5. Recuerdo otros
tiempos,
y desahogo mi alma
conmigo:
cómo marchaba a la
cabeza del grupo
hacia la casa de
Dios,
entre cantos de
júbilo y alabanza
en el bullicio de la
fiesta.
"8. [v.5] Busco a mi Dios en las cosas visibles y corporales y no lo
encuentro; Busco su sustancia en mí, como si fuese algo semejante a mí mismo, y
tampoco lo encuentro. Me doy cuenta de que mi Dios es algo superior a mi alma.
Luego para ponerme en contacto con él, he meditado en todo esto y he levantado
mi alma sobre mí. ¿Cuándo mi alma llegará a tocar lo que busca superior a mi
alma, si mi alma no se eleva sobre sí misma? Si permanece en sí misma, no se
verá más que a ella, y al verse a sí misma, ciertamente no verá a su Dios. Que
digan los que se burlan de mí: ¿Dónde está tu Dios? Sí, que lo digan; yo
mientras no lo veo, mientras estoy a la espera, día y noche mis lágrimas son mi
alimento. Pueden ellos seguir diciendo todavía: ¿Dónde está tu Dios? Yo busco a
mi Dios en cada cuerpo, sea terrestre o celeste, y no lo encuentro; busco su
esencia en mi alma y no la encuentro; me he detenido en la búsqueda de mi Dios,
deseando ver lo invisible de mi Dios por medio de la comprensión de las cosas
creadas (Rm 1,20), he levantado mi
alma sobre mí. Ya no me queda nada más que alcanzar, sino a mi Dios. Por encima
de mi alma está la morada de mi Dios; allí habita, desde allí me observa, desde
allí me creó, desde allí me gobierna, desde allí mira por mí, desde allí me
impulsa, desde allí me llama, desde allí me dirige, desde allí me guía, desde
allí me conduce.
9. El que tiene su casa sublime en lo secreto, tiene también en la
tierra una tienda. Esa su tienda en la tierra, es decir, su Iglesia, está
todavía como peregrina. Pero es aquí donde hay que buscarlo, porque en esa
tienda se encuentra el camino por el que se llega a la casa. Por eso, cuando
elevaba mi alma sobre mí, para lograr encontrar a mi Dios, ¿por qué lo hice?
Porque voy a entrar en la tienda. Así es, ya que fuera de esa tienda me
equivocaré si busco a mi Dios. Porque voy a entrar en la tienda admirable hasta
la casa de Dios. Entraré, sí, en el lugar de la tienda, tienda admirable, hasta
la casa de Dios. Hay muchas cosas que me causan admiración en la tienda. Fijaos
cuántas cosas admiro en ella: puesto que la morada de Dios en la tierra son los
hombres fieles, lo que admiro en ellos es la obediencia de sus componentes,
puesto que no reina en ellos el pecado, obedeciendo a sus deseos, ni prestan
sus miembros al pecado como armas de maldad, sino que los entregan al Dios vivo
para el bien obrar; admiro también los miembros del cuerpo, porque militan al
servicio del alma que sirve a Dios (Rm
6,12-13). Veo también cómo el alma misma obedece a Dios, ordenando las obras de
sus actos, frenando sus pasiones, eliminando la ignorancia, disponiéndose a
soportar cualesquiera molestias e incomodidades, y consagrándose a la justicia
y la caridad con los demás. Admiro también estas virtudes en el alma; pero
todavía voy caminando por la tienda. Paso todas estas realidades; y aunque la
tienda sea admirable, me quedo asombrado cuando llego a la casa de Dios. De
ella habla en otro salmo, habiéndose propuesto una dura y difícil cuestión, de
por qué en esta tierra normalmente les va bien a los malos y mal a los buenos.
Dice así: Me propuse yo entenderlo, pero me resulta muy laborioso, hasta que
entre en el santuario de Dios y entienda las cosas últimas. Porque ahí, en el
santuario de Dios, en la casa de Dios, está la fuente de la inteligencia (Sal 72, 16-17). Fue ahí donde el
salmista comprendió las cosas últimas, y solucionó la duda sobre la felicidad
de los malvados, y el sufrimiento de los justos. ¿Cómo lo resolvió? Porque a
los malos, al consentírseles su continuación en esta tierra, les esperan las
penas eternas; en cambio a los buenos, mientras aquí sufren, se ejercitan para
recibir la herencia que no tiene fin. Y esto el salmista lo pudo conocer en el
santuario de Dios, lo conoció hasta el final. Subiendo a la tienda, llegó hasta
la casa de Dios. Sin embargo, mientras contemplaba las partes de la tienda, fue
conducido hasta la casa de Dios, atraído por una cierta dulzura, por no sé qué
interior y oculto deleite, como si en la casa de Dios sonase dulcemente un
órgano; y mientras caminaba por la tienda, al oír un cierto sonido interior,
seducido por su dulzura, siguiendo su sonido, apartándose de todo estrépito de
la carne y de la sangre, llegó hasta la casa de Dios. Y de tal manera él
recuerda su camino y andadura, que como si le preguntásemos: Quedaste prendado
de la tienda en esta tierra, ¿cómo llegaste al secreto de la casa de Dios?
Responde: Entre cantos de júbilo y alabanzas, en el bullicio de la celebración
de la fiesta. Cuando los hombres celebran aquí sus fiestas mundanas, suelen
colocar algunos instrumentos musicales delante de sus casas, o contratar
instrumentistas, o cualquier música, que fomenta e incita a la sensualidad. ¿Y
qué decimos los que al pasar oímos esto? —¿Qué está sucediendo ahí? Se nos
responde que se está celebrando una fiesta. Se está celebrando un cumpleaños,
se nos dice, o tiene lugar una boda; esto para que no aparezcan inoportunos los
cánticos, sino que la fiesta sirva como excusa a la sensualidad. En la casa de
Dios la fiesta es eterna. Allí no se celebra algo transitorio. La fiesta del
coro de los ángeles es sin fin; la presencia del rostro de Dios produce una
alegría sin límites. Allí el día de fiesta es sin apertura inicial, y sin
final, sin clausura. De aquella perpetua y eterna fiesta perciben un no sé qué
melodioso y dulce los oídos interiores, pero sólo si se silencia el estrépito
del mundo. Al que va caminando por esta tienda, y medita en las maravillas de
Dios para la redención de los fieles, le acaricia el oído la música de esta
festividad, y arrebata al ciervo hacia las fuentes de agua".
Oración sálmica:
Oh Dios, que
admirablemente purificas nuestra mirada. De ti tienen sed ardiente las almas de
tus fieles servidores. Concédenos que, al mismo tiempo que te buscamos
apacentados por una visible efusión de lágrimas, te recibamos invisiblemente en
el tabernáculo de nuestro corazón.
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