Bautizados, somos iluminados; iluminados somos hijos de
Dios. Hijos de Dios, recibimos un don perfecto, y recibiendo un don perfecto,
poseemos la inmortalidad…
Nosotros los bautizados, liberados del pecado cuya
oscuridad obstaculizaba al Espíritu Santo, tenemos libre el ojo del espíritu,
transparente, luminoso, y por él, vemos a Dios, siendo repartido el Espíritu
Santo desde lo alto sobre nosotros.
Penetrados por este rayo eterno, podemos ver esta luz
eterna. Pues lo semejante ama lo semejante, lo que es santo es amado por la
fuente de toda santidad que es esencialmente Luz. Pues vosotros erais
tinieblas, y ahora sois luz en el Señor.
[San Clemente de Alejandría, El Pedagogo, I,
6]
Tu luz me envuelve, ella me da la vida, oh Cristo mío,
pues tu mirada
es fuente de vida,
tu mirada es
resurrección.
Decir las operaciones de tu luz, es lo que sabría hacer,
y por lo
tanto, lo que he conocido y conozco, Dios mío;
es esto
que, mismo en la enfermedad, Maestro,
mismo en las
aflicciones y en las penas,
que sea
retenido en los lazos, en el hambre, en la prisión,
que sea presa
de los peores sufrimientos, oh Cristo mío,
tu luz
brillando,
disipa todo
esto como tinieblas y es en el reposo, la luz;
y el gozo de
tu luz que me establece repentinamente en tu Espíritu divino.
[Simeón el Nuevo Teólogo, Himnos t. III,
Textos seleccionados y traducidos por el P. Marcelo Maciel, osb
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