Los medios para la pureza de corazón en San Bernardo
Sobre el Cantar de
los Cantares 45, 5
Pudo suceder que
por haberse purificado más su corazón mediante una fe atenta a la escucha, se
tornara por ello más apta que antes para la contemplación.
Sermón en la
Vigilia de Navidad III, 6
Así, pues, bien ceñidos y con las lámparas
encendidas, vigilemos durante la noche el tropel de nuestros pensamientos y
acciones, para que, si el Señor viene al comienzo de la noche, a media noche o
de madrugada, nos encuentre dispuestos. El comienzo de la noche indica la
rectitud en el obrar. Tu vida debe ser consecuente con la Regla a que te
comprometiste. Nunca has de franquear los linderos que establecieron tus padres
en todas las prácticas de esta peregrinación y de esta vida, ni desviarte a
derecha o a izquierda.
Así, pues, La media
noche viene a significar la pureza de intención. Tu ojo sencillo irradie en
todo tu cuerpo; es decir, todo lo que hagas hazlo por Dios. Y que las gracias
vuelvan a su fuente y fluyan sin cesar.
La aurora representa el mantenimiento de la
unidad. En la vida de comunidad antepón siempre los deseos de los demás a los
tuyos propios. Convive con tus hermanos sin quejas y con alegría, soportando a
todos y orando por ellos. Así podrá decirse de ti: Este es el que ama a sus
hermanos y al pueblo de Israel, e intercede continuamente por el pueblo y por
la ciudad santa de Jerusalén. Así, pues, en este día de la llegada del
Unigénito se nos infundió la verdadera ciencia; esa ciencia que nos prepara a
la venida del Señor, fundamento estable y permanente de toda nuestra conducta.
Sermón en el
Adviento del Señor 8, 6
La humildad reúne a las virtudes, las mantiene
unidas y las perfecciona. El cimiento se oculta en tierra, no puede conocerse
su consistencia hasta que los muros se asienten o se desmoronen. La humildad
clava su raíz en lo profundo del corazón. No puede conocerse su ausencia o su
debilitamiento hasta que los muros del edificio se disuelven por el desorden o
se disgreguen y desmoronen. Esta es la torre que David posee con mano fuerte.
Si no eres contemplativo, no te desazones; sé activo en las buenas obras,
defiende con ardor la torre de tu empeño, y algún día lograrás la pureza de
corazón, pues Dios se entrego a sí mismo para rescatarnos de toda clase de
maldad y purificarse un pueblo escogido, entregado a hacer el bien. Por eso
juró a David, es decir, al que actúa con denuedo: A uno de tus entrañas, esto
es, de la sensualidad, que es lo más frágil del hombre, pondré sobre tu trono.
Sentencias II, 91
Hay tres tipos de
circuncisión: de la carne (Col 2, 13), en el judío; del corazón (Dt 10, 16), en
el cristiano; de la lengua (Ex 6, 12), en el perfecto.
Sentencias III, 11
El ángel Gabriel
anuncia a María que va a concebir a Jesús (Lc 1, 26-38), y todo predicador lo
anuncia a cualquier pecador. Este lo concibe por la predicación cuando decide
convertirse a Dios. Pero antes de dar a luz lleva en gestación a su criatura
durante nueve meses. Estos meses son: el primero, la devolución de lo robado;
el segundo, el cumplimiento de la ley con toda justicia; el tercero, la reconciliación
con el ofensor; el cuarto, el recto comportamiento con el Señor. Ya tenemos las
cuatro restituciones de Zaqueo (Lc 19, 8). El quinto mes se realiza en la
renuncia al mundo; en el sexto, la vuelta a la comunidad; en el séptimo, la
recuperación del tenor de vida; en el octavo, la permanencia en un lugar; y en
el noveno concebiré, Señor, por tu temor y daré a luz al Espíritu. Se pone
sobre un pesebre al recién nacido (Lc 2, 7); el niño es nuestro propósito; el
pesebre, la memoria; las pajas, los bajos deseos; los animales, los malos
espíritus; los pañales, la meditación de la pasión y el derramamiento de la
sangre de Cristo. Cuidan al niño ocho días, y se le circuncida al octavo (Lc 2,
21). El día primero es el de la esperanza; el segundo, el de la verdad, es
decir, del juicio; el tercero, el de la virtud; el cuarto, el de la paz; el
quinto, el de la justicia; el sexto, el de la ciencia; el séptimo, el de la
sabiduría; el octavo, el de la caridad. Circuncidan al niño en este día; por
eso está escrito: Todo varón que no es
circuncidado en su prepucio (Gn 17, 14) será apartado de su pueblo (Lv
7,25).
Sermón en la
Circuncisión del Señor II: El remedio y la ventaja de
la circuncisión
3. Le pusieron de nombre Jesús, como lo había
llamado el Ángel (Lc 2,21). Pues toda
palabra tiene consistencia si se apoya en dos o tres testigos (Mt 18, 16) …
Cristo no tuvo necesidad de testimonios angélicos (Jn 5, 31-37) ni humanos,
sino que, como está escrito, todo
acontece a favor de los elegidos (2 Tim 2,10).
Hemos de buscar,
por tanto, un triple testimonio de nuestra propia salvación, no sea que
tengamos la impresión de haber tomado el nombre de Dios en vano (Ex 20, 7).
También nosotros, hermanos, necesitamos circuncidarnos para recibir de este
nombre un nombre de salvación. Nos referimos a una circuncisión en espíritu y
en verdad, no carnal; y que no se limite a un solo miembro, sino al conjunto
del cuerpo.
La circuncisión,
según la ley judía, recae en esa parte del cuerpo que debe amputarse y donde se
concentra la excrecencia del maligno, pero que embarga a la totalidad de la
naturaleza. De la planta del pie a la
cabeza no queda en nosotros parte ilesa (Is, 1,6). No hay parte alguna que
este veneno no haya corrompido. Por eso, el pueblo, como un niño aun en la fe y
en el amor (1 Tm 2, 15), recibió la ley de la circuncisión de acuerdo a su
tenue capacidad. Mas cuando se desarrollo en adultez (Ef 4,13), se le ordenó
bautizar el cuerpo entero, que equivale a una circuncisión total del hombre.
Por eso, nuestro Salvador se circuncidó en el día octavo y, cumplidos los
treinta años, se dejó crucificar. En el patíbulo fue estirado violentamente
todo su cuerpo. Nosotros estamos incorporados a él en una muerte semejante a la
suya (Rm 6, 5), como escribe el Apóstol; es decir, debemos vivir el bautismo
que nos acaba de conferir.
4. Nuestra
circuncisión moral nos la recomienda el Apóstol: Teniendo qué comer y con qué vestirnos, podemos estar contentos (1Tm
6, 8). Esta pobreza voluntaria, la fatiga de la penitencia, la observancia de
la disciplina regular, nos circuncidan perfectamente y nos amputan toda
superficialidad. Busquemos también en esta circuncisión un triple testimonio
que garantice nuestra salvación: el del ángel, el de María y el de José.
Conviene, insisto,
que por encima de todo, el ángel del Consejo (Is 9,6) nos imponga un nombre
salvífico. A continuación necesitamos una testificación de la comunidad, que
viene a ser la madre de cada uno; madre y virgen, como aquella que había
desposado el Apóstol con un solo marido, presentándola a Cristo como una virgen
intacta (2 Co 11,2). Y tampoco debe prescindir del testimonio del que sirve
quien desee seguir el ejemplo del Salvador. Me refiero a José, que aunque
desempeña las funciones del esposo, es de hecho un siervo distribuidor; y si se
le llama padre (Lc 3, 22; 4, 22; Jn 4, 5), en realidad es el procurador
familiar.
5. Voy a repetirme
con mayor claridad. Conviene, hermanos, que reciban nuestro testimonio los de
dentro y los de afuera de la comunidad (1 Tm 3, 7). Aquel cuya manera de vivir
es agradable para todos y no molesta a nadie; ése es quien recibe el testimonio
de su salvación por parte de toda comunidad (Hch 16, 2). En vano aquel perverso
acusador de los hermanos (Ap 10, 12) alegará acusaciones sobre una conducta que
salta a la vista, pues saldrán a defenderle todos sus hermanos (Rm 2, 28).
Contará también con el testimonio de los superiores quien manifiesta siempre,
en una confesión humilde y sincera, los pecados de su vida en el mundo, y las
negligencias de esta nueva vida, para ser sopesadas y someterse con ahínco a su
correspondiente satisfacción. Pues todos
fallamos mucho (St 3,2), a no ser que nos tengamos por más santos que el
discípulo preferido por Jesús (Jn 13, 23).
Con esto ya no hay
que temer la más ligera acusación del maligno, pues el Señor no juzgará dos veces la misma cosa (Nah 1,9). Pero quizá
le achaque entonces motivaciones perversas, inventando una calumnia que parece
no puede refutar el testimonio de su abad y de sus hermanos. En tales
circunstancias necesitamos evocar un testigo interno, el que se fija más en el
corazón que en las apariencias (1 Re 16,7). Y para ello, la primera condición
es no decidirse interiormente a hacer nada sin que ese testigo diga que conduce
a la salvación. Mas en lo referente a las actividades exteriores, conviene
tener en cuenta también los testimonios externos, como dice el Apóstol: Procurad la buena reputación delante de Dios
e incluso entre los hombres (Rm 12, 17).
Sermón en la
Circuncisión del Señor III: La circuncisión espiritual
3. El misterio de
este cambio se celebra en el día de la navidad, cuando la Palabra se hizo hombre (Jn 1, 14), porque el hombre era ya heno
(Is 40,6). En ese día se hizo inferior a los ángeles y apareció como hombre
(Flp 2, 7). Pero hoy percibo algo más extraordinario. Ahora se empequeñece
mucho más respecto a los ángeles, toma la condición humana y la de pecador,
siendo marcado al fuego como si fuera un malhechor. ¿Qué es la circuncisión
sino signo de lo superfluo y del pecado? Y en ti, Señor Jesús (Hch 7,59; Ap 22,
20), ¿qué hay de superfluo para que tenga que circuncidarse? ¿No eres tú Dios
verdadero (1 Jn 5, 20), engendrado de Dios Padre, y verdadero hombre sin rastro
de pecado, nacido de la Virgen Madre? ¿Por qué le circuncidáis? ¿Creéis que se
le puede aplicar la orden de que todo
varón que no haya sido circuncidado su prepucio será apartado del pueblo
(Gn 17, 14)? ¿Puede olvidarse el Padre del Hijo de sus entrañas (Is 49, 15)?
¿No lo reconocería sin la marca de la circuncisión? En el supuesto de que no
conociera al Hijo predilecto (Mt 3, 17), podría reconocerlo por otra marca;
habría encontrado en la circuncisión del Hijo un signo de pertenencia al rango
de los pecadores y en función de la purificación de los delitos (Hb 1, 3).
5. Debemos ya
aludir a las implicaciones prácticas de esta circuncisión espiritual. Si la ley
ordena circuncidarse en el octavo día (Gn 17, 12), es que existe una razón, y
por eso se circuncida el Señor (Lc 2, 21). Pero ¿quién conoce la mente del Señor o quién fue su consejero? (Rm 11,
34) Que aliente vuestros anhelos el Espíritu defensor; él sondea lo profundo de
Dios (1 Co 2, 10) y nos expondrá este misterio del día octavo. Ya sabemos al
hombre que conviene nacer de nuevo (Jn 3, 7). Por este motivo nació por segunda
vez el Hijo de Dios. Todos nosotros nacemos en pecado (Jn 9, 34), y necesitamos
renacer a la gracia (Jn 3, 5) que habíamos recibido en el bautismo, es cierto,
pero que se extinguió por completo en la vida del mundo. Ahora, por vez
primera, Dios se compadece, y la energía de la gracia actúa en nosotros para comenzar una vida nueva (Rm 6,4)...
11… Para que esto
no ocurra, el que corre debe encender la luz de la discreción, que es madre de
todas las virtudes y corona de la perfección. Ella enseña a no ser exagerado en
nada (RB 64,12). Este es el octavo día, día de la circuncisión del niño (LC
2,21), porque la discreción es una auténtica circuncisión que evita cualquier
exceso o sustracción. Porque el sustrae amputa el fruto de las buenas obras,
pero no lo circunda. Lo mismo ocurre con que es flojo, si también es remiso.
En este día se nos
impone un nombre, el nombre de la salvación. No dudo en afirmar que quien así
vive está realizando su propia salvación. Incluso los mismos ángeles, que no
ignoran los secretos celestiales, pueden decirnos algo de este día: “Pero yo
ahora, por primera vez y con toda confianza, le impongo un nombre, un nombre de
salvación”. Como la discreción es un ave rara en la tierra, subidla, hermanos,
con la virtud de la obediencia, y no hagáis nunca ni más, ni menos, ni de
manera distinta a como se os ordena.