sábado, 30 de mayo de 2020

SOLMENIDAD DE PENTECOSTES (SANTA HILDEGARDA DE BINGEN, DOCTORA DE LA IGLESIA)


Oh fuego del Espíritu confortador, vida de la vida de toda la creación.

Sois santo infundiendo vida a las formas.

Sois santo poniendo ungüento a los malheridos,

sois santo purificando las llagas fétidas.

Aliento de santidad, fuego del amor, sabor dulce dentro de los pechos, infundido en los corazones con el perfume de las virtudes.

Fuente purísima, en la cual se muestra cómo Dios reúne a los desencaminados y va en búsqueda de aquellos que se han perdido.

Coraza de vida, esperanza de unidad de todos los miembros, cinturón de honestidad, salvad a los bienaventurados.

Guardad a aquellos que han sido hechos prisioneros por el enemigo, y liberad a los encadenados, a los cuales quiere salvar el poder divino.

Oh, camino firmísimo, que atravesáis todos los lugares, las alturas, los lugares llanos y todos los abismos, vos todo lo componéis y reunís.

Para vos las nubes corren, el aire vuela, las piedras tienen humedad, los riachuelos brotan de las fuentes, y la tierra rezuma verdor.

Vos siempre habéis guiado a los doctos, alegrados por la inspiración de la sabiduría.

Así pues, alabanza a vos, que sois sonido de alabanza y gozo de vida, esperanza y honor supremo, otorgando los dones de la luz.



Secuencia al Espíritu Santo, Santa Hildegarda de Bingen







Azucena A. Fraboschi - Esther D. Portiglia; Creo... Meditando sobre Fe e Iglesia, con Santa Hildegarda de Bingen



X. CREO EN EL ESPÍRITU SANTO.



  1. Ven, Espíritu Santo… El envío



Jesús Lo promete en la última cena: “Y Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito –Consolador e Intercesor– para que permanezca con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad que el mundo no puede recibir porque no Lo ve ni Lo conoce. […] Pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre os enviará en Mi nombre os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho.” (Juan 14, 16-17; 26). Los discípulos acaban de escuchar las misteriosas palabras de Cristo dándoles el pan y el vino como Su cuerpo y Su sangre, presienten un doloroso final, una separación, están tristes y desorientados. Y aún hay más: “Yo os digo la verdad. Os conviene que Yo me vaya, porque si no Me voy el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si Me voy os Lo enviaré.” (Juan 16, 7). Juan Pablo II subraya que “según el designio divino, la ‘partida’ de Cristo es condición indispensable del ‘envío’ y de la venida del Espíritu Santo.” (Dominum et vivificantem § 11). ¿Por qué? Lo dice a continuación, cuando recuerda la creación del hombre, vivificado por el Divino Espíritu, a la que siguió el pecado que, poniendo al hombre bajo el mortal dominio del demonio, alejó de él al Espíritu de vida y de gracia. La recreación, nuevamente por obra del Espíritu Santo, no podía darse sino después de la redención, es decir, de la muerte salvífica de Cristo en la cruz, muerte que pagando la deuda contraída rescataba al hombre de la esclavitud y lo tornaba libre, devolviéndole la relación filial con el Padre: “Porque sois hijos Dios, ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gálatas 4, 6) (§§ 13-14. 135).

A propósito de esta voz del Espíritu Santo en nuestros corazones, traemos unas palabras del papa Benedicto XVI, de una de sus catequesis sobre la oración: Sabemos que es verdad lo que dice el Apóstol: “No sabemos orar como conviene”. Queremos orar, pero Dios está lejos, no tenemos las palabras, el lenguaje para hablar con Dios, ni siquiera el pensamiento. Sólo podemos abrirnos, poner nuestro tiempo a disposición de Dios, esperar que Él nos ayude a entrar en el verdadero diálogo. El Apóstol dice que precisamente esta falta de palabras, esta ausencia de palabras, incluso este deseo de entrar en contacto con Dios, es oración que el Espíritu Santo no sólo comprende, sino que lleva, interpreta ante dios. Precisamente esta debilidad nuestra se transforma, a través del Espíritu Santo, en verdadera oración, en verdadero contacto con Dios. El Espíritu Santo es, en cierto modo, intérprete que nos hace comprender a nosotros mismos y a Dios lo que queremos decir.” (“La oración en las cartas de san Pablo”, miércoles 16 de mayo de 2012)

¡Qué consoladora verdad, que acompaña y conforta nuestras vidas, nuestros silencios, nuestras necesidades, nuestros callados gritos, tantas desolaciones…, pero que también expresa nuestra gratitud y nuestro amor que también a veces, desbordándonos, nos dejan sin palabras!

Pero volvamos a la promesa del envío, y a Jesús que continúa diciendo: “Cuando Él, el Espíritu de la Verdad venga, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por Sí mismo sino que dirá lo que habrá oído, y os anunciará lo que ha de venir. Él Me glorificará porque recibirá de lo Mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que recibirá de lo Mío y os lo anunciará.” (Juan 16, 13-15). Henri de Lubac lo afirma con clara contundencia: “Después de la glorificación de Jesús se nos dio el Espíritu, y este don del Espíritu, en el día de Pentecostés, acabó de constituir la Iglesia. […] Fiel a la misión de Aquel ‘en Cuyo nombre’ –Cristo– nos ha sido enviado, nos hace comprender Su mensaje, nos hace ‘volver a recordar’, pero no añade nada. […] Después que Jesús volvió a subir al Padre, Él –el Espíritu Santo– continúa hablando, pero es únicamente para dar testimonio de Jesús, como Jesús da testimonio del Padre. […] No hay más Espíritu que este Espíritu de Jesús, y el Espíritu de Jesús es el alma que anima Su cuerpo.” (Meditación sobre la Iglesia, p. 230-31). El Espíritu de Jesús es el alma que anima Su Cuerpo Místico, esto es la Iglesia, nosotros, cada uno de nosotros, Sus miembros.

El Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo que nos ha sido enviado, a Quien hemos recibido, Quien mora en nosotros, pero… ¿podemos ahora decir algo más de Él?





  1. El Espíritu Santo, ese fuego inextinguible



El Espíritu Santo es verdaderamente un fuego inextinguible, y Quien da todos los bienes, ilumina todos los bienes, suscita y reaviva todos los bienes, enseña todos los bienes (El libro de los merecimientos de la vida 6, 20. Hildegardis Liber Vite Meritorum, p. 271). El Espíritu Santo es verdaderamente un fuego inextinguible. “Dios no es un fuego escondido ni un fuego callado y silencioso, sino que es un fuego operante” (Idem. 1, 25. Hildegardis Liber Vite Meritorum, p. 23). El fuego, elemento dinámico, poderoso e inasible; es útil al hombre para la consecución de su vida y de sus obras, pero en ocasiones constituye un peligro para esa vida, construye y destruye con igual eficacia. En la Iglesia, tanto en la Sagrada Escritura cuanto en la liturgia, el fuego tiene múltiples apariciones. Es expresión de la majestad y el poder de Dios (como en el Sinaí, en ocasión de la promulgación del decálogo que sellaba la Alianza con Dios, donde “cara a cara nos habló en el monte en medio del fuego”, Deuteronomio 5, 4); es la corporización de su cólera (como en la destrucción de Sodoma y Gomorra, cuando “Dios hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego proveniente de Dios desde el cielo”, Génesis 19, 24); es símbolo del Amor divino (como leemos en la exclamación de Cristo: “Fuego vine a traer a la tierra, ¿y qué otra cosa quiero sino que arda?”, Lucas 12, 49); es fuente de Luz e iluminación (como sucedió en Pentecostés, cuando “se les aparecieron a los apóstoles lenguas divididas, como de fuego, y se posaron sobre cada uno de ellos, y fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar varias lenguas”, Hechos de los Apóstoles 2, 3-4); es, en conjunción de destrucción y amor –la destrucción de lo que se opone al amor–, medio de purificación (como sucedió con el profeta Elías quien, cuando se acusaba de ser un hombre de labios impuros, nos dice que “voló hacia mí uno de los serafines que llevaba en su mano una piedrecilla ardiente que había tomado del altar con una tenaza, y tocó mi boca diciendo: He aquí que esto ha tocado tus labios, desaparecerá tu iniquidad y tu pecado será purificado”, Isaías 6, 6-7). Quien da todos los bienes… Esta reiterada mención de los bienes alude a las inmensas riquezas, a los carismas y a los dones del Espíritu Santo:

El alma en el cuerpo humano, desde el inicio de sus obras hasta la finalización de las mismas, debe venerar los siete dones del Espíritu Santo con igual cuidado amoroso; de manera tal que en el inicio de su operación acuda a la Sabiduría y al término de la misma experimente el Temor, y ponga la Fortaleza en el medio, edificándose con el Entendimiento y el Consejo en las realidades celestiales, y también rodeándose de la Ciencia y la Piedad en las terrenales: a todos ellos debe recibir en su auxilio con igual devoción. Por consiguiente el alma debe poner su cuidado para dilatarse sabiamente al principio, pero temerosa y con modestia recogerse al final, y entre ambos momentos se adorne con la Fortaleza y con la belleza del Entendimiento y del Consejo y también se provea de Ciencia y Piedad, como ya se dijo. Y cada uno de ésos se une al otro para llevar toda obra buena a su cumplida realización, con decoro (El libro de las obras divinas 1, 4, 22. Hildegardis Bingensis Liber Divinorum Operum, p. 154).

Es éste un buen momento, en nuestro recorrido por los caminos de la fe, para volver nuestra mirada hacia los dones del Espíritu, que en su plenitud se encuentran en Cristo (Véase Isaías 11, 1-2) y que como donación son brindados a los hombres: Sabiduría (don que dándonos a conocer la verdadera felicidad nos desapega de las cosas del mundo y nos hace gustar y amar los bienes celestiales), Inteligencia o Entendimiento (para más fácilmente conocer y penetrar la Palabra de Dios y las verdades reveladas), Consejo (que hace posible ver y elegir lo que más glorifica a Dios y conviene a la salvación de nuestra alma), Fortaleza (que permitiéndonos superar obstáculos y dificultades adversos a nuestra salvación, nos une más íntimamente a Dios), Ciencia o Conocimiento (que nos proporciona el conocimiento de Dios y de nosotros mismos, y de los medios a poner en práctica y los peligros a evitar para llegar al Reino celestial), Piedad o Santidad (que nos conduce a cumplir con un amor gozoso todo lo que atañe al servicio de Dios y del prójimo) y Temor de Dios (don que llenándonos de respeto y reverencia hacia Dios, nos hace poner todo nuestro cuidado en evitar ofenderlo, para no perder a Quien se ama). Esta secuencia del Espíritu Santo, esta alabanza que podemos rezar como invocándolo, nos ayuda a reconocer y apreciar los múltiples y riquísimos modos de acción del Santo Espíritu en la Iglesia, y en cada uno de nosotros.

domingo, 24 de mayo de 2020

ASCENSION DEL SEÑOR 2020



Señor, quédate con nosotros invisiblemente, según tu promesa, y visita a esta familia que se reúne para adorar tu gloriosa Ascensión. Visítala (pronto) por tus sacramentos y envía a tu Iglesia el Espíritu, de parte del Padre, para que el amor, como un fruto maduro, incline nuestros corazones hacia las buenas acciones.



Que la alegría ilumine el rostro de tus fieles.

Que la paz (y la salud) reine en las Naciones. 

Que la paciencia fortifique nuestra amistad cristiana. 

Que la caridad riegue la tierra árida de nuestras almas. 

Que la buena voluntad tome el lugar de la indiferencia. 

Que la fidelidad sea el huésped elegido de nuestras familias.  

Que la mansedumbre sea el báculo de nuestros obispos y nuestros jefes (dirigentes).

Y que, en la temperancia, llevándonos mutuamente nuestras cargas, estemos listos para tu Venida gloriosa.

Oración de bendición de los fieles, tomada y adaptada de liturgia ortodoxa de Francia.

miércoles, 20 de mayo de 2020

AÑO MARIANO NACIONAL: CONTEMPLANDO LA MATERNIDAD DE MARÍA EN LOS OJOS DEL “DULCE POETA” DE LA VIRGEN (VIII)

SUBSTRATO MONÁSTICO/RELIGIOSO DE SU DEVOTIO/MÍSTICA MARIANA



Monasterio como schola humilitatis.
Los monjes que no han abandonado de corazón el mundo, sino de palabra.
“Nunca la separa de Cristo ni de la Iglesia: como Madre de Dios, se ha convertido también en madre de todos los hijos de Dios; le fue concebida la maternidad virginal para la salvación de todo el género humano. Es la realización más perfecta del Israel de Dios, el modelo y símbolo del pueblo elegido y rescatado, el ejemplo perfecto de santidad a la que tendían la antigua y nueva Alianza, y que se cumple en la Iglesia. Desde este punto de vista, la mariología de Bernardo, lo mismo que su eclesiología, es monástica: las virtudes que admira y aconseja imita de la Virgen son la humildad, la obediencia, el espíritu de silencio, el recogimiento, la práctica de la oración personal y la búsqueda de la unión íntima con Dios en el amor” (J. Leclercq, pp. 97-98).



 

Homilía IV:

[María, humildísima en la gloria, denuncia a los clérigos que se ensalzan] 9. He aquí, dice la Virgen, la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). Siempre suele ser familiar a la gracia la virtud de la humildad, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a las humildes (Prov 5,34; Sant 4,6; 1Pe 5,5). Responde, pues, humildemente, para preparar de este modo conveniente trono a la divina gracia. He aquí, dice, la esclava del Señor. ¿Qué humildad es ésta tan alta que no se deja vencer de las honras ni se engrandece en la gloria? Es escogida por madre de Dios y se da el nombre de esclava. Por cierto, no es pequeña muestra de su humildad no olvidarse de la humildad en medio de tanta gloria como la ofrecen. No es cosa grande ser humilde en el abatimiento, pero es muy grande y muy rara ser humilde en el honor., Y sin embargo, a -vista de esto, yo, hombre miserable y de ningún mérito, si me eleva la Iglesia, engañada de mis disimulos, a algún honor, aunque no sea de los mayores, permitiéndolo Dios así o por mis pecados o por los de mis súbditos, me olvido al momento de quien he sido (Cf. Sant 1,24) y me reputo tal en mi interior cual me han reputado los demás hombres que no conocen el corazón (Cf. 1 Sam 16,7). Creo a la fama, no atiendo a la conciencia, y juzgando no la virtud honor, sino el honor virtud, me tengo por más santo cuando me veo más elevado.

Verás a muchos en la Iglesia que, hechos nobles de innobles (1 Cor 1, 26-28; 4,10), de pobres ricos (Sal 48,17), se ensalzan repentinamente y se olvidan de su antigua bajeza; aún se avergüenzan de su mismo linaje y se desdeñan de sus humildes padres. Verás también hombres adinerados volar a cualesquiera honores eclesiásticos, y luego aplaudirse a sí mismos de santidad precisamente por haber mudado los vestidos y no las almas; y juzgarse merecedores de la dignidad a que llegaron por la ambición, y lo que (si me atrevo a decirlo) alcanzaron con el dinero, atribuirlo a su mérito. Paso en silencio a otros a quienes ciega la ambición y el mismo honor les sirve de materia para su soberbia.



[Contra los que relajan la observancia monástica] 10. Pero (RB 7 y 33) veo (no sin mucho dolor) a algunos que, después de haber dejado la pompa del siglo, aprenden a ser soberbios en la escuela de la humildad, y bajo ~ de las alas del manso y humilde Maestro (Cf. Mt 11,29) muestran mayor altivez y se hacen más impacientes en el claustro que hubieran sido en el siglo. Y, lo que es todavía más fuera de razón, muchos no sufren ser despreciados en la casa de Dios (Sal 83,11), que no podrían ser sino despreciables en la suya, pretendiendo sin duda así, ya que no pudieron tener lugar en donde los honores eran apetecidos de todos, a lo menos parecer dignos de honor en donde por todos se menosprecian los honores.

Veo también a otros (lo cual no se puede ver sin sentimiento), después de haber comenzado la milicia de Cristo, volverse otra vez a los negocios mundanos (2 Tim 2,4), sumergirse otra vez en los deseos de la tierra; levantar con grande cuidado muros (Eclo 49,15) y descuidar las costumbres; con pretexto de la utilidad común, vender sus adulaciones a los ricos y visitar a las mujeres poderosas; aun también, contra lo mandado por el Emperador del cielo, codiciar lo ajeno y querer reintegrarse en lo suyo con litigios; no atendiendo al Apóstol, que en nombre del Rey levanta la voz: Es ya un pecado entre vosotros el tener pleitos unos con otros; ¿por qué no toleráis antes el agravio? (1 Cor 6,7)

¿Pues qué, de tal suerte han crucificado el mundo a sí mismos y a sí mismo al mundo (Gal 6,14) que los que antes en su lugar o aldea apenas eran conocidos, ahora, rodeando las provincias y frecuentando las cortes, han conseguido el conocimiento de los reyes y la familiaridad de los príncipes?

¿Qué diré del mismo hábito, en que ya no se busca el calor, sino el color, y se cuida más del lustre de los vestidos que de las virtudes? ¡Vergüenza da el decirlo! Queda muy atrás la viva afición a adornarse, propia de las mujeres del siglo, cuando con tanto cuidado solicitan los monjes el precio en los vestidos, no la necesidad; a lo menos dan a entender en esto que, despojándose de la forma de religión, desean no ser armados, sino adornados los mismos que hicieron profesión de soldados de Cristo (Cf. 2 Tim 2,3); los cuales, cuando debían prevenirse para la batalla (2 Re 18,20; Joel 2,5) y poner delante, contra las potestades del infierno (Cf. Ef 2,2; 6,12), las insignias de la pobreza (que ciertamente ellas temen mucho), mostrando más en la delicadeza de sus vestidos las señales de paz (Cf. Mt 11,8), voluntariamente se entregan, sin haber recibido herida y desarmados, al enemigo. Ni tienen otra causa semejantes males, sino que, desamparando aquella humildad con que habíamos dejado el siglo, impelidos ya por esto mí sino a seguir los frívolos cuidados de los hombres mundanos, nos hacemos semejantes a los animales, que vuelven al vómito (Prov 26,11).



Ejercicio: Elegir para la lectio divina un texto mariano del NT, ni evangélico, ni paulino. (Hch 1,12-14; Ap 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab; Ap 21, 1-5a…).

miércoles, 6 de mayo de 2020

AÑO MARIANO NACIONAL: CONTEMPLANDO LA MATERNIDAD DE MARÍA EN LOS OJOS DEL “DULCE POETA” DE LA VIRGEN (VII)

  SUBSTRATO ASCÉTICO DE SU DEVOTIO/MÍSTICA MARIANA (II)



“A Bernardo de Claraval le fascina admirar y ‘contemplar dulcemente en el silencio’ (1,7; 2,17) el misterio de María. Y goza en alabarla… Y una alabanza digna implica reforma de la propia vida e imitación de las virtudes de María” (B. Olivera, p. 32).








Homilía I:

[Nuevo motivo de alabanza: la obediencia y la humildad del Verbo] 7. Con todo eso, hay en María otra cosa mayor de que te admires, que es la fecundidad junta con la virginidad. Jamás se oyó en los siglos (Jn 9,32) que una mujer fuese madre y virgen juntamente. O si también consideras de quién es madre, ¿adónde te llevará tu admiración sobre su admirable excelencia? ¿Acaso no te llevará hasta llegar a persuadirte que ni admirarlo puedes como merece? ¿Acaso a tu juicio o, más bien, al juicio de la verdad, no será digna de ser ensalzada sobre todos los coros de los ángeles la que tuvo a Dios por hijo suyo? ¿No es María la que confiadamente llama al Dios y Señor de los ángeles hijo suyo, diciéndole: Hijo, ¿cómo has hecho esto con nosotros? (Lc 2,48) ¿Quién de los ángeles se atrevería a esto? Es bastante para ellos y tienen por cosa grande que, siendo espíritus por su creación, han sido hechos y llamados ángeles por gracia, testificando David: El Señor es quien hace ángeles suyos a los espíritus (Sal 103,4; Heb 17). Pero María, reconociéndose madre de aquella Majestad a quien ellos sirven con reverencia, le llama confiadamente hijo suyo. Ni se desdeña Dios de ser llamado lo que se dignó ser; pues poco después añade el evangelista: Y estaba sujeto a ellos (Lc 2, 51). ¿Quién?, ¿a quiénes? Dios a los hombres. Dios, repito, a quien están sujetos los ángeles, a quien los principados y potestades obedecen (Col 2, 15), estaba obediente a María, ni sólo a María, sino a José por María. Maravíllate de estas dos cosas, y mira cuál es de mayor admiración, si la benignísima dignación del Hijo o la excelentísima dignidad de tal Madre. De ambas partes está el pasmo, de ambas el prodigio: que Dios obedezca a una mujer, humildad es sin ejemplo, y que una mujer tenga autoridad para mandar a Dios, es excelencia sin igual. En alabanza de las vírgenes se canta como cosa singular que siguen al Cordero a cualquiera parte que vaya (Ap 14,4). ¿Pues de qué alabanzas juzgarás digna a la que también va delante y el Cordero la sigue?

8. Aprende, hombre, a obedecer; aprende, tierra, a sujetarte; aprende, polvo, a observar la voluntad del superior. De tu Autor habla el evangelista y dice: Y estaba sujeto a ellos (Lc 2,51); sin duda a María y a José. Avergüénzate, soberbia ceniza: Dios se humilla, ¿y tú te ensalzas? Dios se sujeta a los hombres, ¿y tú, anhelando dominar a los hombres, te prefieres a tu Autor? Ojalá que a mí, si llego a tener tales pensamientos, se digne Dios responderme lo que respondió también a su apóstol reprendiéndole: Apártate detrás de mí, Satanás, porque no tienes gusto de las cosas que son de Dios (Mt 16,23). Puesto que, cuantas veces deseo mandar a los hombres, tantas pretendo ir delante de mí Dios; y entonces verdaderamente ni tengo gusto ni estimación de las cosas que son de Dios, porque del mismo se dijo: Y estaba sujeto a ellos (Lc 2,51). Si te desdeñas, hombre, de imitar el ejemplo de los hombres, a lo menos no puedes reputar por cosa indecorosa para ti el seguir a tu Autor. Si no puedes seguirle a todas partes adonde Él vaya, síguele al menos con gusto adonde por ti bajó. Quiero decir: si no puedes subir a la altura de la virginidad, sigue siquiera a tu Dios por el camino segurísimo de la humildad, de la cual, si las vírgenes mismas se apartan, ya no seguirán al Cordero en todos sus caminos. Sigue al Cordero el humilde que se manchó, le sigue el virgen soberbio también; pero ni el uno ni el otro a cualquiera parte que vaya; pues ni aquél puede subir a la limpieza del Cordero, que no tiene mancha, ni éste se digna bajar a la mansedumbre de quien enmudeció paciente, no delante de quien le esquilaba (Cf. Is 53,7), sino delante de quien le mataba. Sin embargo, más saludable modo de seguirle eligió el pecador en la humildad que el soberbio en la virginidad; pues purifica la humilde satisfacción de aquél su inmundicia, cuando mancha la castidad de éste su soberbia.



[María, plenitud de la humildad y cumbre de la virginidad] 9. Dichosa en todo María, a quien ni faltó la humildad ni la virginidad. Singular virginidad la suya, que no violó, sino que honró la fecundidad; no menos ilustre humildad, que no disminuyó, sino que engrandeció su fecunda virginidad; y enteramente incomparable fecundidad, que la virginidad y humildad juntas acompañan. ¿Cuál de estas cosas no es admirable? ¿Cuál no es incomparable? ¿Cuál no es singular? Maravilla será si, ponderándolas, no dudas cuál juzgarás más digna de tu admiración; es decir, si será más estupenda la fecundidad en una virgen o la integridad en una madre; su dignidad por el fruto de su castísimo seno o su humildad con dignidad tan grande; sino que ya, sin duda, a cada una de estas cosas se deben preferir todas juntas, y es incomparablemente más excelencia y más dicha haberlas tenido todas que precisamente algunas.

¿Y qué maravilla que Dios, a quien leemos y vemos admirable en sus santos (Sal 67,36), se haya mostrado más maravilloso en su Madre? Venerad, pues, los que os halláis en estado de matrimonio, la integridad y pureza del cuerpo en el cuerpo mortal (Cf. Gal 6,8); admirad también vosotras, vírgenes sagradas, la fecundidad de una virgen; imitad, hombres todos, la humildad de la Madre de Dios; honrad, ángeles santos, a la Madre de vuestro Rey, vosotros que adoráis al Hijo de nuestra Virgen, nuestro Rey y vuestro juntamente, reparador de nuestro linaje y restaurador de vuestra ciudad. A cuya dignidad, pues entre vosotros es tan sublime y tan humilde entre nosotros, sea dada, por vosotros igualmente que por nosotros, la reverencia que se le debe; y a su dignación, el honor y la gloria por todos los siglos (Rm 16,27). Amén.



[Bernardo nos hace] “…penetrar a partir de los signos externos en el misterio íntimo de nuestra vida en Dios. La virginidad y la pureza pueden ser signos de santidad, pero la humildad y la obediencia están más cerca de la esencia. La realidad más profunda de la vida moral y ascética es la participación por el amor en la obediencia y en la humildad total de Cristo” (T. Merton, p. 137).



Ejercicio: Continuar con la lectio divina.