1 Del maestro de
coro. Poema de los hijos de Coré.
2. Como busca la
cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;
San Agustín: Exposición del Salmo 41
(Ardientes deseos del desterrado por
ver nuevamente el santuario)
1. [v.2] Hace ya tiempo que mi alma desea gozarse con vosotros en la palabra
de Dios, y saludaros en él, que es nuestro auxilio y nuestra salvación. Oíd por
mi medio lo que el Señor nos da, y alegraos conmigo de su palabra, de su verdad
y de su amor. De él hemos recibido un salmo, muy de acuerdo con vuestro deseo,
del cual os voy a hablar. Comienza este salmo por un santo deseo, expresado así
por el que lo canta: Como el ciervo desea las fuentes de agua, así mi alma te
desea a ti, oh Dios. ¿Quién es el que esto dice? Nosotros mismos, si lo
queremos. ¿Por qué vas a buscar fuera a ver quién es, cuando te es posible ser
tú lo que estás buscando? Pero no se trata de un hombre, se trata de un cuerpo:
el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia (Col
1,24). Y no todos los que entran en la Iglesia tienen este deseo; en cambio los
que han gustado la dulzura del Señor, y hallan en este cántico un sabor
especial, no crean encontrarse solos. Tengan por cierto que esta clase de
semilla está esparcida por el campo del Señor, por todo el orbe de la tierra, y
que esta es la voz de toda unidad cristiana: Como el ciervo desea las fuentes
de agua, así mi alma te desea a ti, oh Dios. Y bien podría entenderse que esta
voz es la de aquellos que siendo todavía catecúmenos, se apresuran hacia la
gracia del baño santo. Por eso cantamos aquí este salmo, para que de esta forma
deseen la fuente de la remisión de los pecados, como desea el ciervo las
fuentes de agua. Que sea así, y que esta comprensión ocupe en la Iglesia un
lugar verdadero y solemne. Sin embargo, hermanos, me parece que incluso en el
bautismo los fieles no sienten saciado este deseo; pero quizá si caen en la
cuenta de por dónde están peregrinando, y hacia dónde han de llegar, se
inflamarán todavía con más ardor.
2. [v.1] El título del salmo es: Para el fin, salmo, para comprensión de
los hijos de Coré. Encontramos a los hijos de Coré también en los títulos de
otros salmos (Sal 43-48), y recuerdo
que ya hemos tratado y explicado lo que este nombre significa; recordaremos, no
obstante, este título, y por el hecho de haberlo ya explicado, no dejemos de
comentarlo de nuevo. De hecho no todos estabais presentes en los lugares donde
lo expliqué. Coré fue un hombre, a cuyos hijos se les designa como hijos de
Coré (Num 26,11). Pero nosotros vamos
a escrutar el secreto de este sacramento, para que este nombre dé a luz el
misterio del que se encuentra grávido. Es pues un gran sacramento que a los
cristianos se les llame hijos de Coré. ¿Por qué hijos de Coré? Por ser hijos
del Esposo, hijos de Cristo. A los cristianos se les llama, de hecho, hijos del
Esposo (Mt 9,15). ¿Por qué
identificamos a Coré con Cristo? Porque Coré significa Calvario. Muy de lejos
viene esto. Preguntaba por qué a Coré se le identifica con Cristo. Pero ahora
pregunto con más fuerza por qué a Cristo se le relaciona con el Calvario. ¿No sucedió
que Cristo fue crucificado en el Calvario? (Mt
27,33) Indudablemente. Luego los hijos del Esposo, los hijos de su pasión,
los hijos redimidos por su sangre, los hijos de su cruz, que llevan en la
frente lo que los enemigos fijaron en aquel lugar del Calvario, se llaman los
hijos de Coré. A ellos se les canta este salmo para que entiendan. Activemos,
pues, nuestro entendimiento, y si es que se nos canta a nosotros, tratemos de
entenderlo. ¿Y qué es lo que debemos entender? ¿Qué pretende dar a entender el
cántico de este salmo? Me atrevo a decir: Lo invisible de Dios desde la
creación del mundo, resulta comprensible a través de sus criaturas (Rm 1,20). Ánimo, hermanos, tratad de
comprender mi anhelo, haceos partícipes conmigo de este mi deseo; tengamos juntos
este amor, juntos tengamos esta sed ardiente, corramos juntos a la fuente para
comprender. Deseemos como el ciervo la fuente, pero no la fuente del bautismo,
que los catecúmenos desean para alcanzar el perdón de sus pecados, sino como ya
bautizados, deseemos la otra fuente de que habla la Escritura: Porque en ti
está la fuente de la vida. Sí, él es la fuente, él es la luz; porque tu luz nos
hace ver la luz (Sal 35,10). Si es la
fuente y es la luz, con toda razón es también entendimiento, puesto que sacia
el alma ávida de saber; y todo aquel que entiende, es iluminado por una cierta
luz no material, no corporal, no exterior, sino interior. Porque existe,
hermanos, una luz interior que no la tienen los que no comprenden. Por eso, a
los que desean esta fuente de vida, y algo perciben de ella, les dirige la
palabra el Apóstol con esta recomendación: Ya no caminéis como caminan los
paganos, en la vanidad de su mente, a oscuras en su inteligencia, ajenos a la
vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la ceguera de su corazón (Ef 4,17-18). Si estos están a oscuras en
su mente, es decir, porque no entienden, andan a ciegas; y por tanto, los que
entienden, son iluminados. Corre hacia las fuentes, desea las fuentes de agua.
En Dios está la fuente de la vida, una fuente inagotable; y su luz es una luz
que nunca se oscurece. Desea esta luz, por esa fuente y esa luz que tus ojos no
conocen. Cuando se ve con esta luz, se habilita tu ojo interior; cuando bebes
de esta fuente, la sed interior se inflama. Corre hacia la fuente, desea la
fuente; pero no de cualquier modo, no corras como cualquier animal: corre como
el ciervo. ¿Qué significa como el ciervo? No lo hagas con lentitud; corre
veloz, desea con prontitud la fuente. Bien sabemos que el ciervo tiene una
singular velocidad.
Traducción: Miguel F. Lanero,
osa. y Enrique Aguiarte Bendímez, oar.
Oración sálmica:
“Como el ciervo desea las fuentes, como el cervatillo sediento olfatea
el aire buscando con qué mitigar su sed, así mi alma suspira de sed de vida...
¡Ansias de Cristo! ¿Cómo no tenerlas? ...
El ciervo con sed, es el animal acosado por los cazadores...
Su sed le viene de su continuo correr por los montes, los riscos y las
breñas. Busca con locura la fuente escondida, donde sabe hallará el descanso su
fatiga, y el agua que templará sus ardores”
(San Rafael Arnaiz)
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