sábado, 28 de septiembre de 2019

IX. LECTIO COMPARTIDA DEL SALMO 41


Ángel Aparicio y José Cristo Rey García: Salmo 41, resonancias en la vida religiosa



Mi alma tuvo siempre sed de Ti: Hay un ansia irrefrenable de Dios en lo más íntimo de nuestro ser. Todo lo que somos está secretamente imantado por Aquel que nos creó y redimió. Hay, sin embargo, un complicado entramado de mediaciones, que nos impide la unión con el Dios vivo y la visión de su rostro cautivador. Y por eso sufrimos como un desgarro interior: vivimos en dos mundos, entre dos polos de atracción.

«¿Dónde está tu Dios?», nos preguntan incesantemente quienes conviven con nosotros, aunque no comparten nuestra fe, al constatar que nuestro Dios todavía no ha permitido que se agote el manantial de nuestras lágrimas y deja que se rompan nuestros huesos por las burlas de nuestros adversarios.

La sed de Dios no es una ilusión utópica, que nos droga y descompromete. Tenemos sed de un agua que hemos probado alguna vez: «Recuerdo otros tiempos...». Ha habido momentos de inolvidable e indescriptible encuentro con Dios; sabemos que El no sólo es capaz de apaciguar nuestra sed, sino que «sus torrentes y sus olas nos han arrollado». Hay motivos para seguir alentando nuestra sed de Dios. Ese es justamente el itinerario de nuestra vocación personal y comunitaria: el camino de un grupo de sedientos, que no olvidan su sed, porque su alma tuvo siempre sed de Dios. Sacramentalizamos con ello al Jesús que en la cruz también clamó: «Tengo sed».

 


Olivier Clément, El rostro interior[1]



“El verdadero monje –y, en este sentido, no hay un cristiano que no sea llamado a un ‘monaquismo interiorizado’, a entrar en un desierto donde las aguas de la tierra no pueden quitar la sed- es sorprendido y enganchado por la belleza de Cristo, por esa Faz que permite descubrir, a través de las caretas y las máscaras, los verdaderos rostros, e intentar iluminarlos y liberarlos por un amor desinteresado. El verdadero monje no destruye sino que ilumina el eros humano, expresa su verdadero sentido en este reencuentro con el Eros divino. El deseo se convierte en Dios mismo haciéndose en nosotros deseo de Dios. ‘Que el eros físico sea para ti un modelo de tu deseo de Dios’, dice san Juan Clímaco (La santa escala, escalón 26)”.

[1] p. 80.

sábado, 21 de septiembre de 2019

IX. LECTIO COMPARTIDA DEL SALMO 41



11 Se me rompen los huesos,

por las burlas del adversario;

todo el día me preguntan:

“¿Dónde está tu Dios?”

12 ¿Por qué te acongojas, alma mía,

por qué te me turbas?

Espera en Dios, que volverás a alabarlo:

“Salud de mi rostro, Dios mío”.



18. [v.11] ¿Por qué me has rechazado? Desde la profundidad de la fuente de la inteligencia de la verdad inmutable, ¿Por qué me has rechazado? ¿Por qué, a causa de la gravedad y el peso de mi maldad, estando allí absorto, he sido arrojado a estas cosas? Y dice esta misma voz en otro lugar: Yo dije en mi arrobamiento, cuando vio algo grandioso, en un arrebato de su mente: He sido arrojado de la presencia de tus ojos (Sal 30,23). Compara la situación anterior, aquellas maravillas en que estaba absorto, y se ve lejos, arrojado de la presencia de los ojos de Dios, como dice aquí: ¿Por qué me has rechazado, por qué voy andando entristecido, mientras me acosa el enemigo, mientras quebranta mis huesos el diablo tentador, multiplicando sus tropiezos por todas partes, enfriando con su abundancia la caridad de muchos? (Mt 24,12). Cuando vemos a los fuertes de la Iglesia ceder muchas veces a los escándalos, ¿no dice el cuerpo de Cristo: El enemigo está quebrantando mis huesos? Porque los huesos son los fuertes, y a veces los mismos fuertes ceden a las tentaciones. Cuando un miembro del cuerpo de Cristo considera estas cosas, ¿No exclama con la voz del cuerpo de Cristo: Por qué me has rechazado, por qué voy andando entristecido, mientras me acosa el enemigo, mientras quebranta mis huesos? No sólo mis carnes, sino también mis huesos, para que veas que aquellos que teníamos de algún modo por fuertes, también caen en las tentaciones; así los otros, los débiles perderán la esperanza, viendo cómo sucumben los fuertes. ¡Cuántos peligros hay aquí, hermanos!

19. [v.11—12] Se burlan de mí los que me hacen sufrir. Y de nuevo aquella voz: Mientras me repiten día tras día: ¿Dónde está tu Dios? Sobre todo estas expresiones las repiten en las pruebas de la Iglesia: ¿Dónde está tu Dios? ¿Cuántas veces no oyeron esto los mártires, que sufrieron con valentía por el nombre de Cristo? ¿Cuántas veces se les dijo: «Dónde está vuestro Dios? Que os libre si puede». Los hombres veían exteriormente sus torturas, pero no veían las coronas que recibían interiormente. Se burlan de mí los que me hacen sufrir, mientras día tras día me repiten: ¿Dónde está tu Dios? Y yo, como mi alma está en mi interior turbada por estas cosas, ¿qué le voy a decir, sino: Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Y como si ella respondiese: ¿Cómo quieres que no te atormente, sumida en tantos males? Suspirando como suspiro por el bien, anhelándolo con gran esfuerzo, ¿cómo quieres que no te conturbe? Espera en Dios, que todavía volveré a alabarlo. Repite la misma confesión, vuelve a confirmar su esperanza: Salud de mi rostro, Dios mío.



Oración sálmica:

«Del lado del Sur, del lado

del Norte y del Mediodía,

busque la luz del Amado.

Pero su luz no venía.

¡Y no vi que me tenía

toda su luz anegado!».

(Pemán).

sábado, 14 de septiembre de 2019

VIII. LECTIO COMPARTIDA DEL SALMO 41


9 De día el Señor me hará misericordia,

de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida.

10 Diré a Dios: “Roca mía, ¿por qué me olvidas? +

¿por qué voy andando sombrío, *hostigado por mi enemigo?”




16. [v.9] Por eso continúa: De día el Señor concede su misericordia, y de noche la dará a conocer. A nadie deja de escuchar en la tribulación. Poned atención cuando os va bien, escuchad cuando todo marcha bien; y cuando estáis tranquilos, aprended la sabiduría, acoged la palabra de Dios como el alimento. Cuando alguien pasa por momentos dolorosos, debe aprovecharle lo que oyó en la tranquilidad. Porque en la prosperidad el Señor te dispensa su misericordia si es que le sirves con fidelidad, porque de la tribulación él te libera. Pero esta misericordia que te dispensó durante el día, no te la dará a conocer sino durante la noche. Cuando llegue el sufrimiento, entonces no te faltará el auxilio; te va mostrando así, cómo fue verdad lo que dispensó durante el día. De hecho está escrito en un cierto pasaje: Qué buena es la misericordia del Señor en el tiempo de la tribulación, como nubes de lluvia en tiempo de sequía (Eclo 35,26). Y dice el salmo: De día el Señor concede su misericordia, y de noche la dará a conocer. Su ayuda no te la muestra sino cuando llega la tribulación, de la que serás liberado por el que te lo prometió durante el día. De ahí que se nos aconseje imitar a la hormiga (Prov 6,6). Lo mismo que la prosperidad en el mundo significa el día, y la adversidad la noche, de forma diversa la prosperidad de este mundo significa el verano, y la adversidad el invierno. ¿Y qué hace la hormiga? Almacena durante el verano lo que le ha de servir para el invierno. Por lo tanto, cuando es verano, es decir, cuando os va bien, cuando estáis tranquilos, escuchad la palabra del Señor. ¿Y cómo será posible que durante la tempestad de este siglo, podáis atravesar este mar todo entero? ¿Cómo será posible? ¿Qué hombre lo ha podido conseguir? Si le sucede a alguien, se hace más temible esa tranquilidad. De día el Señor concede su misericordia, y de noche la dará a conocer.

17. [v. 9—10] ¿Qué vas a hacer, pues, durante este destierro? ¿Cómo te comportarás? Dirigiré mi oración al Dios de mi vida. Es lo que hago aquí, como un ciervo sediento, que busca las fuentes de agua, recordando la dulzura de aquella voz que me fue guiando a través de la tienda hacia la casa de Dios, hasta que este cuerpo, que es lastre del alma, se corrompa (Sab 9,15), dirigiré mi oración al Dios de mi vida. Para suplicar a Dios, no tendré que comprar nada en ultramar; ni para que mi Dios me escuche tendré que navegar para traer de lejanas tierras aromas e incienso, ni voy a llevarle un carnero ni un becerro de mi rebaño: En mí está la oración al Dios de mi vida. Tengo dentro la víctima que he de inmolar, el incienso que voy a poner, el sacrificio con el cual aplacaré a mi Dios: Mi sacrificio a Dios es un espíritu quebrantado (Sal 50,19). Mira cuál es el sacrificio de un espíritu quebrantado que llevo dentro, escucha: Diré a Dios: Protector mío, ¿por qué me has olvidado? Mi sufrimiento en este mundo es como si te hubieras olvidado de mí. Tú me pones a prueba, y sé que me das largas, que no me quitas lo que me has prometido. Sin embargo ¿Por qué me has olvidado? Parecería que nuestra Cabeza tomó nuestra misma voz para clamar: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Sal 21, 2; Mt 27, 46). Diré al Señor: Protector mío, ¿por qué me has olvidado?



Oración sálmica: Manifiesta tu poder en nosotros, Señor, y aleja de nuestra alma la tristeza; apacigua la amenaza de tus olas y el incendio de tu ira, así, con la tranquilidad de haber alcanzado tu perdón, anhelaremos poseerte a ti, como busca la cierva las corrientes de agua. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

sábado, 7 de septiembre de 2019

VII LECTIO COMPARTIDA DEL SALMO 41



8 Una sima grita a otra sima

con voz de cascadas:

tus torrentes y tus olas

me han arrollado.

  

13. [v.8] Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas. Quizá podré llevar a término el salmo ayudado por vuestro interés, ya que advierto vuestro fervor. En realidad no me preocupa demasiado vuestro cansancio por estarme escuchando, puesto que veis en mí que os hablo cómo estoy sudando con el mismo cansancio. Al ver mi esfuerzo, sin duda que ya estáis colaborando; porque no trabajo para mí, sino para vosotros. Así que escuchad, ya que os veo cómo lo estáis deseando. Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas: Se lo dice a Dios el que se acordó de Dios desde la tierra del Jordán y el Hermón; admirándose de esto, dijo: Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas. ¿De qué abismo se trata, y a qué abismo llama? Cierto que esta comprensión es un abismo. Sí, un abismo es una profundidad impenetrable, incomprensible; y a lo que más nos referimos es a la inmensidad de las aguas. En ellas hay altura y profundidad, una profundidad en la que no se puede llegar hasta el fondo. De ahí que en cierto lugar está escrito: Tus juicios son un abismo inmenso (Sal 35,7). Con esto quiere la Escritura destacar que los juicios de Dios son incomprensibles. ¿Cuál es el abismo que llama a otro abismo? Si la profundidad es un abismo, ¿no tendremos el corazón del hombre por un abismo? ¿Qué hay más profundo que este abismo? Pueden hablar los hombres, se les puede ver en el accionar de sus miembros, oírlos en sus discursos. Pero ¿quién penetra su pensamiento? ¿Quién llega a ver su corazón? Todo lo que en su interior planea, aquello de lo que es capaz en su intimidad, lo que obra por dentro, lo que decide en su interior, lo que íntimamente quiere y no quiere, ¿quién logrará conocerlo? Creo, no sin razón, que podemos juzgar al hombre como un abismo, según se dice en aquella cita: Se acerca el hombre al corazón profundo, y Dios será exaltado (Sal 63,7-8). Si, pues, el hombre es un abismo, ¿cómo es que el abismo invoca al abismo? ¿El hombre invoca al hombre? ¿Lo invoca del mismo modo que Dios es invocado? No. Lo que pasa es que por invocar entendemos llamar hacia sí. Por ejemplo, se dice de alguien que invoca la muerte. Es decir, vive de tal manera que está llamando a la muerte. Porque no hay nadie que estando en oración invoque la muerte; en cambio los hombres, con su mala vida están llamando a la muerte. Un abismo llama a otro abismo, el hombre al hombre. Así se aprende la sabiduría, así se inicia uno en la fe, cuando un abismo llama a otro abismo. Al abismo llaman los santos predicadores de la palabra de Dios. ¿No son ellos también un abismo? Para que te des cuenta de que también ellos son un abismo, dice el Apóstol: No me importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. Escuchad esto, para ver hasta qué punto es todavía un abismo: Es que ni yo mismo me juzgo (1 Cor 4, 3). ¿Os parece que puede ser tanta la profundidad del hombre, que se le oculte al mismo hombre en que está? ¡Qué profunda debilidad se ocultaba en Pedro, cuando ignoraba en su intimidad lo que iba a hacer, y estaba prometiendo con temeridad que iba a morir con el Señor o por el Señor! (Jn 13,37). ¡Qué abismo era! Y sin embargo ese abismo era patente a los ojos de Dios. De hecho Cristo le estaba anunciando, lo que él mismo ignoraba en su interior. Luego todo hombre, aunque sea santo, justo, aun avanzado en muchos aspectos, es un abismo, y llama al abismo cuando anuncia a otro hombre algo referente a la fe, o alguna verdad referente a la vida eterna. Pero entonces el abismo es útil al abismo invocado, cuando se hace con la voz de tus cascadas. Un abismo llama a otro abismo, un hombre conquista a otro hombre; pero no por su propia voz, sino con la voz de tus cascadas.

14. Mirad otra interpretación: Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas. Yo, que me estremezco, cuando se turba mi alma en mi interior, tengo un gran miedo a tus juicios. Tus juicios, en efecto, son un abismo profundo (Sal 35,7), y un abismo llama a otro abismo. Pues en esta carne mortal, llena de fatigas, pecadora, colmada de molestias y escándalos, sometida a la concupiscencia, hay una cierta condenación en tu sentencia; porque al pecador le dijiste: Morirás de muerte, y también: Comerás el pan con el sudor de tu rostro (Gn 2,17; 3, 19). He ahí el primer abismo de tu juicio. Y si los hombres en esta vida viven mal, un abismo llama a otro abismo¸ ya que pasan de castigo en castigo, de unas tinieblas a otras, de una sima a otra sima, de suplicio en suplicio, en fin, del ardor de las pasiones a las llamas del infierno. Así que fue esto lo que aquel hombre temió cuando dice: Mi alma está turbada en mi interior; por eso te recuerdo, Señor, desde la tierra del Jordán, y del Hermón. Necesito ser humilde. Me han causado terror tus juicios, estoy muy atemorizado de tus sentencias; por eso mi alma está turbada en mi interior. ¿Y qué juicios tuyos son los que yo temo? ¿Son de poca importancia estos tus juicios? No, son importantes, son rígidos, son dolorosos; pero ¡ojalá fueran sólo ellos! Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas. Porque tú amenazas, tú dices que después de estos agobios aún resta otra condenación: Con la voz de tus cascadas un abismo llama a otro abismo. ¿Adónde escaparé de tu mirada, adónde iré lejos de tu aliento (Sal 138,7), si es que un abismo llama a otro abismo, y después de estos sufrimientos se temen otros más graves?

15. Tus aguas encrespadas y tu oleaje se han echado sobre mí. Las olas en lo que ya experimento, las aguas encrespadas en tus amenazas. Todos mis sufrimientos son tus oleajes; toda amenaza tuya son tus aguas encrespadas. En el oleaje llama a este abismo, en las aguas encrespadas invoca al otro abismo. En aquello que me toca sufrir, están tus olas; y en tus amenazas más graves, todas tus aguas encrespadas han pasado sobre mí. El que amenaza no oprime, sino que da largas. Pero ya que tú liberas, hablé así a mi alma: Espera en Dios, que lo alabaré; salud de mi rostro, Dios mío. Porque cuanto más frecuentes son las calamidades, más dulce será tu misericordia.



Oración sálmica:

Señor Jesucristo, fuente de toda vida y principio de todo bien, que, por el agua del bautismo, nos has llamado del abismo del pecado al abismo de tu misericordia, no nos olvides mientras peregrinamos, lejos de tu rostro, anhelando tu presencia; no dejes sin saciar nuestra alma que tiene sed de ti, antes danos el consuelo de tu amor; que, saciados por tu palabra, no desfallezcamos en el camino y podamos entrar después de la muerte a ver el rostro de Dios Padre y gocemos de tu presencia, por los siglos de los siglos.