V.2. Como busca la
cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;
3 tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?
3. [v.2] Pero quizá la Escritura no ha querido que nos fijemos solamente
en este aspecto del ciervo, sino también en algún otro. Mira qué más cosas hay
en el ciervo. A las serpientes las mata, y tras la muerte de las serpientes,
arde en una mayor sed; tras haber eliminado a las serpientes, corre más
apasionadamente a las fuentes. Las serpientes son tus vicios; elimina las
serpientes del pecado: y desearás entonces con más intensidad las fuentes de la
verdad. Tal vez la avaricia te susurra algo tenebroso, te susurra en contra de
la palabra de Dios, en contra del mandato de Dios. Y puesto que se te dice:
desprecia alguna cosa, no vayas a cometer pecado; si prefieres hacer el mal,
antes que pasar por alto, antes que alguna comodidad temporal, has elegido ser
mordido por la serpiente en lugar de darle muerte. Cuando das preferencia a tu
vicio, a tu deseo, a tu avaricia, a tu serpiente, ¿cómo vas a encontrar en ti
ese deseo que te hace correr a la fuente de las aguas? ¿Cómo suspirarás por la
fuente de la sabiduría, si todavía te afanas entre el veneno de la malicia? Da
muerte en ti a lo que es contrario a la verdad. Y cuando te veas libre de las
perversas codicias, no te quedes como si no tuvieras qué desear. Hay, sí, algo
hacia lo que debes encaminarte, si es que en ti ya no hay nada que se te
oponga. Me dirás, quizá, si ya eres ciervo: Dios sabe que ya no soy avaro, que
ya no deseo nada de nadie, que se ha apagado en mí la pasión por el adulterio,
que no me consumo ya por el odio, la envidia, ni nada semejante. Me dirás: todo
esto en mí ha desaparecido, y tal vez buscas dónde complacerte. Sí, busca dónde
complacerte, desea las fuentes de agua; Dios tiene con qué saciarte, y cómo
colmar al que acude a él, y al que llega sediento como ciervo veloz, después de
matar la serpiente.
4. Hay algo más que debes considerar en el ciervo. Se cuenta de los
ciervos —y algunos lo han visto, pues no se podría escribir esto de ellos si
antes no lo hubiera comprobado alguien —, se cuenta digo, que los ciervos
cuando van en rebaño, o cuando se dirigen nadando a otras tierras, descansan
sus cabezas poniéndolas unos sobre otros, de forma que uno va delante y le
siguen los que van detrás, poniendo uno sobre el otro su cabeza, hasta terminar
la recua. Cuando el primero se ha cansado, pasa al final, para que otro le
sustituya y siga con el mismo peso que él llevaba; de esta forma él descansa
recostando su cabeza como los demás. Llevando de este modo alternativamente la
carga, ejecutan el recorrido sin separarse unos de otros. ¿No se refiere a una
especie de ciervos el apóstol, cuando dice: Llevad mutuamente las cargas unos
de otros, y así cumpliréis la ley de Cristo? (Gal 6,2).
5. [v.3] Un ciervo así, firme en la fe, que todavía no ve lo que cree, y
con deseos de entender lo que ama, soporta a los adversarios que no son
ciervos, con su mente oscurecida, que sufren tinieblas en su interior, cegados
por la pasión de sus vicios, y que además insultan al creyente, echándole en
cara que no les haga ver lo que cree: ¿Dónde está tu Dios? Oigamos cómo
reacciona este ciervo contra estas palabras, para en lo posible hacerlo también
nosotros. Lo primero que hace es manifestar su sed: Como el ciervo desea las
fuentes de agua, así mi alma te desea, oh Dios. ¿Y si el ciervo desea la fuente
de agua para lavarse? puesto que no sabemos si es para beber o para lavarse.
Fíjate en lo que sigue y no hagas preguntas: Mi alma tiene sed del Dios vivo.
Cuando digo: Como el ciervo desea las fuentes de agua, así mi alma te desea, oh
Dios, es como si dijera: Mi alma tiene sed del Dios vivo. ¿De qué tiene sed?
¿Cuándo llegaré a ver el rostro de Dios? De esto es de lo que tengo sed: de
llegar y estar en su presencia. Tengo sed en mi peregrinación, tengo sed
durante el camino. Quedaré saciado cuando llegue. Pero ¿cuándo llegaré? Porque lo
que es pronto para Dios, es lento para el deseo. ¿Cuándo llegaré a ver el
rostro de Dios? De este deseo brota la exclamación expresada en otro pasaje:
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los
días de mi vida (Sal 26,4). ¿Y esto
para qué? Para contemplar la dulzura del Señor, cuando llegue a ver el rostro
de Dios.
Oración sálmica:
Tú ves,
Señor, cómo nos atraen las cosas terrenas sin acabar de saciarnos: por tu sed
divina manifestada en la cruz, danos la sed inextinguible del rostro del Dios
vivo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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