miércoles, 24 de junio de 2020

AÑO MARIANO NACIONAL: CONTEMPLANDO LA MATERNIDAD DE MARÍA EN LOS OJOS DEL “DULCE POETA” DE LA VIRGEN (XI)


CONCLUSIÓN: MIRA A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA

“Este tropo se remonta a la antigüedad cristiana, a un cierto Pseudo-Jerónimo, así como a Pascacio Radberto, Fulberto de Chartres, Pedro Damiano y Odilón de Cluny…Dicho de otro modo, se trata de un tropo retórico. San Bernardo se ocupa del mismo tema con pasión y ardor, y de hecho desarrolla y profundiza todos los aspectos del mismo, de modo que para él María no es solo un ‘ejemplo’, sino una fuente de luz y gracia que actúa en nuestra alma. Tenemos una exhortación de verdad original para que recurramos directamente a ella en todas nuestras necesidades” (T. Merton, pp. 139-140)



Homilía II:
17. Al fin del verso dice el evangelista: Y el nombre de la virgen era María (Lc 1,27). Digamos también, acerca de este nombre, que significa ‘estrella de la mar’ (San Jerónimo), y se adapta a la Virgen Madre con la mayor proporción. Se compara María oportunísimamente a la estrella; porque, así como la estrella despide el rayo de su luz sin corrupción de sí misma, así, sin lesión suya dio a luz la Virgen a su Hijo. Ni el rayo disminuye a la estrella su claridad, ni el Hijo a la Virgen su integridad. Ella, pues, es aquella noble estrella nacida de Jacob (Cf. Mm 24,17), cuyos rayos iluminan todo el orbe, cuyo esplendor brilla en las alturas y penetra los abismos (Prov 5,5); y, alumbrando también a la tierra y calentando más bien los corazones que los cuerpos, fomenta las virtudes y consume los vicios. Esta misma, repito, es la esclarecida y singular estrella, elevada por necesarias causas sobre este mar grande, espacioso (Sal 103,25), brillando en méritos, ilustrando en ejemplos.
¡Oh!, cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te miras, más antes fluctuar entre borrascas y tempestades, que andar por la tierra, no apartes los ojos (Eclo 4,5) del resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de las borrascas.
Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María.
Si eres agitado de las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la estrella, llama a María.
Si la ira, o la avaricia, o el deleite carnal impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima sin suelo de la tristeza, en el abismo de la desesperación, piensa en María.
En los peligros (Cf. 2 Cor 11,26; 6,4), en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si ella te ampara; y así, en ti mismo experimentarás con cuánta razón se dijo: Y el nombre de la virgen era María.
Pero ya debernos pausar un poco, no sea que miremos sólo de paso la claridad de tanta luz. Pues, por usar de las palabras del evangelista: Bueno es que nos detengamos aquí (Mt 17,4); y da gusto contemplar dulcemente en el silencio lo que no basta a explicar la pluma laboriosa. Entre tanto, por la devota contemplación de esta brillante estrella recobrará más fervor la exposición en lo que se sigue.

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