jueves, 2 de marzo de 2017

HOMILÍA DEL ABAD BENITO EN EL MIÉRCOLES DE CENIZA 2017


Con esta celebración litúrgica comenzamos nuestro camino hacia la Pascua, hacia el Misterio Pascual de Jesús, su muerte y su resurrección. Pero también comenzamos nuestro camino hacia el bautismo: los catecúmenos porque lo recibirán en la Vigilia Pascual, nosotros porque lo renovaremos en esa misma vigilia. Muerte y Resurrección de Jesús y bautismo son realidades inseparables.
Todo camino se define por la meta, por el lugar de llegada. El camino cuaresmal nos lleva, como dijimos, al Misterio Pascual de Jesús, a nuestra participación en este Misterio. Por eso el camino cuaresmal tiene dos características: seriedad y alegría. Si leemos los dos capítulos de la Regla en que San Benito nos habla de la Cuaresma veremos claramente que él la encara con estas dos características.
Las lecturas bíblicas que nos propone hoy la Liturgia también nos piden seriedad y alegría.
El profeta Joel le habla al pueblo, afligido por una plaga que lo puede dejar sin alimento y agobiado por  su pecado, su infidelidad que lo separa y enfrenta a Dios. Le transmite el llamado de Dios a la conversión: “Vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras.”  Evidentemente esto implica seriedad, dolor y esfuerzo. ¿Y la alegría dónde está? La alegría está en qué el resultado no depende del esfuerzo humano sino de Dios que “es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en fidelidad”. Los sacerdotes, imitando a Moisés, al interceder por el pueblo “desafiarán” a Dios a cuidar su  honor y prestigio perdonándolo “¡Perdona, Señor, a tu pueblo, no entregues tu herencia al oprobio, y que las naciones no se burlen de ella! ¿Por qué se ha decir entre los pueblos: Dónde está su Dios? Que los paganos no puedan burlarse de la impotencia del Dios de Israel, o de su crueldad… Joel nos dice que el Señor recogió el guante, “se llenó de celos por su tierra y se compadeció de su pueblo”.
Seriedad y alegría nos pide San Pablo con mucha vehemencia en la segunda lectura: “Les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios” No se trata de un esfuerzo espasmódico del hombre sino de recibir gratis el perdón, la gracia, que Dios nos ofrece. A nosotros nos sale gratis a Dios no: “Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata,  sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto” 1 Pedro 1,18-19.  La cuaresma tiempo de alegría porque “Es el tiempo favorable, este es el día de la salvación”.
En el evangelio Jesús se refiere a las tres prácticas tradicionales de la piedad judía: limosna, oración y ayuno y pide una renovación en las mismas; interioridad y autenticidad. Pero respecto al ayuno señala expresamente “cuando ayunen no pongan caras tristes”. El evangelio es alegre noticia…
La interioridad de las  tres prácticas tradicionales:
La limosna me obliga a estar atento a la necesidad del hermano y a un inventario de mis bienes materiales y sobre todo de mis carismas. ¿Qué necesita mi hermano? ¿Qué tengo para darle?
La oración, un diálogo con el Padre, un diálogo filial que implica escucha y respuesta.
El ayuno es invitación a vaciarse para llenarse; sentir hambre física para que surja en nosotros el hambre de lo interior, hondura humana y espiritual.

miércoles, 1 de marzo de 2017

MEDITANDO LA ORACIÓN DE SAN EFRÉN EL SIRIO PARA LA SANTA CUARESMA (PRIMERA PARTE)

En Oriente encontramos una bellísima oración penitencial escrita por el sirio san Efrén (306-373) para rezar y meditar en este santo tiempo de Cuaresma. Durante la semana, en la Liturgia de los Dones Presantificados, luego de la Pequeña Entrada y las lecturas, el sacerdote bizantino dice[1]:

“Señor y Maestro de vida, no me abandones al espíritu de pereza, de desánimo, de dominación y de vana charlatanería[2]. Antes bien, hazme la gracia, a mí tu siervo, del espíritu de castidad, de humildad, de paciencia y de caridad[3]. Sí, Señor-Rey, concédeme el ver mis faltas y no condenar a mi hermano. ¡Oh, Tú, que eres bendito por los siglos de los siglos. Amén”[4].

Para conocer en una primera lectura[5]:

¿Por qué esta oración breve y tan simple ocupa un lugar tan importante en la oración litúrgica de la Cuaresma? La razón es porque enumera de una manera muy afortunada todos los elementos negativos y positivos del arrepentimiento, y constituye de alguna manera, una ayuda-recordatorio para nuestro esfuerzo de Cuaresma. Este esfuerzo mira primeramente a liberarnos de algunas enfermedades que empapan nuestra vida y nos ponen prácticamente en la imposibilidad de comenzar a volvernos hacia Dios.
La enfermedad fundamental es la pereza (indolencia, espíritu de ocio). Es esa extraña apatía, esa pasividad de todo nuestro ser, que siempre nos inclina más bien hacia abajo que hacia arriba y que nos persuade constantemente de que ningún cambio es posible, ni deseable en consecuencia. Se trata en efecto de un cinismo profundamente arraigado que responde a toda invitación espiritual: “¿Y para qué?”, y convierte de esta manera nuestra vida en un desierto espiritual horrible. Esta pereza es la raíz de todo pecado porque envenena la energía espiritual en su misma fuente.
La consecuencia de la pereza es el desánimo (pusilanimidad, desaliento). Este es el estado de acedía -o de asco- que todos los Padres espirituales contemplan como el peligro más grande para el alma. La acedía es la imposibilidad que tiene el hombre de reconocer algo como bueno o positivo: todo se reduce a lo negativo y al pesimismo. Se trata verdaderamente de un poder demoníaco dentro de nosotros, porque el diablo es fundamentalmente un mentiroso. Engaña al hombre sobre Dios y sobre el mundo; llena la vida de oscuridad y de negación. El desánimo es el suicidio del alma, porque cuando el hombre lo posee es absolutamente incapaz de ver la luz y de desearla.
La sed de dominación (lujuria del poder, ambición). Por extraño que parezca son precisamente la pereza y el desánimo los que llenan nuestra vida del deseo de dominar. Viciando completamente nuestra actitud frente a la vida, y volviéndola vacía y sin ningún sentido, nos obligan a buscar compensaciones en una actitud radicalmente falsa con los otros. Si mi vida no está orientada hacia Dios, no contempla los valores eternos, inevitablemente se volverá egoísta y concentrada sobre sí misma, lo que equivale a decir que todos los demás se convertirán en objetos al servicio de mi propia satisfacción. Si Dios no es el Señor y Maestro de mi vida, yo me convierto en mi propio señor y maestro, el centro absoluto de mi universo, y comienzo a evaluar todo en función de mis necesidades, de mis ideas, de mis deseos y de mis juicios. De esta manera el espíritu de dominio vicia desde su base mis relaciones con los otros; busco sometérmelos. Este deseo de dominar no se manifiesta necesariamente en la necesidad efectiva de mandar o de dominar a los otros. Puede volverse también en indiferencia, desprecio, falta de interés, de consideración y de respeto. Se trata de la pereza y del desánimo pero esta vez en su relación con los demás; lo que culmina el suicidio espiritual en un homicidio espiritual.
Y para terminar: la vana charlatanería (palabra inútil, locuacidad). De todos los seres creados, sólo el hombre ha sido dotado del don de la palabra. Todos los Padres han visto en ello el “sello” de la imagen divina en el hombre, porque Dios mismo se ha revelado como Verbo (Jn. 1, 1). Pero por el hecho de ser el don supremo, el don de la palabra es precisamente el mayor peligro. Por el hecho de ser la expresión misma del hombre, y el medio de realizarse él mismo por esta misma razón es el motivo de su caída y de su autodestrucción, de su traición y de su pecado. La palabra salva y la palabra destruye. La palabra inspira y la palabra envenena. La palabra es instrumento de verdad y la palabra es medio de mentira diabólica. Teniendo un excelente poder positivo, ella posee también un terrible poder negativo. Verdaderamente crea positivamente o negativamente. Desviada de su origen y de su fin divinos, la palabra se vuelve vana. Tiende una mano poderosa a la pereza, al desánimo, al espíritu de dominación y transforma la vida en un infierno. Llega a ser la potencia misma del pecado.
He aquí, pues, los cuatro puntos (objetos) negativos considerados por el arrepentimiento; estos son los obstáculos que hay que eliminar; pero sólo Dios puede hacerlo. De ahí la primera parte de la oración de Cuaresma: ese grito de fondo de nuestra impotencia humana. Después la oración pasa a los objetivos positivos del arrepentimiento que también son cuatro.



[1] A cada parte le sigue una postración-metanía (metanóia, designa justamente la penitencia-conversión).
[2] Señor y Soberano de mi vida! Toma de mí el espíritu de la pereza, pusilanimidad, la lujuria del poder, y palabrería./ Señor y dueño de mi vida, el espíritu de ocio, de indiscreción, de ambición y de locuacidad, no me lo des.
[3] Sin embargo, dar lugar al espíritu de la castidad, humildad, paciencia, y el amor a tu siervo./ Más el espíritu de castidad, de humildad, de paciencia y de amor, concédemelo a mí, tu siervo./ Dame la gracia, a mí tu servidor/tu sierva, del espíritu de castidad, de humildad, de paciencia y de caridad.
[4] Sí, Señor y Rey! Concédeme ver mis propios errores y no juzgar a mi hermano, porque Tú eres bendito por los siglos de los siglos. Amén. / Sí, Señor y Rey, concédeme percibir mis propias ofensas y no juzgar a mis hermanos, porque bendito eres por los siglos de los siglos. Amén.
[5] Alexandre Schmeman, La Gran Cuaresma, Framonpaz, 1986.

sábado, 18 de febrero de 2017

Para pensar y rezar: sobre heridas

"Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de súplica; y ellos mirarán hacia mí, En cuanto al que ellos traspasaron, se lamentarán por él como por un hijo único y lo llorarán amargamente como se llora al primogénito".
Zacarías 12, 10

"Y si se le pregunta: «¿Qué son esas heridas en tu pecho?», él responderá: «Las he recibido en la casa de mis amigos». ¡Despierta, espada, contra mi pastor y contra el hombre que me acompaña! –oráculo del Señor de los ejércitos–. Hiere al pastor y que se dispersen las ovejas, y yo volveré mi mano contra los pequeños.Entonces, en todo el país –oráculo del Señor– dos tercios serán exterminados, perecerán y sólo un tercio quedará en él. Yo haré pasar ese tercio por el fuego, y los purificaré como se purifica la plata, los probaré como se prueba el oro. El invocará mi Nombre, y yo lo escucharé; yo diré: «¡Este es mi Pueblo!» y él dirá: «¡El Señor es mi Dios!».
Zacarías 13, 6-9.



“Un día, cuando la sencilla muchacha (santa Lutgarda de Aywieres ) se hallaba detrás de la reja del locutorio escuchando las palabras de su admirador (que quería seducirla), Cristo se apareció de repente en su humanidad, brillando ante sus asombrados ojos. Le mostró la herida del costado y le dijo: No busques más placer en este afecto impropio: mira, aquí para siempre, lo que debes amar y cómo debes amar: aquí en esta herida, te prometo el más puro de los goces”. 
Thomas Merton, “¿Qué llagas son ésas?”, en Obras Completas I,  pp. 1339-1340.


“Te han herido de muchas maneras. Cuanto más te abras a ser curado, más descubrirás la profundidad de tus heridas…El gran reto es vivir con la ayuda de tus heridas, en lugar de limitarte a pensar en ellas. Es mejor llorar que preocuparte, sentir tus heridas profundamente que comprenderlas, dejar que forman parte d tu silencio que hablar de ellas. La elección a la que te enfrentas constantemente es hacer que tus heridas formen parte de tu mente o de tu corazón. En tu mente puedes analizarlas, encontrar sus causas y sus consecuencias y acuñar palabras para hablar y escribir sobre ellas. Pero seguro ésa no es la fuente de tu curación. Tienes que dejar que tus heridas lleguen hasta tu corazón. Ahí puedes superarlas y descubrir que no tienen capacidad de destruirte. Tu corazón es más grande que tus heridas”.
Henri Nouwen, La voz interior del amor, p. 121.

domingo, 12 de febrero de 2017

HOMILÍA DEL ABAD BENITO EN EL VI DOMINGO DURANTE EL AÑO

“No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no quedará ni una i ni una coma de la Ley, sin cumplirse”. Y en Marcos 7,9 leemos: “Con esto declaraba puros todos los alimentos” y en el texto paralelo de Mateo 15.20 “Esto es lo que hace impuro al hombre, y no el comer sin lavarse las manos”
Esta aparente contradicción nos dice que tenemos que estudiar atentamente lo que quiso decir Jesús con no abolir la Ley y “dar complimiento”.
Será bueno ubicar los textos del Sermón de la Montaña tal como nos lo presenta la Liturgia: En el domingo cuarto, hace dos semanas, la Liturgia nos proponía el comienzo del Sermón de la Montaña: la proclamación de las Bienaventuranzas. El domingo pasado, continuaba el texto del domingo anterior con las parábolas de la sal y de la luz; pero dirigidas solamente a los discípulos. El texto que se nos proclamó recién, continuación de los anteriores, nos trae las cuatro primeras nuevas formulaciones de la Ley, las otras dos se proclamarán el domingo que viene. Jesús hace  una confrontación entre la ley antigua y la novedad de las bienaventuranzas: “Han oído que se dijo; pero yo les digo…”
Volvamos ahora a la aparente contradicción que señalamos al principio.
Cuando nosotros decimos: La Sagrada Escritura o la Biblia  nos referimos a toda la Escritura tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En tiempos de Jesús cuando se decía “La Ley y los Profetas” se quería decir todos los escritos que nosotros hoy llamamos Antiguo Testamento. Cuando Jesús en el evangelio de hoy nos dice “Les aseguro que no quedará ni una i ni una coma de la Ley sin cumplirse” no se circunscribe a la parte legislativa del AT sino que abarca la totalidad, en especial todas las profecías mesiánicas. Jesús vino a darles cumplimiento, a hacerlas realidad; como cuando nosotros decimos de alguien que cumplió lo prometido. Pero Jesús les “dio cumplimiento” en un sentido más profundo: las llevó a la perfección, a su máxima potencia, que los profetas apenas podían intuir. Así, por ejemplo,
cuando Isaías  habla del banquete sobre el monte con manjares suculentos y vinos exquisitos (Is 25,6-9) no pudo ni siquiera soñar con la realidad en el Banquete de la Eucaristía, o en el banquete de la eternidad, “que ni ojo vio, ni mente humana pudo imaginar”
El Sermón de la Montaña no viene a proponer una ley distinta a la de Moisés, no es LEY sino EVANGELIO. Los mandamientos, la Ley, exigen un esfuerzo humano: “No matarás” exige un esfuerzo para perdonar; “Honra a tu padre y a tu madre”, exige un esfuerzo de gratitud y generosidad; y así los demás mandamientos. Las bienaventuranzas son acción  de Dios, no del hombre. “Serán consolados, serán saciados” es decir “Dios los consolará, Dios los saciará”. En las bienaventuranzas hay una situación del hombre y una respuesta en la actuación de Dios que cambia esa situación.
Joachim Jeremías, un biblista protestante dice: “La ley pone al hombre ante sus propias fuerzas y le pide que las use hasta el máximo: el evangelio sitúa al hombre ante el don de Dios y le pide que convierta de verdad ese don inefable en fundamento de su vida” 
 

sábado, 11 de febrero de 2017

Para pensar (The wounded healer, Henri Nouwen)

Ignoramos lo que ya sabemos, con un conocimiento intuitivo profundamente arraigado, que ningún amor ni ninguna amistad, que ningún abrazo intimo ni beso tierno, que ninguna comunidad, que ningún hombre ni ninguna mujer serán capaces de satisfacer nuestro deseo de ser liberados de nuestra solitaria condición. Esta verdad es tan desconcertante y dolorosa que preferimos jugar con nuestras fantasías antes que afrontar la verdad de nuestra existencia. Por tanto, abrigamos la esperanza de que algún día encontraremos al hombre que comprenda realmente nuestras experiencias, a la mujer que aporte paz a nuestra desasosegada vida, el trabajo en el que poder hacer realidad nuestro potencial, el libro que lo explique todo y el lugar en el que poder sentirnos en nuestra casa. Esta falsa esperanza nos lleva a hacer demandas agobiantes y nos prepara para la amargura y una peligrosa hostilidad cuando empezamos a descubrir que nadie, ni nada, puede estar a la altura de nuestras absolutistas expectativas.

sábado, 4 de febrero de 2017

2 DE FEBRERO 2017

Misa presidida por el Card. Luis Villalba, concelebrada por Obispos y sacerdotes de diversos lugares del país que están haciendo retiro en nuestro monasterio.



De las Disertaciones de san Sofronio, obispo (Disertación 3, sobre el Hipapanté, 6, 7; PG 87, 3, 3291-3293)



Corramos todos a su encuentro, los que con fe celebramos y veneramos su misterio, vayamos todos con el alma bien dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz.

Llevamos en nuestras manos cirios encendidos, ya para significar el resplandor divino de aquel que viene a nosotros -el cual hace que todo resplandezca y, expulsando las negras tinieblas, lo ilumina todo con la abundancia de la luz eterna-, ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo.

En efecto, del mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en tinieblas, así también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras manos una luz visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la luz verdadera.
 
Sí, ciertamente, porque la luz ha venido al mundo, para librarlo de las tinieblas en que estaba envuelto y llenarlo de resplandor, y nos ha visitado el sol que nace de lo alto, llenando de su luz a los que vivían en tinieblas: esto es lo que nosotros queremos significar. Por esto avanzamos en procesión con cirios en las manos, por esto acudimos llevando luces, queriendo representar la luz que ha brillado para nosotros, así como el futuro resplandor que, procedente de ella, ha de inundarnos. Por tanto, corramos todos a una, salgamos al encuentro de Dios.
Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos transforme.
  
Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos salgamos a su encuentro llenos de su luz y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él, cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz verdadera.

También nosotros, representados por Simeón, hemos visto la salvación de Dios, que él ha presentado ante todos los pueblos y que ha manifestado para gloria de nosotros, los que formamos el nuevo Israel; y, así como Simeón, al ver a Cristo, quedó libre de las ataduras de la vida presente, así también nosotros hemos sido liberados del antiguo y tenebroso pecado.

También nosotros, acogiendo en los brazos de nuestra fe a Cristo, que viene desde Belén hasta nosotros, nos hemos convertido de gentiles en pueblo de Dios (Cristo es, en efecto, la salvación de Dios Padre) y hemos visto con nuestros ojos al Dios hecho hombre; y de este modo, habiendo visto la presencia de Dios y habiéndola aceptado, por decirlo así, en los brazos de nuestra mente, somos llamados el nuevo Israel. Esto es lo que vamos celebrando, año tras año, porque no queremos olvidarlo.