CONCLUSIÓN: MIRA
A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA
“Este tropo se remonta a la
antigüedad cristiana, a un cierto Pseudo-Jerónimo, así como a Pascacio
Radberto, Fulberto de Chartres, Pedro Damiano y Odilón de Cluny…Dicho de otro
modo, se trata de un tropo retórico. San Bernardo se ocupa del mismo tema con
pasión y ardor, y de hecho desarrolla y profundiza todos los aspectos del
mismo, de modo que para él María no es solo un ‘ejemplo’, sino una fuente de
luz y gracia que actúa en nuestra alma. Tenemos una exhortación de verdad
original para que recurramos directamente a ella en todas nuestras necesidades”
(T. Merton, pp. 139-140)
Homilía
II:
17.
Al fin del verso dice el evangelista: Y
el nombre de la virgen era María (Lc
1,27). Digamos también, acerca de este nombre, que significa ‘estrella de la
mar’ (San Jerónimo), y se adapta a la Virgen Madre con la mayor proporción. Se
compara María oportunísimamente a la estrella; porque, así como la estrella
despide el rayo de su luz sin corrupción de sí misma, así, sin lesión suya dio
a luz la Virgen a su Hijo. Ni el rayo disminuye a la estrella su claridad, ni
el Hijo a la Virgen su integridad. Ella, pues, es aquella noble estrella nacida
de Jacob (Cf. Mm 24,17), cuyos rayos
iluminan todo el orbe, cuyo esplendor brilla en las alturas y penetra los
abismos (Prov 5,5); y, alumbrando
también a la tierra y calentando más bien los corazones que los cuerpos,
fomenta las virtudes y consume los vicios. Esta misma, repito, es la
esclarecida y singular estrella, elevada por necesarias causas sobre este mar
grande, espacioso (Sal 103,25),
brillando en méritos, ilustrando en ejemplos.
¡Oh!,
cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te miras,
más antes fluctuar entre borrascas y tempestades, que andar por la tierra, no
apartes los ojos (Eclo 4,5) del
resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de las borrascas.
Si
se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las
tribulaciones, mira a la estrella, llama a María.
Si
eres agitado de las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la
ambición, si de la emulación, mira a la estrella, llama a María.
Si
la ira, o la avaricia, o el deleite carnal impelen violentamente la navecilla
de tu alma, mira a María.
Si,
turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a vista de la
fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a
ser sumido en la sima sin suelo de la tristeza, en el abismo de la desesperación,
piensa en María.
En
los peligros (Cf. 2 Cor 11,26; 6,4), en las angustias, en
las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no
se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no
te desvíes de los ejemplos de su virtud.
No
te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si
en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada
tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al
puerto, si ella te ampara; y así, en ti mismo experimentarás con cuánta razón
se dijo: Y el nombre de la virgen era
María.
Pero
ya debernos pausar un poco, no sea que miremos sólo de paso la claridad de
tanta luz. Pues, por usar de las palabras del evangelista: Bueno es que nos detengamos aquí (Mt 17,4); y da gusto contemplar dulcemente en el silencio lo que no
basta a explicar la pluma laboriosa. Entre tanto, por la devota contemplación
de esta brillante estrella recobrará más fervor la exposición en lo que se
sigue.
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