martes, 24 de diciembre de 2019
sábado, 21 de diciembre de 2019
ADVIENTO: HOMILIAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (IV)
Hijos de Abrahán
Concebirás y darás a luz un hijo (Vigilia, Homilía III[1]) (Lucas 1, 26-37; 2Tim 2, 8-13).
Según había prometido a nuestros
padres, Abrahán y a su descendencia para siempre. Recordando a los patriarcas,
Santa María cita con razón nominalmente a Abrahán porque, aunque muchos
patriarcas y santos dieron simbólicamente testimonio de la encarnación del
Señor, sin embargo solo a él se le anunciaron por primera vez de un modo
manifiesto los misterios de su encarnación y de nuestra redención.… Porque
también nosotros somos semilla e hijos de Abrahán, cuando renacemos en los
sacramentos de nuestro Redentor, que tomó carne de la estirpe de Abrahán (p.
113).
Y en
virtud de un misterio sublime el recién nacido eligió para sí una sede en un
pesebre al que los animales suelen acudir para alimentarse… Con el buey designa
al pueblo judío… con el asno al pueblo de los gentiles… (p. 133).
Preparar la Navidad
Por eso es necesario, hermanos
queridísimos, que nosotros, a quienes el Señor promete la eterna recompensa,
luchemos por obtenerla con un infatigable esfuerzo espiritual… Por tanto, insistamos
en la meditación frecuente de los textos evangélicos, retengamos siempre en la
memoria los ejemplos de la bienaventurada Madre de Dios, al fin de que,
encontrados humildes a los ojos de Dios y obedientes al prójimo por el respeto
que debemos, merezcamos ser elevados junto con ella para siempre. Procuremos
con solicitud que no nos ensoberbezca indebidamente la alabanza de quienes nos
ensalzan, al ver cómo ella mantuvo una constancia inamovible de humildad en
medio de palabras de verdadera alabanza… (p. 114).
Si
meditamos de continuo los hechos y las palabras de Santa María, permanecerán en
nosotros… Porque de una parte se difundirá en la santa Iglesia la óptima y
saludable costumbre de que todos canten a diario el himno sagrado junto con la
salmodia de las laudes vespertinas, por cuanto con eso la frecuente
conmemoración de la encarnación del Señor encenderá las almas de los fieles en
el amor a esa devoción; y de otra, la ponderación más frecuente del ejemplo de
la Virgen, confirmará en la solidez de las virtudes. Y esto es bueno que se
haga convenientemente a la hora vespertina, esto es cuando nuestra mente,
fatigada por la jornada diaria y disipada en pensamientos de todo tipo, al
acercarse el tiempo de descanso, se recoge para considerarse a sí misma y, tras
haber sido advertida saludablemente para que prescinda de todo lo superfluo y
nocivo de los avatares del día, limpie todo eso tempestivamente una vez más con
oraciones y lágrimas.
Vueltos
hacia el Señor, imploramos su clemencia a fin de que, de una parte sepamos
venerar la memoria de santa María con los oficios oportunos, y de otra
merezcamos llegar a la celebración solemne de la Navidad del Señor con un alma
más pura. Él en persona fomenta nuestro deseo de realizar obras espirituales y
percibir los dones celestiales, Él que por nosotros quiso que su Unigénito
Jesucristo nuestro Señor se encarnara y que quiso darle una forma de vivir
entre los hombres” (p. 115).
Concebirás y darás a luz un hijo (Vigilia, Homilía III[1]) (Lucas 1, 26-37; 2Tim 2, 8-13).
La lectura del santo evangelio que
acabamos de escuchar, carísimos hermanos, nos recuerda el exordio de nuestra
redención, cuando Dios envió un ángel a la Virgen para anunciarle el nuevo
nacimiento, en la carne, del Hijo de Dios, por quien –depuesta la nociva
vetustez– podamos ser renovados y contados entre los hijos de Dios. Así pues,
para merecer conseguir los dones de la salvación que nos ha sido prometida,
procuremos percibir con oído atento sus primeros pasos.
El ángel
Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una
virgen desposada con un hombre llamado José; la virgen se llamaba María. Lo que
se dice: de la estirpe de David, se refiere no sólo a José, sino también a
María, pues en la ley existía la norma según la cual cada israelita debía
casarse con una mujer de su misma tribu y familia. Lo atestigua el Apóstol,
cuando escribiendo a Timoteo, dice: Haz memoria de Jesucristo el Señor,
resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi
evangelio. En consecuencia, el Señor nació realmente del linaje de David, ya
que su Madre virginal pertenecía a la verdadera estirpe de David.
El ángel,
entrando a su presencia, dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia
ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará
el trono de David su Padre». Llama trono de David al reino de Israel, que en su
tiempo David gobernó con fiel dedicación por mandato y con la ayuda de Dios.
Dio, pues, el Señor a nuestro Redentor el trono de David su padre, cuando
dispuso que éste se encarnara en la estirpe de David, para que con su gracia
espiritual condujera al reino eterno al pueblo que David rigió con un poder
temporal. Como dice el Apóstol: Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
Y reinará
en la casa de Jacob para siempre. Llama casa de Jacob a la Iglesia universal,
que por la fe y la confesión de Cristo pertenece a la estirpe de los
patriarcas, sea a través de los que genealógicamente pertenecen a la línea de
los patriarcas, sea a través de quienes, oriundos de otras naciones, renacieron
en Cristo mediante el baño espiritual. Precisamente en esta casa reinará para
siempre, y su reino no tendrá fin. Reina en la Iglesia durante la vida
presente, cuando, habitando en el corazón de los elegidos por la fe y la
caridad, los rige y los gobierna con su continua protección para que consigan
alcanzar los dones de la suprema retribución. Reina en la vida futura, cuando,
al término de su exilio temporal, los introduce en la morada de la patria
celestial, donde eternamente cautivados por la visión de su presencia, se
sienten felices de no hacer otra cosa que alabarlo.
[1] CCL 122, 14-17.
sábado, 14 de diciembre de 2019
HORARIOS DE NAVIDAD 2019
Martes 24 de diciembre
5,20 hs. Vigilias.
7,30 hs. Misa con Laudes.
12,00 hs. Sexta.
18,00 hs. Primeras vísperas de la Natividad
del Señor.
19,00 hs. Oficio de Lecturas de la Natividad
del Señor.
22,00 hs. Misa de la Nochebuena.
Miércoles 25 de diciembre
8,20 hs. Laudes.
10,00 hs. Misa del día de la Natividad del
Señor.
12,00 hs. Sexta.
19,00 hs. Segundas Vísperas de la Natividad
del Señor .
Martes 31 de diciembre
5,20 hs. Vigilias.
7,30 h. Misa con Laudes.
12,00 hs. Sexta.
18,00 hs. Primeras Vísperas de la Octava.
19,00 hs. Misa Vespertina.
23,00 hs. Oficio de Lecturas de la Madre de
Dios.
Miércoles 1 de enero
8,20 hs. Laudes.
10,00 hs. Misa de la Madre de Dios.
12,00 hs. Sexta.
19,00 hs. Segundas vísperas de la Madre de
Dios.
ADVIENTO: HOMILÍAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (III)
Ese pasaje narra que fue enviado un
ángel del cielo a la Virgen, para que anunciara el nuevo nacimiento carnal del
Hijo de Dios por el que nosotros, depuesto el pecado antiguo, estemos en
condiciones de ser renovados y contados entre los hijos de Dios. Así pues, a
fin de merecer alcanzar los dones de la salvación que se nos promete,
intentemos escuchar con oído atento (p. 88). Dice así: Fue enviado por Dios el
ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un varón de nombre José. … porque la causa primera de la perdición del hombre
se produjo cuando la serpiente fue enviada por el diablo a una mujer que debía
ser engañada por un espíritu de soberbia… Por tanto, puesto que la muerte entró
a través de una mujer, era adecuado que también la vida volviera por medio de
una mujer. Aquella, seducida por el diablo en figura de serpiente, ofreció al
varón el gusto a la muerte; ésta, instruida por Dios a través de un ángel, dio
a luz al mundo al autor en la Salvación…
Tras
haber recibido una gracia tan grande, veamos a qué sublime altura de humildad
se mantiene santa María. Dice: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según
tu palabra. Verdaderamente posee una gran constancia en la humildad la que se
llama a sí misma sierva, cuando es elegida madre de su Creador.… Hágase en mí
según tu palabra. Hágase que el Espíritu Santo, viniendo hasta mí, me haga
digna de los divinos misterios. Cúmplase que en mi vientre el Hijo de Dios se
vista el hábito de una sustancia humana y salga de su tálamo como un esposo
para la Redención del mundo.
Nosotros,
hermanos queridísimos, secundando su voz y su actitud en la medida en que somos
capaces, afanémonos por ser servidores de Cristo en todas nuestras acciones y
reacciones, sometamos todos los miembros de nuestro cuerpo a su servicio,
orientemos toda nuestra mirada al cumplimiento de su voluntad y agradezcamos
los dones que de Él hemos recibido, viviendo honestamente, de manera que
merezcamos ser considerados dignos de recibirlos aún mayores. Roguemos
asiduamente, junto con la santa Madre de Dios, para que se cumpla en nosotros
su palabra; o sea, aquella palabra con la que Él en persona explica el motivo
de su encarnación: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, a
fin de que todo el que cree en Él no perezca sino que tenga vida eterna” (p.
99).
La alabanza de Santa María y Santa Isabel (Homilía IV) (Lucas 1,39-56; 11, 27-28)
En cuanto oyó Isabel el saludo de
María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo… y clamó
con fuerte voz… Sí, con fuerte voz, porque reconoció los grandes dones de Dios…
Porque no podía alabar al Señor con devoción por medio de una voz moderada, la
que vibraba llena del Espíritu Santo… Y se alegraba porque había llegado Aquel
que, concebido de la carne de una madre Virgen, sería llamado y sería en verdad
Hijo del Altísimo (p. 103). ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, indudablemente, el mismo Espíritu que le inspiró el don de profecía, le
prestó igualmente la gracia de la humildad (p. 105).
Y dijo:
Mi alma magnifica al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios mi
Salvador... Con estas palabras, en primer lugar, pone de manifiesto los dones
especiales que se le han concedido… Su alma magnifica al Señor que toma
posesión de todos los afectos de su hombre interior para la alabanza y el
servicio divinos, porque con la observancia de los preceptos divinos demuestran
que piensa continuamente en el poder de su Majestad. Exulta su espíritu en
Dios, su Salvador, porque no se goza en las cosas terrenas, no se deja seducir
por la afluencia de cosas caducas, no se quiebra con la adversidad, sino que se
deleita solo en la contemplación de su Creador, de quien espera la salvación
eterna… Ella pudo exultar con todo derecho en Jesús -esto es, en su salvación-
con una alegría especial, superior a la de los demás santos, porque sabía que
Aquel a quien ella conocía como perpetuo autor de la salvación, precisamente
ese habría de nacer de su carne por medio de un parto temporal por cuanto, en
una misma persona, sería verdaderamente a la vez su hijo y su Señor (p. 107).
Y su
misericordia se derrama de generación en generación… Y con estas palabras de
Santa María ella canta la palabra de Dios en persona, con la que proclamó que
no sólo era bienaventurada la madre que mereció engendrarle corporalmente, sino
todos aquellos que guardaren sus mandamientos. Porque, en una ocasión Él estaba
enseñando al pueblo… Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan (p.
109).
martes, 10 de diciembre de 2019
lunes, 9 de diciembre de 2019
sábado, 7 de diciembre de 2019
ADVIENTO: HOMILIAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (II)
IV. Contemplar a Cristo en su Humanidad (Homilía II) (Juan
1, 1-34 y 14)
El Precursor de nuestro Redentor, al
dar testimonio de Él, anuncia de antemano la excelencia de su Humanidad y a la
vez lo eterno de su Divinidad. Porque decía a voz en grito… El que vendrá
después de mí, ha sido hecho antes de mí, porque era primero que yo. (p. 77).
En efecto, al decir el que vendrá después de mí, da a entender el orden
dispuesto en la economía de la encarnación, según la cual nació después de él y
después de él predicaría, haría milagros y sufriría la muerte. Pero, al añadir
ha sido hecho antes de mí, se refiere a la excelsitud de su Humanidad… por eso
irá delante de mí en la gloria de su majestad, incluso en la Humanidad que ha
asumido, aunque haya nacido después de mí.
Verdaderamente
el Señor estaba lleno del Espíritu Santo, lleno de gracia y de verdad, porque
como dice el Apóstol: En Él habita toda la plenitud de la divinidad
corporalmente. … (p. 79). Por tanto, puesto que… hemos recibido lo bueno que
tenemos de la plenitud de nuestro Creador, hay que tener muchísimo cuidado de
que ningún incauto se ensalce a sí mismo por una buena acción o idea propia…. Porque
los bienes que recibimos para creer, para amar, para actuar, no los recibimos
por nuestros méritos precedentes, sino porque nos los concede Aquel que dice:
no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido y os he puesto
para que vayáis y deis fruto (p. 81).
Continúa el Evangelio: Porque la Ley
fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vino por Jesucristo… La gracia y la
verdad se cumplieron por medio de Jesucristo porque con el don de su Espíritu,
concedió la posibilidad de que la Ley fuera comprendida de una manera
espiritual y cumplida; y porque al mismo tiempo introduce a quienes la cumplen
en la verdadera felicidad de la vida celestial, que prefiguraba la tierra prometida…
En
verdad, ninguna gracia mayor puede concederse a los hombres, ninguna verdad más
sublime pueden conocer que aquella de la que el unigénito Hijo de Dios habla a
sus fieles, cuando dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios… Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios
verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo (p. 84).
Él en
persona, revistiéndonos con los sacramentos de su encarnación, santificándonos
con los carismas de su Espíritu, nos ayuda para que podamos llegar hasta ella
(la contemplación). Y Él mismo, después de haber pronunciado en forma de hombre
la última sentencia, nos introducirá de una manera sublime en la contemplación
de la majestad divina y nos explicará de un modo admirable los misterios del
reino celestial… Yo me manifestaré –dice- a quienes me aman, para que quienes
me han conocido mortal en su naturaleza sean capaces de ver ya desde ahora en
mí a uno que es igual al Padre y al Espíritu Santo en su naturaleza… A todos
ellos, sin embargo, el Hijo que está en el seno del Padre, les mostrará a Dios,
a cada uno según su capacidad, cuando en el momento de la resurrección les
imparta la bendición (p. 87).
sábado, 30 de noviembre de 2019
ADVIENTO: HOMILIAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (I)
El autor: San Beda el Venerable (presentado por Benedicto XVI[1]).
“…nació en el nordeste de Inglaterra,
exactamente en Northumbria, entre los años 672 y 673. Él mismo cuenta que sus
parientes, a la edad de siete años, lo encomendaron al abad del cercano
monasterio benedictino para que fuera educado: ‘En este monasterio -recuerda-
desde entonces viví siempre, dedicándome intensamente al estudio de la Sagrada
Escritura y, mientras observaba la disciplina de la Regla y la tarea diaria de
cantar en la capilla, para mí siempre fue dulce aprender, enseñar o escribir’ (Historia ecclesiastica gentis Anglorum,
v, 24)… La enseñanza y la fama de sus escritos le granjearon muchas amistades
con las principales personalidades de su tiempo, que lo animaban a proseguir en
su trabajo... A pesar de enfermar, no dejó de trabajar, conservando siempre una
alegría interior que se expresaba en la oración y en el canto. Concluyó su obra
más importante, la Historia ecclesiastica
gentis Anglorum con esta invocación: ‘Te ruego, oh buen Jesús, que
benévolamente me has permitido acceder a las dulces palabras de tu sabiduría,
concédeme, benigno, llegar un día hasta ti, fuente de toda sabiduría, y estar
siempre ante tu rostro’. La muerte le llegó el 26 de mayo del año 735: era el
día de la Ascensión.
Las
Sagradas Escrituras son la fuente constante de la reflexión teológica de san
Beda. A partir de un cuidadoso estudio crítico del texto…, comenta la Biblia,
leyéndola en clave cristológica, es decir, reúne dos cosas: por una parte,
escucha lo que dice exactamente el texto -quiere realmente escuchar, comprender
el texto mismo-; y, por otra, está convencido de que la clave para entender la
Sagrada Escritura como única Palabra de Dios es Cristo y, con Cristo, a su luz,
se entiende el Antiguo y el Nuevo Testamento como ‘una’ Sagrada Escritura. Las
circunstancias del Antiguo y del Nuevo Testamento están unidas, son camino
hacia Cristo, aunque estén expresadas con signos e instituciones diversas (lo
que él llama concordia sacramentorum)…
fue también un insigne maestro de teología litúrgica. En las homilías sobre los
evangelios dominicales y festivos desarrolló una verdadera mistagogía, educando
a los fieles a celebrar gozosamente los misterios de la fe y a reproducirlos
coherentemente en la vida, en espera de su plena manifestación al regreso de
Cristo, cuando, con nuestros cuerpos glorificados, seremos admitidos en la
procesión de las ofrendas en la liturgia eterna de Dios en el cielo… Gracias a
esta forma suya de hacer teología, mezclando Biblia, liturgia e historia, san
Beda tiene un mensaje actual para los distintos ‘estados de vida’: a) a los
estudiosos (doctores ac doctrices)
les recuerda dos tareas esenciales: escrutar las maravillas de la Palabra de
Dios para presentarlas de forma atractiva a los fieles; y exponer las verdades
dogmáticas evitando las complicaciones heréticas y ciñéndose a la ‘sencillez
católica’, con la actitud de los pequeños y humildes, a quienes Dios se
complace en revelar los misterios del Reino; b) los pastores, por su parte,
deben dar prioridad a la predicación, no sólo mediante el lenguaje verbal o
hagiográfico, sino también valorando los iconos, las procesiones y las
peregrinaciones…; c) a las personas consagradas, que se dedican al Oficio
divino, viviendo la alegría de la comunión fraterna y progresando en la vida
espiritual mediante la ascesis y la contemplación, san Beda les recomienda
cuidar el apostolado —nadie tiene el Evangelio sólo para sí mismo, sino que debe
sentirlo como un don también para los demás-… “.
El tema: la espiritualidad bíblico-litúrgica del Adviento
“La liturgia de Adviento ha
desarrollado en la Iglesia una auténtica espiritualidad litúrgica, centrada en
la venida del Señor y en su espera. Venida del Señor en la carne, adviento del
Señor al final de los tiempos, constante presencia del Señor en su Iglesia y en
el corazón de los fieles que lo acogen con amor. Las palabras claves de tiempo
del Adviento son espera y esperanza, atención y vigilancia, acoger y compartir…
El Card. H. Newman decía en uno de sus Sermones:
‘Es necesario estudiar de cerca el sentido de la palabra velar…No sólo hemos de
creer, hemos de vigilar; no sólo hemos de amar, tenemos que velar; no sólo es
necesario obedecer, hay que estar alerta. ¿Y cómo hemos de velar? Para acoger
este gran acontecimiento: la venida de Cristo… Vela con Cristo quien no pierde
vista el pasado mientras mira hacia el porvenir y completa lo que el Salvador
le ha merecido y no olvida lo que por él ha sufrido’…”[2].
“Adviento es tiempo del Espíritu Santo.
El verdadero Pródromos, precursor de
Cristo en su primera venida, es el Espíritu Santo; él es ya el precursor de la
segunda venida. Él ha hablado por medio de los profetas, ha inspirado los
oráculos mesiánicos, ha anticipado con sus primicias de alegría la venida de
Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María, el evangelio de
Lucas lo demuestra en el primer capítulo, cuando todo parece un anticipo de
Pentecostés, una efusión de gozo mesiánico, para los últimos protagonistas del
AT, en la profecía y en la alabanza del Benedictus
y del Magnificat. Por eso en la
espera de la definitiva manifestación gloriosa, la Iglesia pronuncia su ‘Ven,
Señor Jesús’, como Esposa guiada por el Espíritu Santo. El protagonismo del
Espíritu se transmite a sus órganos vivos que son los hombres y mujeres
carismáticos del AT que ya enlazan la antigua alianza con la nueva. Hombres y
mujeres de ayer y de hoy que mantienen en la Iglesia la esperanza del Señor y acrecientan
en los cristianos su responsabilidad en la historia. En esta luz debemos
recordar a los precursores del Mesías, sin olvidar al Precursor, que es el
Espíritu Santo, de la primera y de la definitiva venida de Jesús”[3].
Dos íconos “monásticos” del Adviento:
Juan el Bautista y María, precursores del Señor, en las homilías de san Beda[4].
Juan apareció en el desierto bautizando
y predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados… predecía
un bautismo de penitencia para remisión de los pecados en Cristo en cuyo solo
bautismo se nos concede la remisión de los pecados (p. 67)… Quien desea ser
bautizado en la fuente de la vida no es por otra cosa sino porque se arrepiente
de estar sometido a la perniciosa muerte… El bautismo de Juan era un signo de
fe y penitencia. En efecto se daba para que todos aquellos que lo recibían se
abstuvieran de pecar, insistieran en dar limosnas, creyeran en Cristo y
consideraran un deber acercarse, en cuanto Él apareciera (p. 68), a aquel
bautismo. (Juan) amonestaba a sus oyentes para que se apartaran de sus pecados,
por medio de la penitencia, se apartaba de los vicios de los pecadores, no sólo
por la pureza de su mente, sino por el lugar donde habitaba corporalmente… De
otra parte, simbólicamente, el desierto en el que Juan permanecía es imagen de
la vida de los santos, apartada de los encantos del mundo. Estos… se deleitan
en unirse solo a Dios en lo profundo de su corazón y en poner en Él su
esperanza (p. 69).
En
definitiva, el Señor, tras haber liberado de Egipto al pueblo gracias a la
sangre del cordero y haberlo conducido a través del mar Rojo, lo tuvo primero
durante cuarenta años en el desierto y después le introdujo en la tierra
prometida. Por eso, no es sorprendente que el pueblo fiel no pueda soportar el
gozo de la patria celestial inmediatamente después del bautismo, sino que en
primer lugar debe ejercitarse en una prolongada lucha por las virtudes, para
después ser premiado con los dones de la bienaventuranza suprema. Acudía a él
toda la región de Judea y los habitantes de Jerusalén… Más, puesto que Judea
significa ‘confesión’ y Jerusalén ‘visión de paz’ podemos interpretar de una
manera alegórica que quienes han aprendido la confesión de la fe…, quienes han
abrazado la visión de la paz celestial se encuentran incluidos en esta
expresión. Una vez oída la palabra de Dios, se apartan de su comportamiento
anterior y acceden a la soledad de la vida espiritual (p. 70),… se purifican,
como con un bautismo diario en el Jordán y con las lágrimas de su compunción,
de todo tipo de contagio con vicios… De ahí que el Jordán haya sido
interpretado con razón como el ‘río del juicio’,… cuanto más solícitamente
examinan a fondo su conciencia, tanto más caudalosos son los ríos de lágrimas
que fluyen desde la profunda fuente de su corazón… vuelcan las inmundicias de
su fragilidad en las aguas de la penitencia (p. 71).
II.
El misterio de Cristo Salvador
Y si alguno desea interpretar el
vestido y la comida de Juan como figura del Señor nuestro Salvador… de buen
grado hay que seguir esa interpretación y admitir que los pelos de camello por
su aspereza simbolizan a quienes intentan limpiar sus pecados con penitencia,
ayuno y lágrimas; el cinturón de cuero, por la muerte del animal del que está
hecho señala a quienes han crucificado su carne junto con sus pasiones y
concupiscencia. Y puesto que está escrito: Así pues, cuantos en Cristo habéis
sido bautizados, os habéis vestido de Cristo, esos tales, al estar adheridos a
Cristo en virtud de un amor inquebrantable, se visten con pelos del camello y
ciñen sus lomos con un cinturón de cuero (p. 72).
Tras la
descripción del lugar, la misión, el vestido y el alimento de Juan, a
continuación se añade el contenido de su predicación, porque se dice: Y
predicaba diciendo: tras de mi viene uno más fuerte que yo. En verdad es muy
fuerte el que bautiza para que se confiesen los pecados, pero más fuerte es el
que bautiza para que estos sean perdonados. Es fuerte quien es digno de tener
el Espíritu Santo, pero más fuerte quien lo infunde (p. 73). Y para que no
creyeran que este bautismo les bastaba para obtener la salvación, antes bien se
acercaran presurosos al bautismo de Cristo, añadió en consecuencia: pero Él os
bautizará en el Espíritu Santo…. En verdad bautiza en el Espíritu el que
perdona los pecados con la fuerza del Espíritu Santo (p. 75).
III.
Prepararnos a la Navidad
Procuremos, hermanos míos, mantener
íntegra y pura su gracia en nosotros en cada momento, perseverando en las
buenas obras. Y sobre todo ahora, cuando nos disponemos a celebrar la Natividad
de nuestro Salvador, afanémonos con más solicitud de lo habitual, vigilando
para limpiar con más rapidez lo que hayamos sorprendido que existe en nosotros
de negligencia oculta. Esforcémonos por adquirir cuanto antes lo que veamos que
falta en nosotros de la virtud que deberíamos tener, apartando de nosotros la
maleza de las discordias, denuestos, riñas, murmuraciones y demás vicios.
Plantemos en nosotros la caridad, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la
benignidad, la confianza, la mansedumbre, la continencia y los demás frutos
insignes del Espíritu, a fin de que en aquel día merezcamos comparecer ante el
altar del Señor con corazón limpio y conciencia pura y unirnos a los
sacramentos sacrosantos de Aquel que vive y reina con el Padre en la unidad del
Espíritu Santo” (p. 76).
[1]
Audiencia general del 18 de febrero de 2009.
[2]J.
Castellanos, El año litúrgico, Memorial
de Cristo y mistagogía de la Iglesia, CPL, Barcelona, 1996, pp. 74-75.
[3] Idem., pp. 68-69.
[4] Homilías sobre los evangelios 1,
Biblioteca de Patrística 102, Ciudad Nueva, Madrid, 2016.
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sábado, 23 de noviembre de 2019
De la lucha psicológica a la lucha espiritual o del sentimiento de culpa a la sensibilidad penitencial
“El
sentimiento de culpa nace fundamentalmente ante nosotros mismos y ante la
consideración de nuestros propios límites, a veces puede determinar decepción y
desconcierto por los propios fallos, algo así como la herida narcisista que
provoca rabia y rencor contra nosotros mismos, en el interior de un círculo
vicioso que a menudo se encuentra en la raíz de muchas formas distorsionadas o
incluso neuróticas del sentimiento de la propia falibilidad: es la lucha psicológica, lucha intestina,
obsesiva y vana del yo contra el yo, o contra una parte de sí mismo. Para
entendernos, es la lucha inicial de Pablo cuando se siente humillado, él, el
primero de los predicadores, por la ‘espina en la carne’ y se afana
absolutamente en derrotarla por completo, luchando al máximo contra ella y contra
sí mismo, y dando por descontado que el Señor también está de acuerdo con él y
le echará una mano para llegar a ser perfecto (cf. 2 Cor 12,7).
La
conciencia de pecado nace, en cambio, del descubrimiento del amor de Dios, y es
tanto más fuerte cuanto más nos sentimos amados por el Eterno, genera un
disgusto sincero por haber ofendido a quien nos ha amado con un amor grande, pero
pasa a través de una especie de lucha con este amor, antes de rendirse a él: es
la lucha espiritual (o religiosa) del hombre creyente que
combate contra la idea, inmediatamente percibida como humillante, de ser amado
por Dios en su propia capacidad de ser amado, o de no tener ningún mérito,
ningún derecho a ser amado. Volviendo a Pablo y a su espina en la carne, la lucha
espiritual es precisamente la que el apóstol parece combatir con el Señor, que,
por un lado, no atiende a su petición, mientras que –por otro- no le pide la
perfección, más aún, le invita a reconocer la gracia que está presente
precisamente ahí, en su fragilidad, o el amor que se manifiesta plenamente en
su debilidad, que él quería cancelar. La rendición del apóstol, en esta lucha,
está dictada después de un alarde precisamente a causa de sus debilidades (2 Cor 12, 9-10)… En esta lucha con Dios se
sale vencedor cuando se la da por perdida, a saber: cuando se concluye con la
rendición a este amor. Esta es la verdadera lucha, una lucha típica del hombre
bíblico: una lucha por la que han pasado todos los amigos de Dios. Y con ello
se han convertido en hombres con un corazón increíblemente misericordioso. Como
el de Dios”[1].
[1]A. Cencini, Ladrón perdonado, El perdón en la vida del sacerdote, Sal Terrae,
Bs. As, 2019, pp. 88-89. 112.
martes, 19 de noviembre de 2019
sábado, 16 de noviembre de 2019
ROSTROS
“…hechura de la adoración: la
vieja liturgia latina, densa, recogida, modela el rostro del benedictino,
rostro tallado en la piedra de la fe. La liturgia bizantina, fluvial,
interiorizada por un método de invocación, da un rostro translúcido al monje
athonita del monte Athos, en la cascada de la barba y los cabellos. La certeza
de la omnipresencia sacramental redondea el rostro del cura católico y el ansia
de una fe tendida hacia lo inaccesible marca el rostro del pastor protestante”
(Olivier Clément, El rostro interior, p. 18).
“El verdadero monje –y, en este
sentido, no hay un cristiano que no sea llamado a un ‘monaquismo
interiorizado’, a entrar en un desierto donde las aguas de la tierra no pueden
quitar la sed- es sorprendido y enganchado por la belleza de Cristo, por esa
Faz que permite descubrir, a través de las caretas y las máscaras, los
verdaderos rostros, e intentar iluminarlos y liberarlos por un amor
desinteresado. El verdadero monje no destruye sino que ilumina el eros humano,
expresa su verdadero sentido en este reencuentro con el Eros divino. El deseo
se convierte en Dios mismo haciéndose en nosotros deseo de Dios. ‘Que el eros
físico sea para ti un modelo de tu deseo de Dios’, dice san Juan Clímaco (La
santa escala, escalón 26)” (Olivier Clément, El rostro interior, p. 80).
sábado, 9 de noviembre de 2019
sábado, 2 de noviembre de 2019
LA SAMARITANA: EL POZO, SU ROSTRO Y EL ROSTRO DEL SALVADOR
“…es
bella y original la intuición del pintor S. Koder que, en el cuadro en que se
retrata a ‘La mujer junto al pozo de Jacob’ (2011), imagina a esa mujer mirando
desde arriba al fondo de su pozo personal. Es el diálogo-confrontación con
Cristo lo que le da valor para escrutarse por dentro, a niveles a los que nunca
había llegado por sí sola. La Samaritana mira allí, ‘y he aquí que, con una
intuición sorprendente, Koder nos hace ver en el agua del pozo no solo el
reflejo de la mujer, sino también el de Cristo. Allí está, imprimido en el inconsciente,
el rostro misericordioso del Salvador que, a diferencia de Freud, mientras nos
hace ver nuestros pecados nos brinda el abrazo de su compañía, rescatándonos
del individualismo que debilita y mata’ (G. Riva, ‘Dentro al pozzo
dell’inconscio il volto del Salvatore’, Avvenire,
26 febbraio 2015)”
(A.
Cencini, Ladrón perdonado, El perdón en
la vida del sacerdote, Sal Terrae, Bs. As, 2019, p. 139, n. 91).
sábado, 26 de octubre de 2019
ANTE LA IDEOLOGIA DE GENERO... (II)
Francamente, si un puñado de
lesbianas muy eruditas hubiera conseguido conquistar los gobiernos nacionales,
así como las instituciones internacionales, con una “teoría de género”
difundida en algunos libros ilegibles influenciados por Michel Foucault, tendríamos
motivos para incensarlas, para erigirles estatuas o, al menos, para pedirles
que nos dieran cursos sobre la manera de arreglárselas para seducir a los
poderosos de este mundo —lo cual sería bastante paradójico, porque la seducción
de la cortesana es precisamente el lugar común del que ellas pretenden
desembarazarse y a propósito del cual basta verlas en una foto para darse
cuenta de que, evidentemente, lo han conseguido. Bien, según las evidencias,
Judith Butler es una solterona bastante simpática, pero no seré yo quien la
ofenda llamándola sexy. La “colonización ideológica” y la “guerra mundial
contra el matrimonio” que denuncia el papa Francisco vienen de más atrás que la
sociología LGTB. Las gender theories son más un síntoma que la causa del mal.
¿Cuál es esa causa? Hay que
buscarla, ante todo, en el desarrollo del mundo industrial. La idea de una pura
construcción social de la identidad sexual no es más que un aspecto de la idea
más general de que la naturaleza solo abastece de materiales y de energías
disponibles que hay que utilizar de la manera más rentable posible. Cuando el
Santo Padre declara que la “teoría de género” va “contra las cosas naturales”,
deja oír que tiene una estrecha relación con la crisis ecológica y que tiene
que ver con ese “paradigma tecno-económico” que se sale con mucho de la
especulación financiera (aun cuando corresponda de alguna manera a una especie
de financiación generalizada de lo real).
La naturaleza, la vida animal y la
vida vegetativa se dan, en primer lugar, en nuestro cuerpo y, más
particularmente, en nuestro sexo. Por hablar solo de los hombres (con los que
tengo, a pesar de todo, muchas afinidades, aunque tenga por ellos bastante poco
deseo), el miembro situado bajo la cintura es para ellos, a menudo, como un
animal bastante difícil de domesticar (se dice incluso, en ciertos foros, que
es mucho más fácil amaestrar un hámster). Es algo así como si tuviéramos un
perro, que fuera compañero nuestro desde siempre y que, sin embargo, nos
obedeciera menos a nosotros que a la primera bella desconocida que pasara ante
él. Con ello se demuestra la limitación de nuestro poder —en el hecho de que
nuestra potencia más íntima dependa de una alteridad embargante. Con ello se
pone de manifiesto que la naturaleza no está totalmente a nuestra disposición y
que, a menos que sustituyamos al caprichoso hámster por un minipala hidráulica,
la relación justa con esa naturaleza reside en la cultura y no en el
constructivismo. La cultura deja sitio a la libertad humana, a la asunción voluntaria
de lo dado natural; pero no lo extorsiona, lo cuida, lo acompaña y lo domestica
para que fructifique.
La culpa no es solamente del mundo
industrial, porque ese mundo ha surgido de una mentalidad que lo ha precedido.
Las gender theories son solo la espuma de un mar de fondo que hay que
clarificar: casi toda la filosofía, por grandes que sean la diversidad y la
contrariedad de sus doctrinas, está de acuerdo en ignorar que hay hombres y hay
mujeres. Cuando se reflexiona sobre ello, se da uno cuenta de que es algo
increíble, pero flagrante. El Hombre es un tema filosófico muy antiguo, pero
con mayúscula, es decir, neutralizado. En su Genealogía de la moral, Nietzsche
observa que “el filósofo rechaza con horror el matrimonio y todo aquello que lo
pudiera incitar a él —el matrimonio es un obstáculo funesto en su camino hacia
lo óptimo. Hasta el momento, ¿qué gran filósofo estuvo casado? Heráclito,
Platón, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Schopenhauer, ninguno lo estuvo; más
aún, ni siquiera seríamos capaces de imaginarlos casados. Un filósofo casado es
un tema propio de la comédie, esa es mi tesis...” Dicha comedia es innegable:
cuando le hablo a mi mujer de la estética trascendental, me pregunta si he
resuelto ya lo de la factura del fontanero. Pero, ¿no será esa la condición de
una sabiduría encarnada? Sin ese desajuste doméstico, la búsqueda de las causas
primeras no es más que una huida del origen conyugal, y la verdad conceptual se
convierte en una mentira demoníaca.
Eso es, al menos, lo que sugiere
Günther Anders en una página de su diario publicado con el título Amar ayer, en
la entrada correspondiente al 19 de enero de 1949: “«¿Sois hombres o mujeres?
—No tenemos sexo». Este fue, según cuenta Heine en el epílogo del Doctor
Fausto, el primer diálogo entre Fausto y los demonios en la obra que se
anticipó a Goethe y que él pudo ver, cuando era niño, en Hamburgo. Cien años
después, siendo yo niño en Hamburgo, así fue también mi encuentro con los
héroes de las grandes obras filosóficas y políticas. Aparecieron en escena ante
mí el individuo, el yo, el sujeto, la conciencia, la vida... Más tarde, se unió
a ellos, pretencioso y sombrío, el Dasein. Y cuando yo les pregunté: «¿Sois
hombres o mujeres?», respondieron: «No tenemos sexo»”.
La teología cristiana fue también
cómplice de esta negación filosófica de nuestra esencia sexuada. Es verdad que,
como en la Iglesia Católica el sacerdocio está reservado a los hombres (viri),
la diferencia ministerial permitió salvaguardar la diferencia sexual (aunque un
clericalismo que ha olvidado equilibrar lo mariano y lo petrino en la
constitución de la Iglesia —simbólicamente femenina— haya podido interpretar
esa diferencia en el sentido de una tiranía de un sexo sobre el otro). El
primer capítulo del Génesis afirma que “Elohim creó a Adán a su imagen... macho
y hembra los creó”. A pesar de ello, no olvidemos que lo que ahora parece
evidente, después de Juan Pablo II, durante mucho tiempo fue ocultado e incluso
negado: entre el periodo patrístico y la época contemporánea, la familia fue
raramente reconocida como imagen de la Trinidad. Podemos comprender a los
teólogos: ¿lo que tenemos en común con los otros animales va a ser la marca de
nuestra elección divina? Y si la familia es imagen de la Trinidad, rápidamente
identificamos al hombre con el Padre, pero ¿quién es la mujer? ¿Es figura del
Espíritu? Sin embargo, el Espíritu procede del Padre y del Hijo. Entonces,
¿tenemos que asimilar a la mujer al Hijo, a riesgo de suscitar un problema con
relación tanto a la diferencia sexual como a la generacional? Vuelve, por
tanto, lo cómico en forma de escena de pareja, e incluso de travestis, al
corazón mismo de la divinidad. Pero, ¿ha dicho alguien que Dios no tenía
sentido del humor?
Sea lo que sea, es muy importante
no confundirse de adversario y comprender que las gender theories son un
epifenómeno: el error proviene de un espiritualismo, de un gnosticismo o de un
dualismo muy antiguo que hoy ha adoptado una forma ultramoderna, es decir,
tecno-liberal. Cuando le explico esto a mi mujer, me hace notar justamente que
ya debería cambiarme los calcetines sucios. (El género cómico, en ÚLTIMAS
NOTICIAS DEL HOMBRE (Y DE LA MUJER) de Fabrice Hadjadj, pp. 141-144)
sábado, 19 de octubre de 2019
¿QUE APRENDEMOS DE SAN BENITO?
Vale
la pena recordar que el monje es un “tipo” (o arquetipo) en el sentido técnico
del término. Todas las sociedades, sean eclesiales o una sociedad concebida de
manera más amplia, tienen sus tipos: el labrador del suelo, el cazador, el
guerrero, los políticos, los poetas, los sabios, los reyes y las reinas, los
monjes y las monjas. Para hablar de la contribución monástica a la Iglesia y al
mundo, quiero comenzar desde aquí y no simplemente con un enfoque benedictino.
Esa peculiaridad benedictina especial, sea lo que sea, se comprende mejor
evitando enfocarla en sí misma como de gran valor. Por eso, la primera pregunta
se convierte en ¿cuál ha sido y cuál puede ser la contribución del monje como
tipo social a la Iglesia y al mundo?
Nosotros
en Occidente decimos “monástico” y estamos inclinados a pensar inmediatamente
en san Benito, pero necesitamos ser conscientes de que él resulta como una
especie de culminación y punto de inflexión en un movimiento que estaba en
desarrollo desde varios siglos antes. Una de las áreas del monacato primitivo
prebenedictino que es particularmente útil considerar es la relación del
monacato con la filosofía antigua. El movimiento monástico tomó mucho del
espíritu de la filosofía griega, como lo hizo toda la Iglesia cristiana. Pudo
hacerlo porque esta filosofía era profundamente religiosa y espiritual. Se le
dedicaba toda la vida a enamorarse de la sabiduría, a una conversión hacia la
sabiduría. Pierre Hadot describe la filosofía antigua como “ejercicios
espirituales”, ejercicios cuyo propósito era enseñar a los que aman la
sabiduría: 1) cómo vivir; 2) cómo dialogar; 3) cómo morir y 4) cómo leer (P. Haddot,
Exercices spirituels et philosophie
Antique [2a Ed., Paris, 1987] 14-71). La filosofía para los antiguos no era
un cuerpo de ideas abstractas que se van desarrollando. Era fundamentalmente
una manera de vivir que capacitaba a la persona para pensar rectamente, por lo
tanto, para llegar a la verdad.
Puede
parecer que al hablar de la filosofía antigua, me alejo de los urgentes temas
contemporáneos de la Nueva Evangelización. Pero si estoy en lo correcto acerca
de que el monje tiene como mínimo el potencial de desempeñar una función
arquetípica todavía hoy en la sociedad, entonces nosotros podríamos hacer una
contribución alrededor de estas cuatro preguntas perennes que les presento, y
que continúan siendo preguntas urgentes en la vida de la gente de hoy, sean
conscientes de ellas o no. Los monjes podrían realzar la conciencia de que no
es sano vivir sin enfrentarse con estas preguntas.
El
monacato cristiano del siglo IV del desierto sirio, palestino y egipcio, al
comienzo no fue afectado por esta corriente filosófica. Era un ascetismo que
reemplazaba al martirio en el tiempo de la Iglesia imperial en la primera mitad
del siglo IV. Pero a través de los Capadocios (Basilio y los dos Gregorios) y
luego de Evagrio Póntico, el ascetismo del desierto llegó a ser comprendido
como un movimiento dentro de una trayectoria similar a la de la filosofía
griega concebida como ejercicio espiritual, y directamente relacionado con
ella. Por lo tanto el ascetismo cristiano perfecciona su enfoque: ascetismo
como manera de vivir que permitió a los cristianos pensar rectamente, por lo
tanto arribar a la verdad que está en Cristo Jesús. Las Escrituras cristianas
se convirtieron para los monjes del desierto en el texto principal alrededor
del cual aprendieron: 1) cómo vivir; 2) cómo dialogar; 3) cómo morir; y 4) cómo
leer.
En
consecuencia, los monjes del desierto, que dedicaron toda su vida a esta
búsqueda “filosófica”, legaron a la Iglesia entera, un patrimonio enorme de
sabiduría espiritual adquirida poco a poco basada en las Escrituras pero muy
perfeccionada por la precisión de pensamiento que la filosofía griega promovió.
La doctrina de la Santísima Trinidad, tal como se expresó en los debates que
rodearon al concilio de Constantinopla (381), debe mucho también a la tradición
filosófica griega. Y así, hacia fines del siglo IV, el monacato se convierte en
un verdadero taller espiritual donde se aprende: 1) cómo vivir; 2) cómo
dialogar; 3) cómo morir; y 4) cómo leer el misterio de la Santísima Trinidad en
toda la vida. Mi deseo es llegar a sugerir –es muy pronto; voy trabajando en
ese sentido– que esta capacidad de leer el misterio de la Santísima Trinidad en
toda la vida podría concebirse como un objetivo de la Nueva Evangelización,
primero como una renovación dentro de la misma vida monástica y luego como algo
compartido por los monjes con los demás en los puntos donde sus vidas se
relacionan con la Iglesia y el mundo.
Es
en el interior de estas corrientes repentinas y poderosas donde hay que ubicar
al monacato del siglo VI de san Benito. De una manera que es admirable por su
practicidad, san Benito organizó una forma de vida adecuada a la gente de su
tiempo, menos sensible de manera inmediata al patrimonio filosófico griego, que
les posibilitó continuar esta búsqueda de la Sabiduría divina. No necesitamos hoy
hablar de las doctrinas específicas que se encuentran en la santa Regla.
Doctrinas específicas aparte, la contribución de la santa Regla a la Iglesia y
al mundo es advertida ya en toda la forma de vida que Benito organiza. Él
ordena el día del monje de tal manera que la jornada está impregnada por las
Sagradas Escrituras, el Oficio divino, la lectio divina, en el penetrante
silencio pensado para permitir que esta palabra resuene cada vez más
profundamente. Los monjes benedictinos estaban también aprendiendo: 1) cómo
vivir; 2) cómo dialogar; 3) cómo morir; y 4) cómo leer el misterio de la Santísima
Trinidad en toda la vida.
Jeremy Driscoll, “El monacato y
la nueva evangelización”, en CuadMon
209/210 (2019), pp. 337-339.
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