sábado, 18 de marzo de 2017

CUARESMA TIEMPO DE ORACIÓN: LA LITURGIA DE LAS HORAS


I. Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, I. La oración de Cristo: Cristo intercesor ante el Padre
“3. Cuando vino para comunicar a los hombres la vida de Dios, el Verbo que procede del Padre como esplendor de su gloria, «el Sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales». Desde entonces, resuena en el corazón de Cristo la alabanza a Dios con palabras humanas de adoración, propiciación e intercesión: todo ello lo presenta al Padre, en nombre de los hombres y para bien de todos ellos, el que es príncipe de la nueva humanidad y mediador entre Dios y los hombres. 4. El Hijo de Dios, que es uno con el Padre, y que al entrar en el mundo dijo: «Ya estoy aquí para cumplir tu voluntad», se ha dignado ofrecernos ejemplos de su propia oración. En efecto, los evangelios nos lo presentan muchísimas veces en oración: cuando el Padre revela su misión, antes del llamamiento de los apóstoles, cuando bendice a Dios en la multiplicación de los panes, en la transfiguración, cuando sana al sordo y mudo y cuando resucita a Lázaro, antes de requerir de Pedro su confesión cuando enseña a orar a los discípulos, cuando los discípulos regresan de la misión, cuando bendice a los niños, cuando ora por Pedro. Su actividad diaria estaba tan unida con la oración que incluso aparece fluyendo de la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para orar, levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración hasta la madrugada. Tomó parte también, como fundadamente se sostiene, en las oraciones públicas, tanto en las sinagogas, donde entró en sábado, «como era su costumbre», como en el templo, al que llamó casa de oración, y en las oraciones privadas que los israelitas piadosos acostumbraban a recitar diariamente. También al comer dirigía a Dios las tradicionales bendiciones, como expresamente se narra cuando la multiplicación del pan, en la última Cena, en la comida de Emaús; de igual modo recitó el himno con los discípulos. Hasta el final de su vida, acercándose ya el momento de la pasión, en la última Cena, en la agonía y en la cruz, el divino maestro mostró que era la oración lo que le animaba en el ministerio mesiánico y en el tránsito pascual. En efecto, «Cristo, en los días de su vida mortal, habiendo elevado oraciones y súplicas con poderoso clamor y lágrimas hacia aquel que tenía poder para salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente», y con la oblación perfecta del ara de la cruz «ha llevado para siempre a la perfección a los que ha santificado»; y después de resucitar de entre los muertos vive para siempre y ruega por nosotros”.

“Para Agustín los salmos son canciones del deseo, que encienden nuestro deseo de la patria celestial. Mientras cantamos los salmos nuestro deseo de Dios y de la plenitud eterna con Dios crece. Tal como los peregrinos en la noche cantan las canciones de su patria para ahuyentar su miedo, nosotros cantamos"' los salmos las canciones de amor de nuestra patria, para aquí en el extranjero estimular nuestro deseo de la patria verdadera. Al mismo tiempo, Agustín le da otra interpretación más a los salmos. Para él es Cristo el que en realidad reza los salmos. Cuando nosotros oramos con los salmos, los rezamos juntamente con Cristo. En cierto modo le prestamos a Cristo nuestra voz. A mi me ayuda esta idea a la hora de salmodiar. Me imagino cómo Jesús expresa en estos salmos sus experiencias con su Padre y con este mundo, cómo manifiesta su deseo de salir de este mundo hacia el Padre. Medito mientras rezo los salmos sobre las experiencias de Jesús e intento ver este mundo con sus ojos y observarlo y entenderlo a la luz de Dios. Mateo supone que Jesús en la cruz rezó el salmo 22. Cuando rezo este salmo con el Cristo crucificado, los versos me muestran otro sentido. Participo de la lucha de Jesús en la cruz, de su experiencia de sentirse abandonado, de su tormento, de su desesperación, y a la vez de su aferrarse a Dios y a su confianza profunda, que le hace decir colgado de la cruz: "Porque no miró con desprecio ni desdeñó al humilde; no le ocultó su rostro" (Sal 22,25ss)” (tomado de Anselm Grün, Las fuentes de la espiritualidad).

II. Regla de san Benito, cap. XIX: El modo de salmodiar
1 Creemos que Dios está presente en todas partes, y que "los ojos del Señor vigilan en todo lugar a buenos y malos" (Pr 15,3), 2 pero debemos creer esto sobre todo y sin la menor vacilación, cuando asistimos a la Obra de Dios.  3 Por tanto, acordémonos siempre de lo que dice el Profeta: "Sirvan al Señor con temor" (Sal 2,11). 4 Y otra vez: "Canten sabiamente" (Sal 46,8). 5 Y, "En presencia de los ángeles cantaré para ti" (Sal 137,1). 6 Consideremos, pues, cómo conviene estar en la presencia de la Divinidad y de sus ángeles, 7 y asistamos a la salmodia de tal modo que nuestra mente concuerde con nuestra voz”.

“San Bernardo haciéndose eco de la tradición monástica, ha expresado notablemente esta espiritualidad contemplativa del Oficio divino: “Ya que celebráis vuestras alabanzas mezcladas a los cantores celestiales en cuanto que conciudadanos de los santos y familiares de Dios, salmodiad con sabiduría. El alimento se saborea en la boca, igual que un salmo en el corazón. Sólo que el alma fiel y prudente no descuida de masticarlo con los dientes de la inteligencia pues si intentara tragarla de un bocado, sin masticarla, privaría a su paladar de un exquisito sabor, más dulce que la miel y que el panal de miel. Así como está la miel en la cera, así la experiencia de la dulzura de Dios está escondida en la letra. Indudablemente, la letra mata si se la traga sin el condimento del espíritu; pero si, con el Apóstol, salmodiáis con el espíritu, si salmodiáis con inteligencia, entonces conoceréis por vosotros mismos la verdad de esta palabra de Jesús: ‘Las palabras que os he dicho son espíritu y vida’ (Jn 6,64), y también lo que está escrito en el libro de la Sabiduría: ‘Mi espíritu es más dulce que la miel’ (Eclo 24,27). Así se deleitará vuestra alma en la abundancia, así vuestro holocausto, se volverá sabroso”. Por otra parte, el Abad de Clairvaux da estos consejos: “Si san Benito, nuestro Padre, ha dado el nombre de Obra de Dios al oficio de alabanza que celebramos cada día en el oratorio como solemne tributo rendido a Dios, quería muy bien señalar con ello qué atención debemos poner en ese acto. Os conjuro, muy amados, a participar siempre en el Oficio divino con un corazón puro y atento. Debéis aportar a la vez, presencia activa y respeto. No os acerquéis al Señor perezosamente con somnolencia, bostezando, mezquinando vuestras voces, no articulando sino a medias las palabras... Que vuestros acentos sean viriles como vuestros sentimientos, como conviene cuando se cantan textos inspirados por el Espíritu Santo. No penséis sino en el sentido de las palabras que cantáis. No basta con evitar los pensamientos vanos y fútiles, en ese momento y en ese lugar, descartad igualmente las preocupaciones a las que necesariamente deben atender, por el bien común, los hermanos encargados de una tarea. Hasta os aconsejaría apartar de vuestro espíritu en ese momento, aquello que hasta un instante antes, sentados en vuestras celdas, hubierais podido estar leyendo... Son pensamientos saludables, pero no es saludable estarles dando vueltas en la cabeza mientras se salmodia. El Espíritu Santo, en esas horas no quiere que se le ofrezca cosa alguna sino lo que allí corresponde, olvidándose de todo lo demás que se le adeuda” (tomado de Placido Deseille, ocso, “Guía espiritual”).

III. V. Raffa, “Liturgia de las Horas”, en NDL.
“El carácter horario de la LH se destaca no sólo por el hecho de que cada uno de los oficios está escalonado a lo largo del día, sino también por el contenido temático referido a las horas o a los misterios de la salvación vinculados históricamente a ellas.
1. LAUDES. Las laudes son una oración estrechamente vinculada, por tradición, ordenamiento explícito de la iglesia y contenido contextual, con el tiempo que cierra la noche y abre el día. Es la voz de la esposa, la iglesia, que se levanta para "cantar la alborada al esposo". La tradición histórica más avisada, al acuñar el nombre de laudes matutinas, oración de la mañana, pero sobre todo al colocarlas cronológicamente en el momento de la aurora, ha querido caracterizar este oficio inequívocamente como oración mañanera. La instrucción sobrela LH dice: "Las laudes matutinas están dirigidas y ordenadas a santificar la mañana, como salta a la vista en muchos de sus elementos" (OGLH 38). Efectivamente, muchas fórmulas de las laudes se refieren a la mañana, a la aurora, a la luz, a la salida del sol, al comienzo de la jornada. Se puede comprobar en los himnos ordinarios, en muchos salmos, antífonas, versículos, responsorios, invocaciones, oraciones y en el cántico Benedictus. Las laudes matutinas evocan la resurrección de Cristo, que se produjo al alba. Cantan a Cristo, sol naciente, luz que ilumina al mundo y que viene a "visitarnos de lo alto" y a guiarnos en todas las actividades de la jornada y en la peregrinación diurna. Las laudes recuerdan también la creación (mañana del cosmos) y el mandato que Dios dio al hombre de dominar el mundo junto con la orden de plasmar, con su actividad libre e inteligente, la historia (mañana o génesis de la humanidad). Las laudes son un sacrificium laudis también porque son un ofrecimiento de primicias, dedicación a Dios Padre de la jornada de trabajo, propósito de seguir una ruta precisa (la señalada por el evangelio), voluntad de comerciar con el talento precioso del tiempo. A la oración de laudes hay que reconocerle una acción sacramental, en el sentido de que constituye una súplica de toda la iglesia para pedir aquellos auxilios divinos que están en estrecha relación con su fin de santificación horaria y su función conmemorativa de los misterios de salvación. El espíritu característico de las laudes hay que tenerlo siempre presente para darse cuenta de que, si se cambia su colocación horaria precisa, se desfigura su fisonomía característica y se lesiona su sacramentalidad específica. La observación natural vale también para las vísperas, las demás horas diurnas y las completas.
2. VISPERAS. Las vísperas están íntimamente unidas a la tarde, que es al mismo tiempo conclusión del día y comienzo de la noche. En la división antigua, en uso entre los romanos, la vigilia vespertina (es decir, la tarde) era la primera de las cuatro partes de la noche: tarde, medianoche, canto del gallo, mañana. Llamaban Véspero también al astro luminoso de la tarde (Venus), que empieza a hacerse visible cuando caen las sombras. "Se celebran las vísperas por la tarde, cuando ya declina el día, en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto" (OGLH 39). La iglesia, al final de una jornada, pide también perdón a Dios por las manchas que pueden haber quitado blancura a su vestido inmaculado a causa de los pecados de sus hijos (cf oraciones vespertinas del lunes y jueves de la tercera semana). La oración de las vísperas conmemora el misterio de la cena del Señor (celebrado por la tarde) y recuerda la muerte de Cristo, con la que cerró su jornada terrena (OGLH 39). Las vísperas expresan la espera de la bienaventurada esperanza y de la llegada definitiva del reino de Dios, que se producirá al final del día cósmico. Tienen, por tanto, un sentido escatológico referido a la última venida de Cristo, que nos traerá la gracia de la luz eterna (OGLH 39). Las vísperas son el símbolo de los obreros de la viña eclesial, los cuales al final de su jornada se encuentran con el Amo divino para recibir el don liberal de su amor, más que la recompensa debida al trabajo (Mt 20,1-16). La iglesia, que ha sido acompañada por Cristo en su camino de la jornada, llegada a la última hora, le dice: "Quédate con nosotros porque es tarde" (Lc 24,29; cf oración de vísperas del lunes de la cuarta semana)…”.


“Me parece que son cuatro las partes de la oración que me toca describir y que hallo dispersas en las Escrituras, y a cuyo modelo debe cada cual reducir, como a un todo, su propia oración. Estas son las partes de la oración. Según la capacidad de cada cual, al principio y como en el exordio de la oración, hay que dar gloria a Dios, por Cristo coglorificado, en el Espíritu Santo coalabado. Después, cada cual debe situar la acción de gracias universal por los beneficios concedidos a la comunidad y luego las gracias recibidas de Dios. A la acción de gracias parece oportuno le suceda la dolida acusación ante Dios de sus propios pecados y la petición, en primer lugar, de la medicina que lo libere del hábito y de la inclinación al pecado, y luego, del perdón de los pecados cometidos. En cuarto lugar y después de la confesión me parece que ha de añadirse la súplica implorando los magníficos bienes celestiales tanto para sí mismo, como para toda la comunidad humana, para los familiares y para los amigos. Y por encima de todo esto, la oración debe finalizar por la glorificación de Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo. Pues es justo que una oración que comenzó por la glorificación, con la glorificación termine, alabando y glorificando al Padre de todos, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, a quien sea la gloria por los siglos” (Orígenes, Sobre la oración, ns. 31-33).

Textos usados en la charla "Introducción a la celebración de la Liturgia de las Horas" para los seminaristas del Introductorio, 14 de marzo de 2017.

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