sábado, 10 de agosto de 2019

III. LECTIO COMPARTIDA DEL SALMO 41.


V.2. Como busca la cierva corrientes de agua,

así mi alma te busca a ti, Dios mío;

3 tiene sed de Dios, del Dios vivo:

¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?




 



3. [v.2] Pero quizá la Escritura no ha querido que nos fijemos solamente en este aspecto del ciervo, sino también en algún otro. Mira qué más cosas hay en el ciervo. A las serpientes las mata, y tras la muerte de las serpientes, arde en una mayor sed; tras haber eliminado a las serpientes, corre más apasionadamente a las fuentes. Las serpientes son tus vicios; elimina las serpientes del pecado: y desearás entonces con más intensidad las fuentes de la verdad. Tal vez la avaricia te susurra algo tenebroso, te susurra en contra de la palabra de Dios, en contra del mandato de Dios. Y puesto que se te dice: desprecia alguna cosa, no vayas a cometer pecado; si prefieres hacer el mal, antes que pasar por alto, antes que alguna comodidad temporal, has elegido ser mordido por la serpiente en lugar de darle muerte. Cuando das preferencia a tu vicio, a tu deseo, a tu avaricia, a tu serpiente, ¿cómo vas a encontrar en ti ese deseo que te hace correr a la fuente de las aguas? ¿Cómo suspirarás por la fuente de la sabiduría, si todavía te afanas entre el veneno de la malicia? Da muerte en ti a lo que es contrario a la verdad. Y cuando te veas libre de las perversas codicias, no te quedes como si no tuvieras qué desear. Hay, sí, algo hacia lo que debes encaminarte, si es que en ti ya no hay nada que se te oponga. Me dirás, quizá, si ya eres ciervo: Dios sabe que ya no soy avaro, que ya no deseo nada de nadie, que se ha apagado en mí la pasión por el adulterio, que no me consumo ya por el odio, la envidia, ni nada semejante. Me dirás: todo esto en mí ha desaparecido, y tal vez buscas dónde complacerte. Sí, busca dónde complacerte, desea las fuentes de agua; Dios tiene con qué saciarte, y cómo colmar al que acude a él, y al que llega sediento como ciervo veloz, después de matar la serpiente.



4. Hay algo más que debes considerar en el ciervo. Se cuenta de los ciervos —y algunos lo han visto, pues no se podría escribir esto de ellos si antes no lo hubiera comprobado alguien —, se cuenta digo, que los ciervos cuando van en rebaño, o cuando se dirigen nadando a otras tierras, descansan sus cabezas poniéndolas unos sobre otros, de forma que uno va delante y le siguen los que van detrás, poniendo uno sobre el otro su cabeza, hasta terminar la recua. Cuando el primero se ha cansado, pasa al final, para que otro le sustituya y siga con el mismo peso que él llevaba; de esta forma él descansa recostando su cabeza como los demás. Llevando de este modo alternativamente la carga, ejecutan el recorrido sin separarse unos de otros. ¿No se refiere a una especie de ciervos el apóstol, cuando dice: Llevad mutuamente las cargas unos de otros, y así cumpliréis la ley de Cristo? (Gal 6,2).



5. [v.3] Un ciervo así, firme en la fe, que todavía no ve lo que cree, y con deseos de entender lo que ama, soporta a los adversarios que no son ciervos, con su mente oscurecida, que sufren tinieblas en su interior, cegados por la pasión de sus vicios, y que además insultan al creyente, echándole en cara que no les haga ver lo que cree: ¿Dónde está tu Dios? Oigamos cómo reacciona este ciervo contra estas palabras, para en lo posible hacerlo también nosotros. Lo primero que hace es manifestar su sed: Como el ciervo desea las fuentes de agua, así mi alma te desea, oh Dios. ¿Y si el ciervo desea la fuente de agua para lavarse? puesto que no sabemos si es para beber o para lavarse. Fíjate en lo que sigue y no hagas preguntas: Mi alma tiene sed del Dios vivo. Cuando digo: Como el ciervo desea las fuentes de agua, así mi alma te desea, oh Dios, es como si dijera: Mi alma tiene sed del Dios vivo. ¿De qué tiene sed? ¿Cuándo llegaré a ver el rostro de Dios? De esto es de lo que tengo sed: de llegar y estar en su presencia. Tengo sed en mi peregrinación, tengo sed durante el camino. Quedaré saciado cuando llegue. Pero ¿cuándo llegaré? Porque lo que es pronto para Dios, es lento para el deseo. ¿Cuándo llegaré a ver el rostro de Dios? De este deseo brota la exclamación expresada en otro pasaje: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los días de mi vida (Sal 26,4). ¿Y esto para qué? Para contemplar la dulzura del Señor, cuando llegue a ver el rostro de Dios.

  

Oración sálmica:

Tú ves, Señor, cómo nos atraen las cosas terrenas sin acabar de saciarnos: por tu sed divina manifestada en la cruz, danos la sed inextinguible del rostro del Dios vivo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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