Ezequiel 14, 12-23. “La palabra de Yahveh me
fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, si un país peca contra mí
cometiendo infidelidad, y yo extiendo mi mano contra él, destruyo su provisión
de pan y envío contra él el hambre para extirpar de allí hombres y bestias, y
en ese país se hallan estos tres hombres, Noé, Daniel y Job, ellos salvarán su
vida por su justicia, oráculo del Señor Yahveh. Si yo suelto las bestias
feroces contra ese país para privarle de sus hijos y convertirle en una
desolación por donde nadie pase a causa de las bestias, y en ese país se hallan
esos tres hombres: por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que ni hijos ni hijas
podrán salvar; sólo se salvarán a sí mismos, pero el país quedará convertido en
desolación. O bien, si yo hago venir contra ese país la espada, si digo: «Pase
la espada por este país», y extirpo de él hombres y bestias, y esos tres
hombres se hallan en ese país: por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que no
podrán salvar ni hijos ni hijas; ellos solos se salvarán. O si envío la peste
sobre ese país y derramo en sangre mi furor contra ellos, extirpando de él
hombres y bestias, y en ese país se hallan Noé, Daniel y Job: por mi vida,
oráculo del Señor Yahveh, que ni hijos ni hijas podrán salvar; sólo se salvarán
a sí mismos por su justicia. Pues así dice el Señor Yahveh: Aun cuando yo mande
contra Jerusalén mis cuatro terribles azotes: espada, hambre, bestias feroces y
peste, para extirpar de ella hombres y bestias, he aquí que quedan en ella
algunos supervivientes que han podido salir, hijos e hijas; y he aquí que salen
hacia vosotros, para que veáis su
conducta y sus obras y os consoléis de la desgracia que yo he acarreado sobre Jerusalén, de todo lo que he acarreado sobre
ella. Ellos os consolarán cuando veáis su conducta y sus obras, y sabréis que
no sin motivo hice yo todo lo que hice en ella, oráculo del Señor Yahveh”.
SAN BERNARDO DE
CLARAVAL: SERMÓN A LOS ABADES
Noé, Daniel y Job cruzan
el mar de tres modos distintos: en barca, por un puente y a nado.
Todos sabemos que hay tres clases de hombres que alcanzan la libertad cruzando, cada uno de un modo distinto, este mar inmenso, símbolo de esta vida llena de molestias y oleajes. Son Noé, Daniel y Job. El primero lo cruza en una nave, el segundo por un puente y el tercero nadando. Estos tres hombres representan tres estados de vida en la Iglesia: Noé dirigía el arca para no morir durante el diluvio. En él reconozco sin vacilar la misión de los que gobiernan la Iglesia. Daniel es el varón de deseos, entregado a la abstinencia y castidad: el prototipo de los que se consagran exclusivamente a Dios en la penitencia y continencia. Job administra sabiamente las riquezas del mundo en la vida matrimonial, representa al pueblo cristiano que posee honestamente los bienes terrenos.
Trataremos del primero y del segundo, porque
tenemos aquí presentes a nuestros venerables hermanos y coabades que pertenecen
a la jerarquía, y también se hallan algunos monjes, que viven en la condición
de penitentes. Nosotros los abades no podemos olvidar que también pertenecemos
a ese estado, a no ser que -Dios no lo permita-por los privilegios de nuestro
ministerio olvidemos nuestra profesión.
No me entretengo en el tercero, es decir, los
que viven en el matrimonio, porque apenas nos atañe a nosotros. Estos
atraviesan el océano a nado, lanzados a una aventura llena de fatigas y
peligros; y a una travesía inmensamente grande y desprovista de caminos. Es un
viaje muy arduo, como lo vemos por tantos como lloramos por perdidos, y los muy
pocos que llegan a la meta. Ciertamente, es muy difícil, sobre todo en estos
tiempos invadidos de maldad, sortear las tormentas de los vicios y los abismos
del pecado entre el oleaje del mundo.
El estado de los continentes lo cruza por un
puente que es, como todos comprendemos, el camino más corto, fácil y seguro.
Omito las alabanzas y me limito a indicar los peligros, que es mucho mejor y
más provechoso.
Queridos hermanos: habéis tomado un camino muy
recto y más seguro que el del matrimonio; pero no está plenamente garantizado.
Os asechan tres peligros: compararos con otros, mirar hacia atrás o intentar
detenerse y plantarse en medio del puente. Ese puente es tan estrecho que no
permite hacer eso. El camino que lleva a la vida es muy angosto. Contra el
primer peligro, oremos cada uno de nosotros como el Profeta, para que no nos
domine el orgullo, porque ahí fracasan los malhechores. El que echa mano al
arado y después mira atrás, resbalará muy pronto y se hundirá en el océano. El
que se para, aunque no abandone la Orden, y finja deseos de seguir adelante,
acabará siendo derribado y arroyado por los que vienen detrás. El sendero es
muy estrecho, y ese tal es un estorbo para los que quieren caminar y avanzar.
Discuten continuamente con él, le reprenden, no soportan su flojedad y tibieza;
le aguijonean y empujan, por así decirlo, con sus manos; y una de dos: o se
decide a caminar o se pierde sin remedio.
Por eso no nos conviene retardar el paso, y
mucho menos aún fijarnos en los otros o compararnos con ellos. Corramos
humildemente y avancemos sin cesar, no sea que perdamos de vista al que salió
como un héroe a recorrer su camino. Si somos sensatos, procuraremos mirarle sin
cesar, atraídos por su fragancia, y el camino se nos hará más ligero y
agradable.
A pesar de ello los decididos a correr no
encuentran demasiado estrecho este puente. Está formado de tres buenos troncos
de madera, apoyándose bien en ellos no hay peligro de resbalar. Son la
mortificación corporal, la pobreza de bienes de este mundo y la humilde
obediencia. Ya sabemos que, es necesario pasar por muchas tribulaciones para
entrar en el reino de Dios. Y que los que quieren enriquecerse en esta vida,
caen en la tentación y en el lazo del diablo. Además, el que se apartó de Dios
por la desobediencia puede volver a Él por el camino recto y seguro de la
obediencia. Estas tres cosas deben estar muy ensambladas. Porque la penitencia
corporal vacila envuelta en riquezas y si le falta la obediencia, puede caer
fácilmente en la indiscreción. Una pobreza rodeada de placeres y egoísmo es
pura ilusión. Una obediencia cubierta de riquezas y regalos no es sólida ni
merece recompensa.
Pero si las practicas con un sabio equilibrio
lograrás evitar los tres peligros de este mar: los bajos apetitos, los ojos
insaciables y la arrogancia del dinero. Insisto en que deben practicarse con
mucho equilibrio; es decir: la penitencia esté libre del mal humor, la pobreza
sin ansias de poseer y la obediencia limpia de propia voluntad. Recordemos
aquellos murmuradores que perecieron mordidos por las serpientes; y que los que
quieren hacerse ricos -no dice los que son ricos, sino los que pretenden ser-,
caen en el lazo del diablo.
Y qué diremos de aquel -Dios no lo permita- que
desprecia las riquezas y busca los halagos de la pobreza con la misma pasión o
mucho más afán con que los mundanos apetecen las riquezas. ¿Qué diferencia
existe en desear una cosa u otra si el afecto está desordenado? Incluso parece
más lógico hacer objeto de nuestro deseo aquello que atrae a la mayoría.
Por eso, todo el que intenta conseguir directa o
indirectamente, que su padre espiritual le mande lo que él quiere, se engaña a
sí mismo si presume de ser obediente. En este caso no es él quien obedece al
superior, sino el superior a él.
Pero recodemos aquel consejo del Salvador: la
medida que uséis la usarán con vosotros. Por eso el que da a manos llenas
merece que le devuelvan una medida generosa, colmada, remecida y rebosante.
Cierto, para la salvación basta llevar con paciencia las molestias corporales;
pero lo ideal es abrazarse gustosamente a ellas con fervor de espíritu. También
podemos contentarnos con no buscar lo superfluo e incluso no murmurar cuando
nos falta lo necesario; pero es mucho más perfecto alegrarse y hacer todo lo
posible para que el prójimo tenga lo necesario, aunque nosotros sintamos la
penuria. Y también está permitido, sin poner en peligro la salvación, intentar
que el superior te mande lo que tu deseas, con tal que actúes con paciencia y
lealtad; pero lo superas con creces si huyes de todo cuanto alaga a la propia
voluntad, siempre que esto lo permita una conciencia recta.
Los prelados son sin duda alguna, los que se
internan en naves por el mar, comerciando por las aguas inmensas. No están
condicionados por la estrechez del puente ni las fatigas del nadar, sino que
pueden bogar en todas direcciones y acudir en ayuda de quien los necesite.
Pueden dirigir a los que avanzan por el puente o nadando, orientar a los
adelantados, prever y evitar los escollos, espolear a los tibios y animar a los
débiles. Tan pronto suben al cielo como bajan al abismo, porque unas veces
tratan cosas muy espirituales y otras juzgan acciones horribles e infernales.
¿Y habrá alguna nave capaz de resistir un oleaje
tan embravecido y no zozobrar en medio de tantos peligros? Sí, el amor es
fuerte como la muerte y la pasión es tan cruel como el abismo. Por eso se nos
dice a renglón seguido que las aguas torrenciales no podrán apagar el amor. Los
superiores necesitan esta nave, construida con esas tres paredes laterales que
tienen todos los barcos, y que en frase de Pablo son el amor que brota de un
corazón limpio, de una conciencia honrada y de una fe sentida (1 Tim 1,5). La pureza del corazón del
prelado consiste en querer servir más que presidir. En el desempeño de su cargo
no busque su interés ni los honores del mundo, o cosa parecida, sino agradar a
Dios y salvar almas.
Además de esta intención pura necesita también
una vida intachable; de este modo se convierte en modelo de su grey, porque
enseña más con sus obras que con sus palabras, y según la regla de nuestro
Maestro, cuando indique a sus discípulos que es nocivo, muéstreles con su
conducta que no deben hacerlo. En caso contrario, el hermano a quien reprende
podría murmurar y decir: Médico, cúrate a ti mismo. Dar pie para ello sería el
desprestigio del superior y un daño enorme para los súbditos.
Y al hablar así yo no presumo de haber evitado
siempre esto. Lo hago porque la Verdad nos recuerda con insistencia a mí y a
todos que el superior debe ser irreprensible, y capaz siempre de responder como
el Señor a quienes le injurian: ¿Quién de vosotros puede acusarme de algo?
Nosotros no podemos liberarnos totalmente del pecado en esta vida miserable;
pero lo que el maestro reprenda en sus discípulos debe evitarlo con suma
diligencia.
En consecuencia, sus pensamientos más íntimos
vayan acordes con sus costumbres. No aparezca humilde en su porte exterior y
sea altivo en s corazón, presumiendo de sabiduría, virtud o santidad. Esto
sería una fe fingida, porque no confía exclusivamente en la misericordia del
Señor con una actitud humilde.
Fijaos qué bien concuerdan con estas tres
cualidades -pureza de corazón, conciencia honrada y fe sentida- aquellas otras
palabras del mismo Apóstol: A mí me importa muy poco que me exijáis cuentas
vosotros o un tribunal humano, etc. Ni siquiera yo me las pido, sigue diciendo,
porque la conciencia no me reprocha el que busco mis intereses, sino los de
Jesucristo.
Tampoco me importa nada que vosotros me tengáis
como hombre de conciencia honesta y vida intachable. Quien me pide cuentas es
el Señor. Con lo cual afirma que sólo en él pone su confianza, y que se humilla
ante la mano poderosa de Dios. Dime ahora si podemos comparar todo esto con
aquella triple pregunta de Jesús a Pedro, y si no se reduce prácticamente a ¿me
amas?, ¿me amas? En realidad se trata de un amor que le brota de un corazón
limpio, de una conciencia honrada y de una fe sentida. Con razón se exige amor
al que va en la barca, para convertirlo en pescador de hombres.
Trabajo personal:
-
¿Te
parece conveniente la enumeración de Bernardo o cambiarias algunos de los
troncos de nuestro puente en El Siambón?
-
Identificados
ya los mismos, evalúa sinceramente su condición, amenazas y ayudas tanto a
nivel personal como comunitario.
-
Una
propuesta doble de ofrenda cuaresmal: Silencio comunitario y Palabra personal.
en el día de mañana, degustaré estas 3 maneras de cruzar el Mar propuesta por San Bernardo!!! Gracias Hnos!!
ResponderEliminarAyer busqué algo y no ví esta reflexión!! Hoy me acompañó la publicada por Dom Geraldo Gonzalez osb. Monje Brasilero que creo está en Roma. Hermosas Lectio comparte en Facebook.