza de corazón en San Bernardo

 


Sermón en la festividad de todos los santos 1, 13

Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos, sí una y mil veces los que vean al que desean contemplar los ángeles, y en cuya visión consiste la vida eterna. Oigo en mi corazón: busca su rostro. Yo busco tu rostro, Señor; no me escondas tu rostro. ¿A quién tengo yo en el cielo? Contigo ¿qué me importa la tierra? Aunque se consumen mi espíritu y mi carne, Dios llena mi corazón y es mi lote perpetuo. ¿Cuándo me colmarás de gozo en tu presencia? ¡Miserable de mi, que tengo un corazón tan manchado y no puedo ser admitido a esa dichosa visión! Hermanos, entreguémonos con toda solicitud y empeño a purificar nuestros ojos para ver a Dios.

Yo me siento manchado por tres clases de inmundicia: la concupiscencia de la carne, el deseo de la gloria terrena y el recuerdo de los pecados pasados. Mi alma es un campo donde se cruzan los más diversos deseos, y soy incapaz de dominarlos con la razón o con mis fuerzas, mientras vivo en este mundo y en este cuerpo mortal. El único remedio para estas miserias es la oración. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, así está nuestros ojos en el Señor Dios nuestro, esperando su misericordia. El es el único purísimo, y el único que puede sacar la pureza de lo impuro. Y para eliminar las huellas del pecado tenemos el remedio de la confesión que todo lo purifica. Oración y confesión son las dos medicinas que limpian el ojo del corazón.

Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Le verán al fin de esta vida cara a cara. Y le verán también ahora como en un espejo. Ahora lo conocen parcialmente, entonces lo conocerán a la perfección. Quien conserva dentro de sí todo el vigor del pecado abusa de la esperanza, porque cree que Dios es indiferente al pecado; o bien peca por desesperación, imaginándose un Dios sin entrañas. Unos y otros merecen este reproche: ¿Crees que soy como tú? Ninguno de ellos ve a Dios; la falsedad queda defraudada forjándose un ídolo en lugar de Dios, mas los de corazón limpio consiguen la felicidad, porque son los únicos que ven a Dios y experimentan su bondad. Lo ven tan bueno, que es el único bueno. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Desgraciados, en cambio, Adán y Eva que buscan palabras ladinas para excusar el pecado. Rehúsan purificarse por la confesión, viven con el corazón lleno de inmundicias y son arrojados de la presencia del Señor.



A los clérigos sobre la conversión 30

Dichosos los limpios de corazón, porque van a ver a Dios. Promesa extraordinaria, hermanos míos, que debe despertar todas nuestras ansias. Esta visión es nuestro afianzamiento en Dios, como expresa Juan, el apóstol: Somos hijos de Dios, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser, pero sabemos que, cuando llegue, seremos como él, porque le veremos como es. Esta visión es la vida eterna, como lo proclama la misma verdad en el Evangelio. Esta es la vida eterna, conocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo.

Hay en nuestros ojos una mota detestable que nos priva de esta dichosa visión; una negligencia malsana nos encubre la necesidad de purificarlos. A veces nuestra visión natural se siente entorpecida con alguna molestia interna, o porque se introduce una partícula de polvo –así ocurre con la mirada espiritual, que se turba por las seducciones de la carne-, o por la ambición y la curiosidad. Maestro tenemos en nuestra propia experiencia y ene texto sagrado que dice: El cuerpo corruptible es lastre del alma, y la mansión terrestre abruma al espíritu. En ambos casos lo único que embota y oscurece la mirada es el pecado. No puede haber otro obstáculo entre el ojo y la luz, entre Dios y el hombre. Mientras sea este cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados del Señor. El cuerpo no tiene la culpa. Sólo es culpable lo que en él pertenece a este cuerpo de muerte: el cuerpo del pecado, los bajos instintos. Aquí no hay bien alguno, sólo impera la ley del pecado.

Sin embargo, a veces, el ojo se siente todavía obnubilado a pesar de haberle extraído o eliminado la brizna. Lo mismo acontece en nuestro interior; el que vive según el espíritu lo sabe por experiencia. La herida no cicatriza al momento de retirar el bisturí; deben aplicarse ciertos remedios y dar tiempo a la curación completa. Nadie debe creer que ya está totalmente limpio simplemente porque ha sacado fuera sus inmundicias. Necesita todavía de muchas purificaciones. Ha de lavarse con agua, y, sobre todo, tiene que acrisolarse y refinarse al fuego. Entonces dirá: Pasamos por fuego y por agua, y nos has llevado a un lugar de consuelo. Dichosos los limpios de corazón, porque van a ver a Dios. Ahora lo vemos confusamente en un espejo; pero luego cara a cara, cuando la transparencia brille en nuestro rostro y destelle glorioso sin mancha ni arruga.

viernes, 9 de marzo de 2018

HORARIOS SEMANA SANTA 2018


25 de Marzo: Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

10 h. Conmemoración de la Entrada del Señor en Jerusalén (Bendición de ramos y procesión). Santa Misa.




TRIDUO PASCUAL DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

29 de Marzo: Jueves Santo

19 h. Misa vespertina de la Cena del Señor. (Iglesia abierta hasta las 24,00 h.)

21,00 h. Completas.


30 de Marzo: Viernes Santo de la Pasión del Señor.

6,10 h. Levantarse

6,30 h. Vigilias.

8,15 h. Laudes.

12,00 h. Sexta.

17,00 h. Celebración del Pasión del Señor.

20,30 h. Representación de la Pasión del Señor por parte de los vecinos (Salón de Catequesis).

21,00 h. Completas.


31 de Marzo: Sábado Santo.

6,00 h. Levantarse

6,20  h. Vigilias.

8,00 h. Laudes.

12,00 h. Sexta.

19,00 h. Vísperas.

22,00 h. Solemne Vigilia Pascual.


1 de Abril: Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor.

7,40 h. Levantarse.

8,00 h. Laudes.

10,00 h. Santa Misa.

19,00 h. Segundas Vísperas.

miércoles, 7 de marzo de 2018

LA CUARESMA TIEMPO DE CIRCUNCIDAR EL CORAZÓN

La pureza-circuncisión del corazón en San Bernardo


 

En las faenas de la cosecha 3, 9:

Hermanos míos, si éste es con toda verdad y certeza el grupo que busca al Señor, que busca el rostro de Dios de Jacob, ¿qué otra cosa puedo deciros, sino aquello que dice el Profeta: Que se alegren los que buscan al Señor; recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro? O lo que dice otro: Si buscáis, buscad. ¿Qué quiere decir: si buscáis, buscad? Buscadle con sencillez de corazón. A él por encima de todo, y ninguna otra cosa fuera de él, ni después de él. Buscadle con sencillez de corazón.

El que es simple por naturaleza exige sencillez de corazón. Y concede su gracia a los sencillos. El indeciso no sigue rumbo fijo. No encontrarán jamás al que vosotros buscáis, los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba desertan. Él es la eternidad; y ésta no se consigue sin una búsqueda perseverante. ¡Ay del pecador que va por dos caminos! Nadie puede estar al servicio de dos amos. Aquella integridad, perfección y plenitud no acepta semejante doblez. Solamente se deja encontrar de quien le busca con un corazón perfecto. Si es horroroso el perro que vuelve a su vómito y la cerda lavada que se revuelca en el fango, y si Dios escupe de su boca al tibio, ¿qué va a ser del impío y del pecador? Si es maldito quien ejecuta con negligencia la obra del Señor, ¿qué merecerá el que obra con engaño?

Huyamos, carísimos de esta doblez, y evitemos por todos los medios la levadura de los fariseos. Dios es la verdad, y los que le buscan han de hacerlo con espíritu y verdad. Si no queremos buscar inútilmente al Señor, busquémosle verdaderamente, busquémosle frecuentemente, busquémosle constantemente. No busquemos nada en lugar de él, nada juntamente con él, ni lo cambiemos por ninguna otra cosa. Porque es más fácil que pase el cielo y la tierra, que no encuentre quien así busca, ni reciba quien así pide, si se la abra al que así llama.



Sermón 16, 2: En el aniversario de San Andrés: sobre las tres clases de bienes

Si lo propio del cuerpo es la salud, lo del corazón es la pureza. Un ojo turbado es incapaz de ver a Dios, y el corazón humano ha sido creado precisamente para contemplar a su Creador. Si la salud corporal nos requiere tanta atención, mucho más debemos cuidar la pureza del corazón, convencidos de que ésta es más digna que aquella. Al hablar aquí de la pureza nos referimos a esa actitud pura y humilde de manifestar al Señor todas nuestras obras en la oración, y al hombre en la confesión: Dije, confesare al Señor mi culpa, y tú perdonaste la impiedad de mi pecado.



Sermón 45, 5: Las tres facultades del hombre

…la caridad tienen tres condiciones: un corazón puro, la conciencia honrada y la fe sentida. Al prójimo le debemos la pureza, la buena conciencia a nosotros, y a Dios la fe. La pureza consiste en hacerlo todo para utilidad del prójimo o la gloria de Dios. Nos la requiere particularmente el prójimo, porque Dios nos ve como somos (2 Co 5, 11), y el prójimo sólo en la medida en que le abrimos nuestro corazón…



Sentencias III, 2

Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. Como si dijera: Purifica el corazón, despreocúpate de todo, sé monje, esto es, único. Pide al Señor una sola cosa y búscala. Afánate y mira que él es Dios. Así, cuando limpies tu corazón por el espíritu de inteligencia, inmediatamente verás a Dios por el espíritu de sabiduría; y gozarás de Dios.



Sentencias I, 14

Con la circuncisión no se resiente nervio alguno ni se quebranta un solo hueso. Quedando así intactos, se endurecen y se afianzan. Pero abren la piel; cortan la carne; salta la sangre, para reprimir el placer seductor. No olvides que en la carne se instala el pecado. La piel es su cobertura y la sangre su incentivo. La auténtica circuncisión espiritual, no la física, consiste en quitar toda cobertura de excusa y disimulo mediante la compunción del corazón y la confesión verbal, en cortar cualquier costumbre de pecado mediante un cambio de conducta y, finalmente, como algo indispensable, es evitar las ocasiones de pecado y los estímulos de las concupiscencias.



Sermón en la Cena del Señor, 2. Sobre el bautismo, el sacramento del altar y el lavatorio de pies

¿Qué gracia nos otorga el bautismo? El perdón de los pecados (2 Pe 1,9). ¿Quién puede purificar al que es impuro en su mismo ser, sino el puro por excelencia (Jb 14, 4), y el que está exento de pecado, es decir, Dios? Primitivamente el sacramento que concedía esta gracia era la circuncisión: un cuchillo raía la costra de la culpa original que brota desde los primeros padres (Jos 5, 2). Pero al venir el Señor, cordero tierno y manso (S 85, 5), cuyo yugo es llevadero y su carga ligera (Mt 11, 30), todo cambió maravillosamente. El agua y la unción del Espíritu disuelve aquella costra inveterada y suprime un dolor tan acerbo.



Sobre el Cantar de los Cantares 7, 7

Por eso se requiere suma pureza de intención, para que vuestro espíritu codicie agradar a Dios sólo y pueda vivir junto a él. Estar junto a Dios es lo mismo que ver a Dios; y eso sólo se concede a los puros de corazón, como una felicidad inigualable. Un corazón puro tenía David y decía a Dios: Mi alma está unida a ti. Para mí lo bueno es estar junto a Dios. Viéndolo se unía a Dios y uniéndose a él le veía.



Los grados de la humildad y la soberbia 19

El ojo del corazón, al que la Verdad prometió su plena manifestación: dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios, se purifica de toda mancha, debilidad, ignorancia o mal deseo adquirido, por medio del llanto, del hambre y la sed de ser justo, y por la perseverancia en las obras de misericordia. Los grados o estados de la verdad son tres. Al primero se sube por el trabajo de la humildad; al segundo por el afecto de la compasión; y al tercero, por el vuelo de la contemplación. En el primer grado, la verdad se nos muestra severa; en el segundo, piadosa; y en el tercero, pura. Al primero nos lleva la razón con la que nos examinamos a nosotros mismos; al segundo, el afecto con el que nos compadecemos de los demás; al tercero, la pureza que nos arrebata y nos levanta hacia las realidades invisibles.



Sermón 5, 5: Sobre el verso de Habacuc: Me pondré de centinela, haré la guardia  oteando…

Queridos hermanos, he aquí el primer grado de la contemplación: considerar constantemente cuál es la voluntad de Dios, lo que le agrada y complace. Y como todos le ofendemos muchas veces (St 3,2), nuestra vida retorcida choca con la rectitud de su voluntad, y le es imposible unirse y acoplarse a ella. Humillémonos, pues, ante la mano poderosa de Dios; no cesemos de presentarnos como unos miserables ante su presencia misericordiosa, y digamos: Sáname, señor, y quedare sano. Sálvame y estaré salvado (Jr 17, 14). O esto otro: Señor, ten misericordia, sáneme porque he pecado contra ti (S 40,5).

Cuando hemos purificado el ojo de nuestro corazón con estos pensamientos, ya no vivimos en nuestro espíritu con amargura, sino en el de Dios y muy felices. Ni pensamos cual es la voluntad de Dios en nuestra vida, sino en sí misma. La vida está en su voluntad (S 29, 6), y lo más útil y provechoso para nosotros es sin duda alguna, lo que está conforme a su voluntad. Por eso si queremos conservar escrupulosamente la vida de nuestra alma, alejémonos lo menos posible de esa voluntad divina. Y a medida que avancemos en la práctica espiritual, bajo la dirección del Espíritu que sondea hasta lo profundo de Dios, meditemos cuán suave y bueno es el Señor. Oremos con el Profeta para conocer la voluntad de Dios y no vivir en nuestro corazón, sino en su templo. Y digamos también con el mismo Profeta: Mi alma se acongoja, por eso me acuerdo de ti (S 41, 7).

En esto consiste toda la vida espiritual: fijarnos en nosotros mismo para llenarnos de temor y tristeza saludables, y mirar a Dios para alentarnos y recibir el consuelo gozoso del Espíritu santo. Por una parte fomentemos el temor y la humildad, y por otra, la esperanza y el amor”.



Sobre el Cantar de los Cantares 22, 3

Los verdaderamente limpios de corazón pueden, por si mismos, comprender realidades más sublimes que las predicadas por mí.

sábado, 3 de marzo de 2018

LA CUARESMA TIEMPO DE CIRCUNCIDAR EL CORAZÓN


AFRAATES, OBISPO DE LA IGLESIA ORIENTAL SIRIACA (+345 DC): DEMOSTRACIÓN 11, SOBRE LA CIRCUNCISIÓN, 11-12



La ley y la alianza antiguas fueron totalmente cambiadas. Primeramente, el pacto con Adán fue sustituido por el de Noé; más tarde, el concertado con Abraham fue reformado por el de Moisés. Mas como la alianza mosaica no fue observada, al llegar la plenitud de los tiempos vino la nueva alianza, ésta ya definitiva. En efecto, el pacto con Adán se basaba en el mandato de no comer del árbol de la vida; el de Noé en el arco iris; el de Abraham, elegido por su fe, en la circuncisión, como sello característico de su descendencia; el de Moisés en el cordero pascual, propiciación para el pueblo.

Todas estas alianzas eran diversas entre sí. Ahora bien, la circuncisión grata a los ojos de aquel de quien procedían todas estas alianzas es la que dice Jeremías: Circuncidad el prepucio de vuestros corazones. Pues si el pacto concertado por Dios con Abraham fue firme, también éste es firme e inmutable, y ninguna ley se le puede añadir, ya venga de los que están fuera de la ley, ya de los que están sometidos a la ley.

Dios, en efecto, dio a Moisés la ley con todas sus observancias y preceptos, mas, como ellos no la observaron, anuló la ley y sus preceptos; prometió que había de establecer una nueva alianza, la cual afirmó que sería distinta de la primera, por más que él mismo sea el autor de ambas. Y ésta es la alianza que prometió darnos: Todos me conocerán, desde el pequeño al grande. Y en esta alianza ya no existe la circuncisión carnal como signo de pertenencia a su pueblo.

Sabemos con certeza, queridos hermanos, que Dios impuso, en las diversas generaciones, unas leyes, que estuvieron en vigor hasta que él quiso y que más tarde quedaron anuladas, tal como dice el Apóstol, a saber, que el reino de Dios subsistió antiguamente en multitud de semejanzas, según las diversas épocas.

Ahora bien, nuestro Dios es veraz y sus preceptos son fidelísimos; por esto cada una de las alianzas fue en su tiempo firme y verdadera, y los circuncisos de corazón viven y son de nuevo circuncidados en el verdadero Jordán, que es el bautismo para el perdón de los pecados. Jesús, hijo de Nun, o sea Josué, circuncidó al pueblo por segunda vez con un cuchillo de piedra, cuando él y su pueblo atravesaron el Jordán; Jesús, nuestro salvador, circuncida por segunda vez, con la circuncisión del corazón, a todos los que creen en él y reciben el baño bautismal, los cuales son circuncidados con la espada, que es la palabra de Dios, más tajante que espada de dos filos.

Jesús, hijo de Nun, introdujo al pueblo en la tierra prometida; Jesús, nuestro salvador, ha prometido la tierra de la vida a todos los que atraviesen el verdadero Jordán, crean y sean circuncidados en su corazón.

Dichosos, pues, los que han sido circuncidados en el corazón y han renacido de las aguas de la segunda circuncisión; éstos recibirán la herencia junto con Abraham, guía fidedigno y padre de todos, ya que su fe le fue reputada como justicia.