martes, 24 de diciembre de 2019
sábado, 21 de diciembre de 2019
ADVIENTO: HOMILIAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (IV)
Hijos de Abrahán
Concebirás y darás a luz un hijo (Vigilia, Homilía III[1]) (Lucas 1, 26-37; 2Tim 2, 8-13).
Según había prometido a nuestros
padres, Abrahán y a su descendencia para siempre. Recordando a los patriarcas,
Santa María cita con razón nominalmente a Abrahán porque, aunque muchos
patriarcas y santos dieron simbólicamente testimonio de la encarnación del
Señor, sin embargo solo a él se le anunciaron por primera vez de un modo
manifiesto los misterios de su encarnación y de nuestra redención.… Porque
también nosotros somos semilla e hijos de Abrahán, cuando renacemos en los
sacramentos de nuestro Redentor, que tomó carne de la estirpe de Abrahán (p.
113).
Y en
virtud de un misterio sublime el recién nacido eligió para sí una sede en un
pesebre al que los animales suelen acudir para alimentarse… Con el buey designa
al pueblo judío… con el asno al pueblo de los gentiles… (p. 133).
Preparar la Navidad
Por eso es necesario, hermanos
queridísimos, que nosotros, a quienes el Señor promete la eterna recompensa,
luchemos por obtenerla con un infatigable esfuerzo espiritual… Por tanto, insistamos
en la meditación frecuente de los textos evangélicos, retengamos siempre en la
memoria los ejemplos de la bienaventurada Madre de Dios, al fin de que,
encontrados humildes a los ojos de Dios y obedientes al prójimo por el respeto
que debemos, merezcamos ser elevados junto con ella para siempre. Procuremos
con solicitud que no nos ensoberbezca indebidamente la alabanza de quienes nos
ensalzan, al ver cómo ella mantuvo una constancia inamovible de humildad en
medio de palabras de verdadera alabanza… (p. 114).
Si
meditamos de continuo los hechos y las palabras de Santa María, permanecerán en
nosotros… Porque de una parte se difundirá en la santa Iglesia la óptima y
saludable costumbre de que todos canten a diario el himno sagrado junto con la
salmodia de las laudes vespertinas, por cuanto con eso la frecuente
conmemoración de la encarnación del Señor encenderá las almas de los fieles en
el amor a esa devoción; y de otra, la ponderación más frecuente del ejemplo de
la Virgen, confirmará en la solidez de las virtudes. Y esto es bueno que se
haga convenientemente a la hora vespertina, esto es cuando nuestra mente,
fatigada por la jornada diaria y disipada en pensamientos de todo tipo, al
acercarse el tiempo de descanso, se recoge para considerarse a sí misma y, tras
haber sido advertida saludablemente para que prescinda de todo lo superfluo y
nocivo de los avatares del día, limpie todo eso tempestivamente una vez más con
oraciones y lágrimas.
Vueltos
hacia el Señor, imploramos su clemencia a fin de que, de una parte sepamos
venerar la memoria de santa María con los oficios oportunos, y de otra
merezcamos llegar a la celebración solemne de la Navidad del Señor con un alma
más pura. Él en persona fomenta nuestro deseo de realizar obras espirituales y
percibir los dones celestiales, Él que por nosotros quiso que su Unigénito
Jesucristo nuestro Señor se encarnara y que quiso darle una forma de vivir
entre los hombres” (p. 115).
Concebirás y darás a luz un hijo (Vigilia, Homilía III[1]) (Lucas 1, 26-37; 2Tim 2, 8-13).
La lectura del santo evangelio que
acabamos de escuchar, carísimos hermanos, nos recuerda el exordio de nuestra
redención, cuando Dios envió un ángel a la Virgen para anunciarle el nuevo
nacimiento, en la carne, del Hijo de Dios, por quien –depuesta la nociva
vetustez– podamos ser renovados y contados entre los hijos de Dios. Así pues,
para merecer conseguir los dones de la salvación que nos ha sido prometida,
procuremos percibir con oído atento sus primeros pasos.
El ángel
Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una
virgen desposada con un hombre llamado José; la virgen se llamaba María. Lo que
se dice: de la estirpe de David, se refiere no sólo a José, sino también a
María, pues en la ley existía la norma según la cual cada israelita debía
casarse con una mujer de su misma tribu y familia. Lo atestigua el Apóstol,
cuando escribiendo a Timoteo, dice: Haz memoria de Jesucristo el Señor,
resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi
evangelio. En consecuencia, el Señor nació realmente del linaje de David, ya
que su Madre virginal pertenecía a la verdadera estirpe de David.
El ángel,
entrando a su presencia, dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia
ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará
el trono de David su Padre». Llama trono de David al reino de Israel, que en su
tiempo David gobernó con fiel dedicación por mandato y con la ayuda de Dios.
Dio, pues, el Señor a nuestro Redentor el trono de David su padre, cuando
dispuso que éste se encarnara en la estirpe de David, para que con su gracia
espiritual condujera al reino eterno al pueblo que David rigió con un poder
temporal. Como dice el Apóstol: Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
Y reinará
en la casa de Jacob para siempre. Llama casa de Jacob a la Iglesia universal,
que por la fe y la confesión de Cristo pertenece a la estirpe de los
patriarcas, sea a través de los que genealógicamente pertenecen a la línea de
los patriarcas, sea a través de quienes, oriundos de otras naciones, renacieron
en Cristo mediante el baño espiritual. Precisamente en esta casa reinará para
siempre, y su reino no tendrá fin. Reina en la Iglesia durante la vida
presente, cuando, habitando en el corazón de los elegidos por la fe y la
caridad, los rige y los gobierna con su continua protección para que consigan
alcanzar los dones de la suprema retribución. Reina en la vida futura, cuando,
al término de su exilio temporal, los introduce en la morada de la patria
celestial, donde eternamente cautivados por la visión de su presencia, se
sienten felices de no hacer otra cosa que alabarlo.
[1] CCL 122, 14-17.
sábado, 14 de diciembre de 2019
HORARIOS DE NAVIDAD 2019
Martes 24 de diciembre
5,20 hs. Vigilias.
7,30 hs. Misa con Laudes.
12,00 hs. Sexta.
18,00 hs. Primeras vísperas de la Natividad
del Señor.
19,00 hs. Oficio de Lecturas de la Natividad
del Señor.
22,00 hs. Misa de la Nochebuena.
Miércoles 25 de diciembre
8,20 hs. Laudes.
10,00 hs. Misa del día de la Natividad del
Señor.
12,00 hs. Sexta.
19,00 hs. Segundas Vísperas de la Natividad
del Señor .
Martes 31 de diciembre
5,20 hs. Vigilias.
7,30 h. Misa con Laudes.
12,00 hs. Sexta.
18,00 hs. Primeras Vísperas de la Octava.
19,00 hs. Misa Vespertina.
23,00 hs. Oficio de Lecturas de la Madre de
Dios.
Miércoles 1 de enero
8,20 hs. Laudes.
10,00 hs. Misa de la Madre de Dios.
12,00 hs. Sexta.
19,00 hs. Segundas vísperas de la Madre de
Dios.
ADVIENTO: HOMILÍAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (III)
Ese pasaje narra que fue enviado un
ángel del cielo a la Virgen, para que anunciara el nuevo nacimiento carnal del
Hijo de Dios por el que nosotros, depuesto el pecado antiguo, estemos en
condiciones de ser renovados y contados entre los hijos de Dios. Así pues, a
fin de merecer alcanzar los dones de la salvación que se nos promete,
intentemos escuchar con oído atento (p. 88). Dice así: Fue enviado por Dios el
ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un varón de nombre José. … porque la causa primera de la perdición del hombre
se produjo cuando la serpiente fue enviada por el diablo a una mujer que debía
ser engañada por un espíritu de soberbia… Por tanto, puesto que la muerte entró
a través de una mujer, era adecuado que también la vida volviera por medio de
una mujer. Aquella, seducida por el diablo en figura de serpiente, ofreció al
varón el gusto a la muerte; ésta, instruida por Dios a través de un ángel, dio
a luz al mundo al autor en la Salvación…
Tras
haber recibido una gracia tan grande, veamos a qué sublime altura de humildad
se mantiene santa María. Dice: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según
tu palabra. Verdaderamente posee una gran constancia en la humildad la que se
llama a sí misma sierva, cuando es elegida madre de su Creador.… Hágase en mí
según tu palabra. Hágase que el Espíritu Santo, viniendo hasta mí, me haga
digna de los divinos misterios. Cúmplase que en mi vientre el Hijo de Dios se
vista el hábito de una sustancia humana y salga de su tálamo como un esposo
para la Redención del mundo.
Nosotros,
hermanos queridísimos, secundando su voz y su actitud en la medida en que somos
capaces, afanémonos por ser servidores de Cristo en todas nuestras acciones y
reacciones, sometamos todos los miembros de nuestro cuerpo a su servicio,
orientemos toda nuestra mirada al cumplimiento de su voluntad y agradezcamos
los dones que de Él hemos recibido, viviendo honestamente, de manera que
merezcamos ser considerados dignos de recibirlos aún mayores. Roguemos
asiduamente, junto con la santa Madre de Dios, para que se cumpla en nosotros
su palabra; o sea, aquella palabra con la que Él en persona explica el motivo
de su encarnación: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, a
fin de que todo el que cree en Él no perezca sino que tenga vida eterna” (p.
99).
La alabanza de Santa María y Santa Isabel (Homilía IV) (Lucas 1,39-56; 11, 27-28)
En cuanto oyó Isabel el saludo de
María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo… y clamó
con fuerte voz… Sí, con fuerte voz, porque reconoció los grandes dones de Dios…
Porque no podía alabar al Señor con devoción por medio de una voz moderada, la
que vibraba llena del Espíritu Santo… Y se alegraba porque había llegado Aquel
que, concebido de la carne de una madre Virgen, sería llamado y sería en verdad
Hijo del Altísimo (p. 103). ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, indudablemente, el mismo Espíritu que le inspiró el don de profecía, le
prestó igualmente la gracia de la humildad (p. 105).
Y dijo:
Mi alma magnifica al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios mi
Salvador... Con estas palabras, en primer lugar, pone de manifiesto los dones
especiales que se le han concedido… Su alma magnifica al Señor que toma
posesión de todos los afectos de su hombre interior para la alabanza y el
servicio divinos, porque con la observancia de los preceptos divinos demuestran
que piensa continuamente en el poder de su Majestad. Exulta su espíritu en
Dios, su Salvador, porque no se goza en las cosas terrenas, no se deja seducir
por la afluencia de cosas caducas, no se quiebra con la adversidad, sino que se
deleita solo en la contemplación de su Creador, de quien espera la salvación
eterna… Ella pudo exultar con todo derecho en Jesús -esto es, en su salvación-
con una alegría especial, superior a la de los demás santos, porque sabía que
Aquel a quien ella conocía como perpetuo autor de la salvación, precisamente
ese habría de nacer de su carne por medio de un parto temporal por cuanto, en
una misma persona, sería verdaderamente a la vez su hijo y su Señor (p. 107).
Y su
misericordia se derrama de generación en generación… Y con estas palabras de
Santa María ella canta la palabra de Dios en persona, con la que proclamó que
no sólo era bienaventurada la madre que mereció engendrarle corporalmente, sino
todos aquellos que guardaren sus mandamientos. Porque, en una ocasión Él estaba
enseñando al pueblo… Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan (p.
109).
martes, 10 de diciembre de 2019
lunes, 9 de diciembre de 2019
sábado, 7 de diciembre de 2019
ADVIENTO: HOMILIAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (II)
IV. Contemplar a Cristo en su Humanidad (Homilía II) (Juan
1, 1-34 y 14)
El Precursor de nuestro Redentor, al
dar testimonio de Él, anuncia de antemano la excelencia de su Humanidad y a la
vez lo eterno de su Divinidad. Porque decía a voz en grito… El que vendrá
después de mí, ha sido hecho antes de mí, porque era primero que yo. (p. 77).
En efecto, al decir el que vendrá después de mí, da a entender el orden
dispuesto en la economía de la encarnación, según la cual nació después de él y
después de él predicaría, haría milagros y sufriría la muerte. Pero, al añadir
ha sido hecho antes de mí, se refiere a la excelsitud de su Humanidad… por eso
irá delante de mí en la gloria de su majestad, incluso en la Humanidad que ha
asumido, aunque haya nacido después de mí.
Verdaderamente
el Señor estaba lleno del Espíritu Santo, lleno de gracia y de verdad, porque
como dice el Apóstol: En Él habita toda la plenitud de la divinidad
corporalmente. … (p. 79). Por tanto, puesto que… hemos recibido lo bueno que
tenemos de la plenitud de nuestro Creador, hay que tener muchísimo cuidado de
que ningún incauto se ensalce a sí mismo por una buena acción o idea propia…. Porque
los bienes que recibimos para creer, para amar, para actuar, no los recibimos
por nuestros méritos precedentes, sino porque nos los concede Aquel que dice:
no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido y os he puesto
para que vayáis y deis fruto (p. 81).
Continúa el Evangelio: Porque la Ley
fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vino por Jesucristo… La gracia y la
verdad se cumplieron por medio de Jesucristo porque con el don de su Espíritu,
concedió la posibilidad de que la Ley fuera comprendida de una manera
espiritual y cumplida; y porque al mismo tiempo introduce a quienes la cumplen
en la verdadera felicidad de la vida celestial, que prefiguraba la tierra prometida…
En
verdad, ninguna gracia mayor puede concederse a los hombres, ninguna verdad más
sublime pueden conocer que aquella de la que el unigénito Hijo de Dios habla a
sus fieles, cuando dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios… Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios
verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo (p. 84).
Él en
persona, revistiéndonos con los sacramentos de su encarnación, santificándonos
con los carismas de su Espíritu, nos ayuda para que podamos llegar hasta ella
(la contemplación). Y Él mismo, después de haber pronunciado en forma de hombre
la última sentencia, nos introducirá de una manera sublime en la contemplación
de la majestad divina y nos explicará de un modo admirable los misterios del
reino celestial… Yo me manifestaré –dice- a quienes me aman, para que quienes
me han conocido mortal en su naturaleza sean capaces de ver ya desde ahora en
mí a uno que es igual al Padre y al Espíritu Santo en su naturaleza… A todos
ellos, sin embargo, el Hijo que está en el seno del Padre, les mostrará a Dios,
a cada uno según su capacidad, cuando en el momento de la resurrección les
imparta la bendición (p. 87).
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